Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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      —No puedo creer que me convencieras de hacer esto. —Intentaba lucir indignada, pero Dave sabía que era todo lo contrario—. Pueden quitarme el título como promedio más alto si me descubren.

      Lo dijo tan bajo que si no hubiera estado cerca de ella, no la hubiera escuchado. Sabía que era mentira, por más bromas que hiciera, no le quitarían nada porque se lo había ganado, así que le restó importancia.

      —Quieres hacerlo, no lo niegues. —Le dio una ojeada, cómplice.

      Carlene hizo una mueca, odiaba a sus compañeras, era cierto, se lo tenían bien merecido.

      —No lo niego, solo intento arrepentirme.

      —No te arrepientas, luciérnaga. —Guiñó.

      —Estás estudiando abogacía, si nos descubren ¿qué podría pasar?

      Él sonrió, socarrón; le fascinaba hacer esas cosas con ella. Estaban de pie en el estacionamiento del salón de fiestas, en el interior se estaba llevando a cabo la fiesta de graduación a la que la muchacha se había negado a ir. Carly sopló una de las plumitas, buscando con la mirada en el mar de coches a los indicados.

      Él estaba cansado de ver a Carlene con la cabeza agachada cada vez que esas chicas la insultaban o murmuraban cosas hirientes. Era perfecta sin importar su ropa, no era la mujer más despampanante que había visto ni la del mejor cuerpo, tenía curvas no tan pronunciadas, pero estaban ahí, debajo de toda la tela de sus grandes camisetas. Sus ojos eran dos enormes faroles amarillos y sus labios eran de un tono rojo natural. Su cabello había sido largo desde que tenía memoria, aunque le gustaba llevarlo en una coleta alta con cabellos a los costados de su rostro.

      Nunca se maquillaba, siempre usaba esos tenis Nike gastados de color gris con azul fosforescente y le encantaba llevar gorras. A pesar de todo eso, y de lucir un tanto masculina, había levantado las miradas de muchos chicos a lo largo de su vida estudiantil. No era normal encontrar a una mujer que sabía todas las posiciones de los equipos de futbol, practicaba box y podía acabar a cualquiera en cinco minutos en cualquier videojuego. Era sexy. Él se había encargado de que ninguno se le acercara lo suficiente.

      —Nadie nos va a descubrir, ¿cuáles son? —Ella señaló dos coches rojos y una camioneta. Se detuvieron frente a las víctimas y buscaron alguna señal de vida en el estacionamiento desierto. Estaban solos.

      David abrió un bote enorme con miel y se dispuso a vaciarlo sobre los cofres de los autos y las ventanas, mientras Carly esparcía el dulce con un rodillo. Abrieron una bolsa de plumas blancas y las dejaron caer en los mismos lugares. Se echaron atrás para admirar su obra y, más que divertidos, agitaron dos botes de pintura en spray. Escribieron «karma» con grandes letras negras en ambos lados de los vehículos. Dejaron caer los botes y, sin aguardar más, se metieron en la oxidada camioneta de Dave. No se iban a mover de ahí hasta ver las reacciones de las brujas que la habían atormentado a lo largo del bachillerato.

      Sus respiraciones agitadas eran interrumpidas por risitas. David recostó la cabeza en el respaldo de su asiento y miró al techo.

      —Gracias, D. —Escuchó su susurro, se giró hasta que pudo mirarla y estiró el brazo para acomodar un mechón de cabello detrás de su oreja. Se atrevió a perfilar el ángulo de su mandíbula con las yemas, la sintió estremecerse.

      Se dejó llevar por lo que sentía, recordando ciertos sucesos del pasado, y se movió en el asiento hasta quedar a su lado. ¡Dios! Su corazón latía demasiado fuerte. Carly se sonrojó y desvió la mirada, clavó aquellos ojos amarillentos en un punto del parabrisas.

      Dave, indeciso, pasó su brazo por la cintura de ella y la acercó más a él. Arrimó su cuerpo todo lo que pudo, percibiendo ese cosquilleo en unos labios que morían por buscar los de su amada.

      —¿Ya tomaste una decisión? —le susurró inclinado hacia su oído. Carlene volteó la cabeza, sin saber lo cerca que se encontraba. Sus narices chocaron, ambos sintieron el aliento del otro, que al estamparse les produjo un escalofrío; no se movieron ni un solo milímetro.

      Siempre habían deseado esa clase de contacto, pero ¿cómo apartar tantos años de cariño fraternal solamente por un deseo tonto? No obstante, ninguno quiso apartarse, tal vez descrita situación nunca se iba a poder repetir de nuevo. Los dos querían disfrutar de la cercanía de sus pieles, de sus ojos, de sus perfumes.

      —Sí. —¿Por qué David siempre olía tan bien? La volvía loca, no la dejaba pensar con claridad. Las manos de él se apretaron un poco más a su alrededor.

      —¿Y bien?

      —Me iré a vivir contigo. —Rodó los ojos con la intención de aliviar el ambiente—. Ya no soporto a mi madre.

      —Tu madre es especial. —En realidad era un témpano de hielo con su hija, pero no quería hablar, y no quería que el estado de ánimo de Carlene cambiara, solo ansiaba besarla.

      —Creo que soy adoptada. Siempre está criticándome, lo sabes. «Carlene, usa blusas con cintura», «Carlene, aprende a maquillarte, así tu nariz se verá más afilada», «Carlene, el negro no le queda a tus ojos». —Soltó un suspiro que chocó contra él. Por un instante presenció esa falta de luz en sus pupilas, mientras miraba a la nada. Necesitaba que regresara, distraerla era una buena táctica.

      —Pienso que te quedan todos los colores, excepto el naranja, te hace ver fea, tus ojos se tornan mostaza verdoso. —Carly sonrió con suficiencia y le dio un golpe juguetón en el hombro.

      —¿Ah, sí? No te había visto con claridad, pero estás horroroso de cerca, además, tus ojos son verde vómito siempre.

      —Me gusta mucho la mostaza —murmuró.

      —A mí no me gusta el vómito. —Lo miró por debajo de sus pestañas.

      —No mientas, te fascinan mis ojos —susurró.

      —No, en realidad no me gustan, me gusta cómo me miras.

      Dave la observó tan serio que ella pensó que había dicho demasiado, pero los extremos de su boca se elevaron en una lenta sonrisa.

      —¿Recuerdas cuando te besé a los once? —Lo recordaba; no obstante, negó. Dave se dio cuenta de cómo los poros de su amiga se levantaron—. Si te beso ahora, ¿qué harás?

      —Probablemente cortaré tus bolas —El chico soltó una ruidosa carcajada y besó su frente. Carly recostó la cabeza en su pecho, sintiendo la respiración calmada de él.

      Un grito espeluznante los hizo saltar y mirarse con horror. Levantaron la vista y rompieron en risas estridentes.

      Una de las muchachas estaba tan roja que pensaron que iba a estallar. Dave encendió la camioneta y sacó el vehículo del estacionamiento antes de que los descubrieran.

      Ella no esperaba que el camino a su casa fuera tan corto.

      —Quédate a dormir, será nuestra última pijamada. —David fingió pensarlo, no quería verse tan desesperado.

      En realidad, le emocionaba el hecho de vivir con ella. Deseaba verla despertar cada mañana con el cabello alborotado, arrastrando sus pantuflas con forma de garras gigantes. La podía imaginar paseando con sus shorts diminutos para dormir, o acostada a su lado, susurrándole por las noches que lo amaba.

      —De acuerdo.

      En silencio bajaron de la carcacha, caminaron hacia la habitación de Carlene.

      Ella entró al baño apenas ingresaron, David rezaba para que no se pusiera algo que le provocara una erección. Se quitó la camisa y se acostó en la cama mirando las estrellitas que prendían por la oscuridad en el techo. Era consciente de ella lavando sus dientes y haciendo un sonido extraño con su enjuague bucal.

      Salió como si nada, caminando hasta su cómoda usando shorts cortos y una camiseta que le quedaba un poco grande de las mangas. Al levantar los brazos, mientras se peinaba, Dave pudo darse cuenta de qué color era su sostén.

      Apartó