Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad. Zelá Brambillé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Zelá Brambillé
Издательство: Bookwire
Серия: Wings to Change
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013126
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y no tardó en llegar a su lado. Acomodó la cachucha que llevaba para poder verle la cara y se le contrajo el pecho cuando la observó desolada.

      —¿Qué sucede, luciérnaga? —El agua salada salía a borbotones, los sollozos expulsados por su boca eran incontrolables y su pecho subía y bajaba.

      —Soy horrible, D. —Sorbió por la nariz.

      El muchacho entrecerró los ojos con rabia.

      —¿Quién te dijo eso, Carlene?

      —Las chicas del colegio. —Se aventuró a limpiar sus frías lágrimas; no le gustaba verla de esa manera.

      —No llores, Carly, sabes que es mentira —Ella lloró más fuerte—. ¿Qué quieres que haga?

      Al no obtener respuesta, se le ocurrió una gran idea: hizo una de sus estúpidas imitaciones. Hacía años que no lo intentaba, pero sabía que ella reiría, y fue lo que pasó. Carlene lanzó una carcajada cuando escuchó la boba imitación de mono que más bien parecía elefante. Acomodó con sus dedos el fleco fuera de su lugar.

      —No importa lo que ellas digan, luciérnaga, tú eres hermosa —dijo el muchacho cuando su amiga se calmó. Carly sonrió y rodeó su cuerpo en un abrazo que no supo corresponder al principio, pero reaccionó y le regresó el gesto amistoso. Su corazón latía de prisa siempre que la tenía alrededor, también cuando la veía reír o cuando escuchaba su nombre. Su corazón se aceleraba siempre que la veía llegar a cualquier parte.

      —Te quiero mucho, D. —Le fascinaba que lo dijera. No pudo contener la sonrisa.

      —También te quiero, luciérnaga.

      Trece años de edad

      Se levantó de su regazo y se talló los párpados, bostezó llena de cansancio. Después de apagar el televisor, que mostraba una fea película de zombis, el señor Steven se plantó en el umbral de la sala con una sonrisita de medio lado.

      —Lamento interrumpir su último día de vacaciones, pero mañana hay escuela, es hora de ir a dormir —dijo. Los dos lanzaron un quejido inconforme, eran casi las diez de la noche y, francamente, no quería irse, pero se puso de pie de igual manera.

      El padre de Carlene se retiró, no sin antes darle las buenas noches. Dave se la quedó mirando y esta le guiñó. Esa había sido su señal para decirle que las cosas iban bien desde que tenían diez.

      Lo acompañó a la puerta bajo la atenta mirada de su madre, que estaba quieta en la base de las escaleras, observando el cuerpo tenso de su hija. Apretó el hombro de Carly para que recordara que estaba cerca, la señora Ginger le dio una sonrisa forzada antes de ascender.

      —Estaré arriba en cinco minutos —susurró él.

      —Espero que puedas subir, te estás poniendo viejo —murmuró antes de soltar una risita entre dientes, y le dio un golpecito al estómago para enfatizar el punto. ¡Le había dicho gordo! ¡Increíble!

      —Espero que puedas dormir al lado de un viejo que no puede controlar sus gases —Su rostro se arrugó haciendo una mueca de asco, él se carcajeó y se dio la vuelta. Escuchó cómo la puerta se cerró, trotó para llegar a su destino.

      Le dijo a su madre que iría a casa de Carlene, ella nunca ponía objeciones, tampoco su padre. No obstante, Ginger y Steven eran otro cuento. Cuando eran pequeños no había problema con dormir juntos, pero eso cambió después de que Dave cumpliera los trece. Les explicaron que ya estaban grandes como para actuar como dos chiquillos. Los padres de Carlene no tenían idea de que casi todas las noches se colaba por la ventana.

      Puso el pie en uno de los bloques de la pared y dio un brinquito para impulsarse. Siguió así hasta que llegó al borde de su ventana, afortunadamente no era muy alto. Carly le ayudó a subir y, una vez en su habitación, dio un respiro profundo.

      La observó subirse a su cama y acomodarse, miró su celular y luego lo dejó en la mesita de noche. Le agradaba su alcoba, las paredes eran de color celeste, en una de ellas había muchas fotografías de ellos pegadas a un corcho. El osito de peluche que le regaló en su décimo cumpleaños estaba colocado en un sofá blanco. En la parte visible de su peinador no había más que una botellita de perfume, un recipiente con agua de baño y un cepillo. Había un desastre en el suelo, zapatos y ropa por doquier.

      Contó hasta diez y se tendió a su lado, se debatió mentalmente entre abrazarla y quedarse quieto, pero terminó rodeando su cinturilla. Apoyó la barbilla en su hombro y fingió que su olor a vainilla no lo mareaba.

      Su madre le había aconsejado que le hablara sobre sus sentimientos, pero no sabía ni siquiera por dónde empezar. ¿Qué diría Carly? ¿Lo odiaría? ¡Era un perdedor! Le cortaría el cuello si ella se enterara de que su amigo de la infancia había estado enamorado toda la vida. Tal vez debía decirle y ya, quizá justo ahora era el momento, ya que la tenía en sus brazos y, si decidía escapar, podría abrazarla más fuerte.

      —Mamá me compró una falda para mi primer día de clases, empezó a parlotear de cuando era animadora y de que tenía que verme bien para honrarla. Le dije que no la usaría, que me pondría la vieja camiseta de Slipknot, no tienes idea de todo lo que se puso a gritar —murmuró. Notó cierta melancolía en su voz.

      Había veces que Ginger lograba sacarlo de sus casillas, sobre todo cuando era testigo de las lágrimas de la castaña. En más de una ocasión había querido decirle lo que pensaba de ella por comportarse de esa manera con su hija, pero luego recordaba que sus padres eran amigos y no debía traerle más problemas a Carly, ya tenía suficiente con tener que soportarla diariamente.

      Se dio la vuelta y dejó que la viera con sus ojos hechos agua. Entonces supo que no era el mejor día para decirle que últimamente solo pensaba en besarla.

      No entendía qué era lo que buscaba su madre de ella.

      —Creo que te verás caliente en esa camiseta, no todos los días se ve a una chica usando una prenda con una calavera sangrante —Amaba cómo se veía con esa cosa.

      Su cara cambió y una gran sonrisa se extendió en su rostro, sus ojos miel brillaron tanto que lo encandilaron por un minuto. Tragó saliva, nervioso, y se dijo que no iba a sudar.

      —Mamá dice que debo ponerme la horrible falda que me compró en esta nueva escuela, que nadie se me va a acercar si me ven vestida con mi ropa —bufó entre dientes.

      —Yo me acercaría —aseguró. Carlene sonrió de lado.

      —Tú no cuentas, D, me refiero a otros chicos —susurró haciendo que la mirara con los párpados adheridos a la frente. ¿Pero qué…?

      —¿Otros chicos? No entiendo —preguntó, confundido y un tanto exaltado.

      —Tampoco yo, pero mamá asegura que los chicos empezarán a pedirles a las chicas a salir y yo me quedaré en casa pintando cuadros —rio y giró los ojos como si eso fuera lo más absurdo del mundo. Quería creer que lo era, pero no había pensado en eso y comenzó a sentirse extraño.

      —¿Y saldrías con ellos? —cuestionó.

      —No, me gusta más estar contigo que con cualquier otra persona.

      Eso bastó para tranquilizarlo una pizca, no lo suficiente, sin embargo. Depositó un beso en su frente, refugió su nariz en su cuello, respiró profundo al sentir su respiración y su corazón acelerarse. Pensó en su prima Veronilla sacándose los mocos, o si no ciertas zonas delatarían lo que ahora le producía su cercanía.

      —Me gusta una chica —dijo atropelladamente, sintiendo los nervios en su garganta. Carlene se echó hacia atrás para observarlo—, pero tengo miedo de que yo no le guste a ella. ¿Qué crees que debería hacer?

      Sus ojos miel lo observaron de forma penetrante y él se dejó llevar por la sensación de sentirse perdido en el tiempo. Quería gritarle «me encantas tú», pero no podía