6.4. El fin de análisis para H. Kohut
H. Kohut pone el concepto de self en un lugar central dentro de la teoría psicoanalítica. (42) Las pulsiones interactúan en el campo del self, que es lo que permite que el individuo se conciba como un todo. En algunas neurosis el self está fracturado y el paciente se presenta afectado por baja autoestima, hipocondría, depresión, desgano ante las tareas de la vida y un temor vago a la desintegración del self. Este autor propone el modo en que el analista debe intervenir para restaurar un self fracturado por experiencias traumáticas ocurridas en su período formativo, es decir, por heridas narcisistas que han dejado huellas profundas no cicatrizadas.
Para la restauración de un self fracturado y su cicatrización profunda plantea el método que llama empático-introspectivo. La empatía, dice Kohut, es para la vida psicológica del individuo lo que el oxígeno para la vida biológica. La herida narcisista ha sido producida por un objeto-self de la infancia del paciente que ha tenido una falla notoria de empatía para con él. Los objetos-self son aquellos que consideramos como parte de nosotros mismos: el padre, la madre o sus subrogados. El psicoanalista, en un esfuerzo por lograr la cicatrización de la herida narcisista del paciente, entabla con él una relación en la que la empatía es el ingrediente primordial. Así, se convierte él mismo en un nuevo objeto-self del paciente, lo que crea una atmósfera favorable para que este regrese a etapas tempranas de su vida e idealice al analista como debió idealizar a sus padres, y manifieste igualmente su grandiosidad exhibicionista infantil. El analista es un espejo de esa grandiosidad.
Kohut sostiene que la empatía conduce al analista a ofrecerse como dador de una satisfacción para el desamparo estructural. Las heridas del self del paciente van cicatrizando progresivamente, y el narcisismo, estancado en etapas tempranas, logra llegar a su madurez. Propone en la salida del análisis un Otro que completa y consuela de la soledad y el desamparo.
7. La cuestión del ser: el final del análisis como identificación
La cuestión del ser fue abordada por Lacan en el Seminario 1, donde decía que el ser es lo que se cava en la experiencia de la palabra y se realiza en el análisis. Recordemos también que Lacan elaboró en el texto de “La instancia de la letra en el inconsciente” que el análisis apunta al corazón del ser. No se trata del ser-ahí de Hegel, sino de un ser en correlación con la lógica del significante, que no es innato. En “La dirección de la cura…” plantea –como ya he mencionado– el ser del sujeto pero como falta en ser. Autores como S. Ferenczi y E. Sharpe se refieren tanto a la carencia del ser del neurótico como al del analista; la falta en ser reconocida por Ferenczi es “como el corazón de la experiencia analítica”.
A esta altura podemos decir que los ingleses definieron el final del análisis por la identificación del sujeto con el analista, y esto no es simplemente una posición, sino una manera de tratar el ser y de proteger al sujeto de la falta, de obturarla. Hay quienes reconocen la falta en ser y la ratifican, y otros que toman la dirección de tapar esta falta. El analista, en ese final como identificación, ofrece su persona para rellenar la carencia de ser. Los postfreudianos cierran la pregunta por el ser del analista y responden con la identificación. Hay variaciones según se trate del yo o del superyó, o por ejemplo de la dialéctica de objetos fantasiosos propuestos por M. Klein, que podemos ubicar del lado de la identificación. A ella le interesa el objeto del fantasma con el cual el sujeto se identifica y obtiene su ser, por ejemplo, “ser una mierda”.
Lacan cree que este final es fallido y advierte sobre la fantasía reducida a lo imaginario, por lo que critica a los kleinianos que no han podido salir de ahí. Para Lacan esos objetos parciales son significantes, son objetos que funcionan en la dialéctica con el Otro; la identificación con el analista será siempre una identificación con significantes. El seno, el excremento, el falo, el sujeto los gana o los pierde, pero lo que Lacan destaca es que el sujeto es esos objetos según el lugar donde funcionan en su fantasía; el sujeto puede identificarse con los objetos, con los significantes de la demanda del Otro. Esta identificación es precisamente lo que Lacan llama desgracias del ser. (43)
Así, pues, la identificación con un objeto parcial no la considera como lo que se revela al final de un análisis, como algo que tengamos que aceptar. Al contrario, es algo que tenemos que curar. (44) Los postfreudianos ponen en la cuenta del analista la comprensión y un happy end. Lacan refiere: “Existen desgracias del ser que la prudencia de los colegios y esa falsa vergüenza que asegura las dominaciones no se atreven a desligar de sí”. (45) Apunta a la selección de los analistas en la IPA, y menciona las desgracias del ser a las que se ve sometido el neurótico al final. Dice que “la demanda de ser una mierda es algo ante lo cual es preferible ponerse un poco al sesgo cuando el sujeto se descubre ahí”. Taponar su castración con las desgracias es alejarse del deseo; la falta de ser engendra pasión de ser, es decir, demanda de ser, aspiración de completar su ser incompleto.
Está claro que en el final del análisis didáctico no se trata de devenir analista por identificación, sino como resultado del proceso analítico.
8. El deseo del analista
En la perspectiva de Lacan, la relación con el ser donde opera la acción del analista tiene que dar lugar al deseo; hablará por primera vez del “deseo del analista”. Las pasiones del ser, amor, odio e ignorancia, evocan toda demanda más allá de la necesidad, y dan cuenta de lo que se le exige al Otro a raíz de la falta en ser. La pasión del ser del lado del analista es la ignorancia. Se trata de formular “una ética que integre las conquistas freudianas sobre el deseo: para poner en la cúspide la cuestión del deseo del analista”. El analista crea demanda con la oferta de hacer hablar al paciente que, por el sólo hecho de hablar, demanda: “Demandar: el sujeto no ha hecho nunca otra cosa, no ha podido vivir sino por eso, y nosotros tomamos el relevo”. (46)
Lacan apunta también a lo que el sujeto no tiene y espera que se le dé: demanda vacía que el analista escucha y sostiene con su presencia, con el silencio; y el analista responde desde una posición ética en la transferencia. Marca una diferencia con aquellos que, fascinados por la frustración, mantienen una posición de sugestión y se orientan por lo que le faltó al paciente en su infancia, haciendo reeducación emocional. Se trata de ir más allá de la demanda y la identificación, y esto es a lo que se refiere con el “deseo del analista”. El analista ocupa entonces el lugar del Otro, pero rechaza el poder de la sugestión que le otorga ese lugar. Abre el camino de la transferencia y el deseo. “Interroguemos lo que ha de ser del analista en cuanto a su propio deseo”, afirma Lacan.
Para Lacan, Freud era un “hombre de deseo” que tenía una posición ética ante el problema del deseo del Otro. Nos permite leer que el ser del analista es el deseo del analista, y esto lo implica a él mismo; un analista alejado del lugar estándar, que no apuesta al progreso de la verdad ni a la masificación, sino a preservar lo indecible. Más adelante, en su Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), dirá que el deseo del analista apunta a obtener la máxima diferencia entre el ideal y el objeto, y que se trata de un deseo impuro. (47)
9. Una versión del final lacaniano: la falta en ser
Lacan articula en 1958 la política del psicoanálisis con la cuestión de la posición del analista y el fin del análisis. Se trata de la relación con el ser, la falta en ser y el falo. En este texto aparece el falo como objeto de identificación primordial, marca del sujeto afectado por el lenguaje: “El analista es aún menos libre en aquello que domina su estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su carencia de ser que por su ser”. (48) Hace hincapié en el ser del analizante como falta en ser, y en la pasión del neurótico como un tratamiento de la falta en ser. En cuanto al analista, actúa con su propio ser, y es aquel al que se habla pero a su vez está destinado a preservar lo indecible, como mencioné anteriormente.
Jacques-Alain-Miller afirma en Política lacaniana (1998) que desde el principio de su enseñanza Lacan califica el fin de análisis a partir de la desidentificación