La inexplicable lógica de mi vida. Benjamin Alire Sáinz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Benjamin Alire Sáinz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788412214840
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le hablé de Fito:

      —¿Sabías que es gay?

      —No, pero lo he visto con Ángel, y me parecía una pareja un poco rara. Como Ángel es un chico tan guapo y Fito es un incompetente social y un esquizofrénico… Me refiero a que no hacen buena pareja.

      —Como si los conocieras. A ti Fito no te cae bien.

      —Oye, ahora que sé que es gay, me gusta más.

      —Eso no tiene sentido.

      —Tiene todo el sentido del mundo.

      —Supongo que, en tu mundo, sí. Es solo un chico. Un alma perdida. A mí me cae bien.

      —Ah, así que ahora te dedicas a acoger a chicos desamparados…

      —No, Sam, esa sería tu especialidad. —La miré a los ojos.

      —No quiero hablar de esto.

      —Ya lo sé. Entonces tendrías que explicar tu obsesión por los chicos malos.

      —No tengo que explicarle nada a nadie.

      —Te equivocas. A veces tienes que explicarte las cosas a ti misma.

      —Mira quién habla.

      —Bien dicho.

      Sam se rió.

      —Bueno, ahora que nos hemos puesto de acuerdo en no hablar sobre lo que realmente importa, ¿de qué hablamos?

      Me encogí de hombros.

      Pero luego cambió de opinión.

      —¿Te acuerdas de cuando el otro día apareciste en casa? Te pasaba algo y preferí no presionarte cambiando de tema para hablar de mis zapatos…

      —Sí. ¿Y bien?

      —¿Qué pasó?

      Sam. Cómo me conocía.

      —Le di un puñetazo a un tío en el estómago —dije, como si fuera irrelevante.

      —¿Qué?

      —Ya me has oído.

      —¿Por qué?

      —Porque me llamó «puto gringo», y entonces le pegué.

      —¿Y eso por qué, Sally? ¿Tienes pensado ser boxeador?

      —No quiero hablar del tema.

      Se notaba que quería hacerme una pregunta, pero no dijo nada.

      La acompañé a su casa. Aquello se le había ocurrido a papá, decía que no le gustaba que Sam caminara sola de noche.

      «Nunca se sabe», decía. A veces me daba la sensación de que se preocupaba más por Sam que su propia madre.

      Cuando estuvimos parados delante de la puerta de su casa, Sam me miró.

      —Te veo cambiado, Sally.

      Me encogí de hombros.

      —Eres mucho más complicado de lo que creía.

      No sabía por qué había inclinado la cabeza.

      Me puso la mano en el mentón, me levantó la cabeza con suavidad y me miró a los ojos.

      —Lo que sea que esté pasando por esa preciosa cabecita, no puedes ocultármelo.

      No dije ni una palabra.

      Me besó en la mejilla.

      —Te querré hasta el día en que me muera, Sally.

      Lloré durante todo el camino de vuelta a casa.

      ¿Qué pasaría si…?

      Sam y yo teníamos un pasatiempo. Creo que comenzó como un juego con el móvil cuando a ambos nos compraron uno en noveno curso. El juego se llamaba «¿Qué pasaría si…?». Consistía en que, mientras hablábamos o nos escribíamos mensajes, a uno de nosotros se le podía ocurrir preguntar algo como «¿Qué pasaría si los colibríes perdieran las alas?». Y el otro tenía que pensar una respuesta que comenzara con «Entonces…». De hecho, aquella fue una de las primeras preguntas que le envié a Sam: «¿Qué pasaría si los colibríes perdieran las alas?». Teníamos veinticuatro horas para pensar una respuesta, y tardó exactamente diez horas y siete minutos en responder a mi mensaje: «Entonces llovería durante varios días, y el mundo conocería la furia del cielo enlutado». Tardó bastante en contestar, pero su respuesta fue brillante. Por lo menos, eso me pareció a mí.

      Una vez que caminábamos juntos hacia el instituto le pregunté:

      —¿Qué pasaría si no nos hubiéramos conocido?

      —Entonces no seríamos mejores amigos.

      —Falso —dije. «Falso» significaba que la respuesta era inaceptable. Solo se podían obtener tres «falsos», después de eso quedabas eliminado. Como en el béisbol.

      —Eres un cabrón. —Odiaba que la contradijeran. Luego sonrió. Sabía que se le había ocurrido algo—. Si jamás nos hubiéramos conocido, solo habría tres estaciones.

      —Hum —dije—. ¿Se supone que tengo que adivinar qué estación faltaría?

      —Sip.

      Pensé un momento, y luego sonreí.

      —Primavera. Entonces no habría primavera.

      —Primavera —repitió.

      —A veces eres realmente increíble, Sam.

      —Tú también —dijo.

      Era un juego interesante, pero también era serio. A veces, los «¿Qué pasaría si…?» podían entristecernos. Y pensé: ¿Qué pasaría si no hubiera pegado a Enrique? Entonces… Entonces, ¿qué? ¿Entonces las cosas seguirían igual? Falso. Falso, falso, falso. Las cosas no seguirían igual. El último curso. La universidad. Los cambios. ¿Y qué pasaría si no hubiera vuelto a aparecer el cáncer de Mima? Entonces la tendría para siempre. Falso.

      Papá, el silencio y yo

      Papá me llamó al móvil. Seguía en casa de Mima.

      —¿Vas a salir esta noche?

      —No.

      —¿Te apetece una pizza?

      —Sip.

      —¿En casa o fuera?

      —En casa. Veamos una película.

      —En una hora estoy allí. Pide la pizza.

      En cuanto terminé de hablar con papá, Sam me envió un mensaje:

      Sam: Me pongo rojo o negro?

      Yo: Rojo. Sales con Eddie?

      Sam: Celoso?

      Yo: Ja, ja, ja. Que te diviertas

      Sam: Creo que llevaré negro

      Yo: Es lo que yo llevaría si saliera con él

      Sam: No seas tan mierda

      Yo: Intenta portarte bien

      Sam: No eres nada divertido

      Yo: La diversión está sobrevalorada

      Sam: Búscate una novia

      Yo: Ya he pasado por eso

      Sam: Inténtalo de nuevo. Oh, tengo que dejarte

      Sam necesitaba tener siempre un tío al lado. La última chica con la que salí yo, en cambio, estaba perdidamente