A medida que avanzaban los días y se acercaba el viaje, la ansiedad era cada vez mayor, hasta que finalmente el día llegó. Íbamos todos los quintos de todas las especialidades, éramos aproximadamente ciento veinte personas juntando al físico-matemático, biológico y letras. Nuestro micro cargaba con todo el físico-matemático más un coordinador, Gustavo, quien desde el minuto cero le hicimos la vida imposible, por suerte el flaco terminó siendo macanudo y nos supimos llevar con él.
El micro arranca y Gustavo dice, “bueno, a ver, esperen chicos que los voy a contar” y la gente en forma unánime le responde con un cántico repleto de insultos. Acto seguido Gustavo vio con qué tipo de malandras iba a tener que lidiar. El micro agarró Rivadavia derecho, avenida cual lidera al fin de la Capital para encontrarse con Provincia y agarrar rutas adecuadas para llegar al sur, cuando estamos llegando a Liniers, último barrio al oeste porteño, pasamos por delante de una comisaría, y el Pelado - un excéntrico compañero de colegio, no tiene mejor idea que empezar a insultar a un Agente que estaba apostado en la puerta de una forma absolutamente muy virulenta e innecesaria, obviamente, nos hicieron parar le micro, y nos querían hacer pasar la noche dentro de la comisaría por haber emitido semejantes insultos (una pavada total, pero acá siempre fue ley de la selva). Luego de contactar algunos conocidos y negociaciones, una hora más tarde, seguimos rumbo hacia Bariloche.
Cuando tomamos la recta que hay en La Pampa de 400 kilómetros de distancia sin absolutamente nada a los costados, el micro aparentemente sufre un desperfecto y detiene su marcha en banquina. El chofer se bajó, empezó a examinar el micro y no había dictamen sobre lo que estaba sucediendo, a todo esto, era plena noche, noche cerrada así que ni siquiera podíamos espiar que era lo que pasaba. Nuevamente el Pelado, al escuchar que las puertas del costado son abiertas, en donde se guarda el equipaje, atina a decir “¡nos están afanando el equipaje!”. Siempre el Plan A del Pelado era la tragedia y la fatalidad, no podía ser realmente que se haya descompuesto el micro. Finalmente, luego de cuarenta y cinco minutos, el micro retoma su marcha y jamás supimos que había pasado, nuestras cosas llegaron intactas a pesar de lo que había intuido el Pelado.
En esos momentos, el Pelado, estaba yendo a psicóloga porque tenía episodios extremadamente violentos, e inclusive, la terapeuta, le había recomendado que haga Rugby a modo de canalizar su ansiedad y violencia. Esto venía a colación que el Pelado nos agarra a Leo y a mí, y nos dice: “Chicos, si ustedes ven que me pongo violento cuando estoy mamado, la única forma de frenarme es hablarme de mi novia”. Nosotros tomamos nota, no sabíamos si se iba a poner violento, pero estábamos con plena certeza que se iba a mamar.
El viaje en sí era un descontrol, veníamos todos cantando al re palo, sumamente exacerbados por el momento que estábamos viviendo, y en un momento el Pelado lo ve a Pancho que estaba haciendo crucigramas sólo en un asiento. El Pelado más que sorprendido, le pregunta, “¿Flaco, vos a Bariloche vas a ir a hacer crucigramas?”. Pancho desde ya se dio cuenta que lo que estaba haciendo no tenía perdón de Dios y se sumó a los cánticos. En esos momentos, yo había grabado algunas cosas mientras viajamos, pero desgraciadamente, hoy no sé dónde se encuentran esos casetes.
Luego de pasar por Piedra del Águila, pueblo anterior a Bariloche en el trayecto, el micro atraviesa un camino súper sinuoso en donde el chofer puede mostrar sus habilidades en camino de cornisa a altas velocidades, la verdad es que todos veníamos bastante tensos viendo que agarraba las curvas casi en forma de rally y no nos daba respiro, inclusive uno de los pibes le gritaba sin escrúpulos: “¡Dejá de dar vueltas che!”
Llegamos finalmente al hotel Valgardena, y era el momento de dividirnos para ir a las piezas, fue ahí donde decidimos que Leo, Manu y yo, íbamos a compartir la habitación 106, sumándole a Frías, otro compañero de perfil pseudo intelectualoide.
Frías era una parada brava a nivel convivencia porque tenía principios que nosotros no compartimos ni un poco, por ejemplo, dejaba su ropa tirada en las cuatro camas que proveía el cuarto, desde ya que era una para cada uno, dejaba la luz del baño prendida en cualquier momento, con suerte cerraba las canillas, llegaba de los boliches de noche, y abría el par de ventanas para que “entre aire fresco” en pleno invierno y con temperaturas debajo de cero, nunca salía con nosotros y llegaba a donde sea tarde y era una máquina de filosofar sobre distintos aspectos de la vida que nosotros no logramos entender si lo decía en serio o simplemente, quería llamar la atención. Con Leo y con Manu, la mano venía mucho más light, sobre todo con Leo con quien éramos íntimos amigos.
Luego de haberse distribuido en las piezas, fuimos a cenar al comedor del hotel, para luego prepararnos para ir a la Fiesta del Mariposón, que no era otra cosa más que flacos disfrazados de mujer, en donde se entregaban algún que otro premio a las mejores producciones. Fuimos a la fiesta, nosotros llevábamos varios candidatos e inclusive, mal pensados nosotros, sabíamos que a algunos no les hacía falta demasiado para que se vistan de mujer, desde ya que estaban aprovechando semejante situación para hacerse lucir.
A la fiesta no había ido mucha gente porque muchos estaban filtrados de las 24 horas de viaje, más los nervios de la interrupción en el medio con el micro en la noche, la imposibilidad de dormir mientras estábamos en el micro y porque al día siguiente arrancaban las excursiones, nos tocaba Cerro Catedral, entonces, mucha gente que no fue, prefirió descansar.
El tiempo de excursiones había llegado, gran ansiedad por ir al Cerro Catedral, ya que iba a ser técnicamente nuestro primer contacto con la nieve. Yo ya había estado en contacto con montañas en Jujuy, pero la nieve era un misterio para mí. Por otro lado, nosotros, creíamos que íbamos a llegar a Bariloche, y que iba a ser un cúmulo de nieve total, y nada más lejos de la realidad. Había un sol infernal, que duró toda la semana que estuvimos ahí, así que nuestra primer chance era el Catedral.
Luego de un par de horas llegamos al cerro, previamente, alquiler de indumentaria apta y propicia para la nieve en donde todos los coordinadores siempre tienen algún tipo de arreglo y ahí fue casi inmediato, nos bajamos del micro y guerra de nieve todos contra todos a modo de festejar el ver nieve y de paso si le podías partir la cara a otro usando algún copo, no estaba de más.
Hicimos el ascenso con la aerosilla, la cual se tambaleaba bastante más de lo que a mi hubiera gustado, hasta llegar al primer descenso. Una vez ahí, nos sacaron la foto que todos apreciamos y yo me negué a comprar por su abusivo precio que nunca me arrepentí de haberlo hecho y empezamos con nuevas guerras de nieve y en eso, Gustavo propone hacer culipatín. Culipatín no es otra cosa que tirarse al piso y que la gravedad haga el resto, había una buena pendiente, era tomar un poco de impulso y después Gustavo te decía, “después frenas agarrándome del árbol”. El árbol era un escarbadientes y pasando el árbol ese unos 20 metros, la pendiente sí que se ponía complicada, entonces era agarrarse de ahí o nada. Lo que después nos dimos cuenta, es que la nieve hasta ahí estaba pisada, lo cual permite el deslizamiento con solo tirarse, y tras ese famoso árbol, había nieve virgen, la cual ofrece mucho más resistencia y no podríamos haber avanzado más. En definitiva, la posibilidad de caer a la pendiente mucho mayor, casi no existía.
Nos tiramos todos, y algunos más de una vez, lo complicado era volver, las piernas pesaban muchísimo, y el terreno era muy empinado y complejo, pero la adrenalina de ese momento era sensacional, había muchos que se tiraban y desde abajo, donde habíamos hecho una mini base, los atajamos para que, o no se peguen contra el árbol, o bien para que no lleguen a la parte de nieve virgen.
A la vuelta, estábamos todos fusilados por el día que habíamos tenido, varios se quedaron dormido, entre uno de ellos, Manu, que estaba sentado justo en el último asiento del micro, pegado a la ventana derecha. Cuando llegamos al hotel, Manu, seguía dormido, y no se nos ocurrió mejor idea que dejarlo dormir. Nos bajamos todos excepto Manu, que seguía en su profundo sueño.
Fuimos a nuestra pieza, nos bañamos, merendamos, y Manu seguía sin caer, en una de esas, suena el teléfono y ¡era Lau!, atiende Leo y muy gentilmente le dice, “mirá, a tu novio lo dejamos durmiendo en el omnibus con el que volvimos de Catedral, ni idea dónde