En los tiempos de crisis es preciso volver a los temas capitales, esenciales. Por eso la cuestión cristológica adquiere hoy nueva significación y urgencia. En los últimos años los estudios teológicos sobre Cristo han ocupado espacio muy amplio. No sólo en cantidad sino, más aún, en calidad[38]. La teología se caracteriza hoy por una clara «concentración cristológica»[39]. En efecto, se hace una referencia continua a Cristo, como fuente y criterio de la teología, como lo esencial de cuanto hay que decir. Ello no significa uniformidad en el discurso teológico, pues de hecho se dan diversas cristologías.
«La Cristología —podemos decir— no es otra cosa que la explicación más consciente posible de la fe en Jesús el Cristo»[40]. Explicación que llega a las derivaciones de esa fe en Cristo, entre las que tenemos la realidad de la Iglesia. Por ello, al tratar del sentido y el significado que hoy tiene la Iglesia, así como de su papel en el mundo actual, se buscan soluciones variadas con resultados diferentes. Sin embargo, el sentido y el fundamento de la Iglesia no está en una idea, ni en un principio o en un programa, ni en dogmas particulares o en preceptos morales, ni en cier tas estructuras eclesiales o sociales. Todo esto posee su significado y su normativa. Sin embargo, el fundamento y el sentido último de la Iglesia está en un nombre, en una persona: en Jesucristo[41]. Su figura tiene, por tanto, un carácter único y singular, que ha venido al primer plano en la discusión teológica.
Hay que tener en cuenta que se dan múltiples afirmaciones cristológicas en el Nuevo Testamento, y es conveniente conseguir una panorámica que facilite una comprensión más profunda de Cristo. Una buena síntesis de las cuestiones centrales y una valoración de conjunto puede verse en J. Ratzinger[42].
Un autor que aborda la cristología desde una perspectiva actual es R. Schnackenburg[43]. En él nos vamos a detener, dado el interés que en la cristología tiene su obra. Se centra sólo en los Evangelios y hace unos recorridos amplios y profundos por los textos. Aunque se fija en los diversos títulos cristológicos, no los estudia de forma directa. Trata de individuar la visión cristológica de cada evangelista, presentando luego una visión unitaria y una síntesis. Termina su cristología con un epílogo en que esboza unas líneas para el futuro de los estudios cristológicos.
Explica el viejo profesor alemán cómo el método histórico-crítico ha llevado a resultados muy diferentes, no siempre positivos, en el campo de la investigación sobre Jesús, en la que está empeñado desde el resurgir de la exégesis bíblica católica en el año 1943, con la encíclica Divino Afflante Spiritu. La situación actual, con frecuencia desalentadora, le ha inducido a intentar una vez más un acercamiento diverso a la persona de Jesús, que vino históricamente y, al mismo tiempo, vive todavía junto a Dios y a la Iglesia, aunque ha dudado realizar esta tarea que, en definitiva, quiere ayudar a un encuentro con Cristo vivo, que nos repite hoy su llamada. Se dirige Schnackenburg a la comunidad de creyentes, por lo cual se coloca entre fe e historia, teniendo en cuenta la crítica histórica, pero sin entrar en cuestiones discutibles. De todas formas, la investigación histórica es necesaria para evitar el peligro de que Jesús sea considerado como un héroe mitológico. Por otra parte, el estudio histórico contribuye a que la confesión de fe en Él, como Mesías e Hijo de Dios, no quede abandonada a merced de un fideísmo irracional[44].
En ocasiones los estudios críticos-históricos han podido suscitar dudas, pero a pesar de ello los cristianos creyentes conservan la fe en Jesucristo, portador de la salvación y redentor del mundo[45]. La fe y la historia tienen entre sí una recíproca y particular conexión. Así en el curso de los años se han presentado de continuo movimientos religiosos que han influido y modificado el camino de la historia. Con sus convicciones de fe, eminentes personajes han arrastrado tras de sí a hombres y pueblos. Provocan unas convicciones que, a su vez, actúan sobre la historia. De entre todos esos líderes religiosos, destaca Jesús el Cristo, cuyo mensaje, desde hace dos mil años, anima la vida espiritual y cultural de gran par te de la humanidad.
Por eso precisamente en el cristianismo se manifiesta la interdependencia entre la historia y la fe, no sólo exteriormente, sino desde su origen y en lo íntimo de su estructura. Podemos afirma que el Evangelio se construye en tres estratos: el tiempo de Jesús, el tiempo postpascual y el simbolismo como medio de acceso a la comprensión del Jesús total representado en los dos primeros estratos señalados. Todos los evangelistas narran dichos y hechos de Jesús, pero al mismo tiempo que predican, profundizan en el sentido de lo ocurrido. Ello no implica un doble plano en su visión de Jesús. Lo que sucede es que se capta el pasado desde el ambiente vivo y dinámico del presente. Por eso la crítica contemporánea ha superado los límites de la lectura bultmaniana extremadamente reductiva en el IV Evangelio. Separar el Das (el hecho que) de la revelación, de Jesús y en Jesús, del Was (el contenido) de la Revelación es una empresa que anula el acontecimiento mismo de la Revelación. Lo que no tiene contenido histórico y lo que no tiene una consistencia en cierto modo cognoscible, no puede tener un significado para el hombre y para su salvación[46]. Para el cristianismo el problema del nexo entre fe e historia se encuentra, por así decir, en su propia cuna.
En definitiva, en la acogida de la persona de Cristo y de su doctrina interviene la fe del que escucha y también la fe del que predica, porque el testimonio apostólico es un testimonio de fe, de una fe cuyo objeto se enraiza en la verdad histórica: Cristo que vive en la Iglesia no es más que uno con el Jesús histórico que el testigo ocular ha visto[47]. Jesús, en efecto, es una figura histórica cuya irradiación universal ha sido posible gracias a la fe en su resurrección y en su condición divina[48].
Sin una actitud creyente y abierta de quien se sabe interpelado por las palabras de Jesús, sin la fe, nos encontramos ante un muro, caemos en el enigma y la oscuridad, como ocurre a los discípulos cuando, según San Marcos[49], no entienden y son reprobados por el Señor por su ceguera y sordera a causa de la dureza de su corazón. Quien se acerca a la figura de Cristo con el despego frío del histórico, no puede responder a la cuestión que se refiere al misterio de la persona de Jesús, ni percibir la fuerza que emana de Él, el poder vivo de su palabra y sus acciones, la potencia envolvente de su padecer y su morir. Ello no significa que sea un error el intento de conocer a Jesús de Nazaret como figura histórica, de conocer sus palabras y sus hechos reales[50].
Es imprescindible, por tanto, una cierta preocupación de crítica histórica, pero dentro de un justo equilibrio, porque un exceso en dicha actitud crítica conduce a conclusiones hermenéuticas demasiado negativas, como ocurre hoy en algunas ocasiones. Por otro lado es necesaria una sistematización de los datos históricos, lo cual supera los límites estrictos de la historia. La imagen histórica, aun siendo necesaria, no es más que un esbozo, completado cuando los datos de la Revelación son profundizados. El «pecado original» de la distinción entre el Jesús de la historia y el de la fe pesa todavía hoy en algunos autores[51]. Sin embargo, la identidad entre el Jesús de la Historia y el Cristo de la fe «pertenece a la esencia misma del mensaje evangélico»[52].
De todas formas, hay que tener presente que los relatos evangélicos no son una mera narración histórica de lo ocurrido, sino una exposición catequística de la fe, basada sobre hechos históricos pero trascendiendo la Historia. Como insinúa San Lucas en el prólogo de su Evangelio, el conocimiento de los hechos ocurridos comporta una mayor solidez en las enseñanzas recibidas. Así pues, la cristología estima en su justo valor y recoge todo lo que en las fuentes encontramos referente a Cristo. Puesto que se trata de una parte de la teología bíblica del Nuevo Testamento y paga su tributo tanto al método histórico como a la filología y a otras ciencias auxiliares, la cristología se esfuerza en presentar a Cristo en cuanto que ha sido objeto de la fe de los Apóstoles y de los fieles de la generación sub-apostólica,