Después de Bultmann era necesario interesarse nuevamente por el Jesús de la historia. Pero hoy aparece el peligro contrario, reduciéndose todo a una «jesuslogía». Con el desarrollo de los métodos históricos y de la sociología aplicada a la exégesis se corre el riesgo de ver en Jesús sólo al hombre de su tiempo, que es interesante pero sólo desde el punto de vista social o político. Es una lectura muy reductiva que vacía el misterio de Cristo. Prescinde de la fe que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, en quien actúa el Espíritu Santo[55].
El conocimiento del sentido que tiene la historia de Jesús se realiza de modo progresivo. Sin embargo ese desarrollo progresivo no es una evolución cualitativa, sino la explicitación de un hecho, demasiado excelso para comprenderlo con rapidez en su misteriosa profundidad. Por tanto, no se puede nunca olvidar el engarce con la historia, subrayado por los cuatro evangelistas y por el kérigma de la iglesia primitiva. La Encarnación no es un mito, sino la inserción de Dios en la Historia. Por otro lado, la historia de Jesús no termina con su muerte, sino que continúa presente y viva en la Iglesia[56]. Además, Jesús está siempre más allá de los retratos que se hacen de Él, no sólo en su pasado histórico, sino también en el presente y en el futuro, ya que Cristo, Señor de la Histo ria, se revela continuamente en el tiempo. J. Jüngel, citado por Segalla, afirma: «Hay cosas y hechos, personas y acontecimientos, que vienen a ser tanto más misteriosos cuanto más se les conoce»[57].
Quizá convenga recordar que la existencia de Jesús es también un hecho probado por la ciencia histórica. «Las investigaciones históricas —dice la Pontificia Comisión Bíblica— que han probado su valor en el conocimiento de los personajes y de los hechos del pasado, se imponen también, sin duda, en el caso de Jesús de Nazaret. No se puede despre ciar ningún dato concerniente a las circunstancias de lugar o tiempo que nos haya sido trasmitido.
«Sin embargo, el simple análisis del texto no es suficiente. En efecto, esos textos han sido redactados y recibidos en una comunidad que no vivía de ideas abstractas, sino de la fe que nacía, y se profundizaba progresivamente, en la resurrección de Jesús, acontecimiento de Salvación inserto en la experiencia de comunidades judías diversas»[58].
Así, cabe mencionar algunos testimonios antiguos no cristianos sobre Jesús. Por ejemplo, entre los romanos, tenemos al historiador Tácito que escribió en sus Anales (hacia el 116) que los cristianos se llaman así por el nombre «de Cristo al que, bajo el imperio de Tiberio, el procurador Poncio Pilato había condenado al suplicio». También Suetonio, en su biografía del emperador Claudio, escribió hacia el año 120 que este emperador expulsó a los judíos de Roma a causa de los tumultos habidos entre ellos «por instigación de Cresto» (= Cristo). Pudieran verse en el trasfondo las discusiones que, en torno a Cristo, tuvieron lugar en el imperio romano[59]. Plinio el Joven, procónsul de Bitinia desde el 111 al 113, en una de sus cartas al emperador Trajano, dice que «los cristianos se reúnen en un día fijo, al alba, y cantan un himno a Cristo como a un Dios».
Existen también algunos testimonios de escritores judíos no cristia nos. Es especialmente significativo un pasaje de Flavio Josefo (a. 37-105). Es cierto que la autenticidad del texto se discute, por la posibilidad de una interpolación cristiana. Sin embargo, parece cierto que el texto original hablaba de Jesús: «Por este tiempo vivió un hombre sabio, si es que podemos llamarlo hombre. En efecto, fue uno que realizó hechos prodigiosos y fue un maestro de tal categoría que el pueblo aceptaba la verdad con gozo. Además de eso, conquistó a muchos judíos y a muchos griegos. Fue el Mesías. Cuando Pilato, al ver que lo acusaban hombres del más alto rango entre nosotros, lo condenó a ser crucificado, los que lo habían amado desde el principio no lo abandonaron. Al tercer día se les apareció, devuelto a la vida. Porque los profetas de Dios habían profetizado estas y otras mil cosas maravillosas sobre él. Y la comunidad de los cristianos, que recibió de él su nombre, no ha desaparecido hasta ahora»[60]. Este pasaje está recogido en todos los códices de las Antiquitates Iudaicae y lo cita ya en el siglo IV Eusebio de Cesarea[61]. Sólo en el siglo XVI se empezó a dudar de su autenticidad, no tanto por razones de transmisión textual como por su contenido francamente positivo respecto a Jesús. Parece ser que el primero en hablar de una interpolación cristiana de este texto fue Hubert van Griffen en 1534.
No obstante, una confirmación indirecta de la autenticidad del testimonium flavianum parece proceder de S. Pines, profesor en la Universidad hebrea de Jerusalén, en su An Arabia Versiôn of the Testimonium Flavianum and its Implications, Jerusalem 1971. Pines analiza un texto árabe del siglo X, Kitab al-Unwan (Historia universal), del obispo Agapi to de Hierápolis, el cual, al enumerar varias obras que hablan de la crucifixión de Cristo, cita también a «Josefo el judío» y recoge casi al pie de la letra el testimonium flavianum[62].
Dejando aparte la cuestión del fundamento histórico del cristianismo, Jesús es algo importante para nuestro mundo pues de Él brota una corriente espiritual de gran calado, también en nuestro tiempo. La magnitud del número de publicaciones sobre todos los aspectos históricos de Jesucristo es enorme y casi incalculable, hay tal número de opiniones contrastantes entre sí y excluyentes unas de otras, que se tiene la impresión de ser un laberinto de opiniones[63].
Por tanto, sólo desde la fe se puede acoger la figura de Jesús. Él no es un personaje como César, Napoleón o alguno de los grandes protagonistas de la historia universal, que entran en el decurso de los acontecimientos mundiales. Él rompe los moldes de la historia, la supera. No es tampoco un genio como Platón o Aristóteles u otro filósofo, sino que habla desde otro horizonte, e intenta responder a las cuestiones sobre el sentido de la existencia y los deberes del vivir humano, a partir de una visión más profunda del hombre inserto en Dios, de la verdad que se funda en Dios[64]. El cristianismo primitivo está persuadido e impregnado de esta convicción, es decir, todos los testigos de Jesús se sitúan en el terreno de la comprensión religiosa[65].
Es cierto que a Jesús se le puede contemplar desde diferentes ángulos. Sin embargo, las distintas imágenes resultantes han de tener en común la identidad del mismo Jesucristo. Por tanto, la variedad y la unidad son dos fenómenos evidentes en la cristología. La diversidad de símbolos para representar a los cuatro evangelistas, es señal de la diversidad de concepciones que cada hagiógrafo tiene de su propia visión cristológica. Para Marcos la cristología apunta hacia Jesús como el Hijo de Dios y el Hijo del hombre. Para Mateo, en cambio, la imagen de Cristo viene condicionada por la perspectiva judeocristiana del cumplimiento de las antiguas Escrituras, así como por la idea del Reino que se inicia con la Iglesia, en la que Jesús permanece y continúa su obra. Por su parte, Lu cas pone el acento en la transición del Israel antiguo al nuevo, insiste en la humanidad de Cristo que interviene en favor de los pobres y de los que sufren, destaca la presencia de las mujeres y pone de relieve la profunda piedad de Jesús[66].
Mientras en los Sinópticos se abre la perspectiva de la Salvación de la Persona de Cristo a partir de su vida terrena, en el IV Evangelio todo se abre desde su ser originario junto a Dios. En este caso se puede, por tanto, hablar de una cristología «de lo alto», de una cristología «alta» que sobrepasa a los Sinópticos, elevándose hasta la «divinidad» de Cristo[67]. Las cristologías que parten del «Jesús histórico» se presentan, en cierto modo, como «cristologías de base». Por el contrario, aquellas que ponen el acento en la relación filial de Jesús con el Padre pueden llamarse «cristologías de altura». Muchos de los ensayos contemporáneos se esfuerzan en unir ambos aspectos, mostrando, a partir del estudio crítico del texto, que las cristologías implícitas, o implicadas en las palabras de la experiencia humana de Jesús, presentan una continuidad honda con las cristologías explícitas del Nuevo Testamento[68].
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