El arte de describir. Svetlana Alpers. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Svetlana Alpers
Издательство: Bookwire
Серия: Caleidoscópica
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789874161468
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social, sino también lograr acceso a las imágenes mediante la ponderación de su ubicación, papel y presencia en el marco cultural general. Empiezo con el ejemplo de la vida y algunas de las obras de Constantijn Huygens, secretario del estatúder, copioso escritor y epistológrafo, e importante figura cultural en los Países Bajos. Su temprano descubrimiento de Rembrandt y su dedicación a las artes han suscitado desde tiempo atrás el interés de los historiadores del arte y la literatura. En el fragmento autobiográfico sobre su juventud, el arte figura como parte de una educación humanística, reinstrumentada para él por su padre. Pero al repasar su educación científica, tecnológica o (como él dirá) filosófica, llevada a cabo como una digresión del programa fijado por su padre, Huygens vincula las imágenes a la vista y la visión, específicamente a la nueva información que se hace visible gracias a la reciente tecnología confiable de las lentes. Huygens atestigua, y la sociedad que lo rodea lo confirma, que las imágenes eran parte de una cultura específicamente visual, en contraste con la textual. Los escritos de Michel Foucault echaron luz sobre la distinción entre la primacía de la vista y la representación propias del siglo XVII y el énfasis renacentista en la lectura e interpretación. (18) Este fue un fenómeno europeo general. Pero en Holanda esta manera de entender el mundo se materializó de forma plena y creativa en la producción de imágenes.

      Los holandeses presentan su pintura como descripción de la realidad visible más que como imitación de acciones humanas significativas. Tradiciones pictóricas y artesanales ya establecidas, ampliamente apoyadas por una nueva ciencia experimental y una nueva tecnología, confirmaron el papel de las imágenes como el vehículo para un nuevo y seguro conocimiento del mundo. Algunas características de sus imágenes parecen depender de esto: la frecuente ausencia de un punto de vista fijo, como si la realidad tuviera prioridad sobre el espectador (cuál es nuestra posición como espectadores es una pregunta que nos costaría responder ante un paisaje panorámico de Ruisdael); el juego con grandes contrastes de escala (donde no aparece el hombre para dar la medida, un gran toro o una vaca pueden contraponerse con desenfado a la diminuta torre de una iglesia lejana); la falta de un marco previo (la realidad representada en las pinturas holandesas a menudo parece cortada por los bordes de la obra o, a la inversa, parece extenderse más allá de sus límites, como si el marco fuera un retoque final y no un recurso previo de la composición); un poderosísimo sentido del cuadro como superficie (como un espejo o un mapa, pero no una ventana) sobre la cual pueden imitarse o escribirse palabras junto con los objetos; una insistencia en el artificio de la representación (ostentada con derroche por un Kalf, que reiteradamente reelabora en pintura la porcelana, la plata o el vidrio del artesano junto a los limones de la naturaleza). Por último, en la obra de los artistas holandeses resulta difícil trazar una evolución estilística, como acostumbramos llamarla. Hasta el espectador menos avisado puede percibir la gran continuidad que existe en el arte nórdico desde Van Eyck a Vermeer, y en muchas ocasiones volveré la vista desde el siglo XVII hacia fenómenos similares en obras anteriores del arte nórdico. Pero no se ha escrito ninguna historia sobre él según el modelo evolutivo de Vasari, ni creo que sea posible. Eso se debe a que el arte no se constituyó como una tradición progresiva. No hizo historia en el sentido en el que la hizo el arte italiano. Para el arte, tener una historia en este sentido italiano es la excepción, no la regla. La mayor parte de las tradiciones artísticas indican lo que persiste en la cultura y lo que la sustenta, no lo que cambia en ella. Lo que me propongo estudiar, pues, no es la historia del arte holandés, sino la cultura visual holandesa, utilizando un término que le debo a Michael Baxandall.

      En Holanda, la cultura visual era fundamental para la vida de la sociedad. Podríamos decir que la vista fue un medio primordial de autorrepresentación, y la cultura visual, una forma primordial de autoconciencia. Si el teatro fue el ámbito en que la Inglaterra isabelina se representó más completamente a sí misma, en Holanda fueron las imágenes las que cumplieron ese papel. Esta diferencia entre las formas adoptadas para cumplir esa función es muy reveladora de la diferencia entre ambas sociedades. En Holanda, si miramos más allá de lo que normalmente se consideran obras artísticas, encontraremos que las imágenes proliferan por doquier. Están impresas en libros, tejidas en los tapices y en los manteles, pintadas en azulejos y, naturalmente, enmarcadas en las paredes. Y se representa todo: desde los insectos y las flores hasta los nativos del Brasil en tamaño natural o los enseres domésticos de los habitantes de Ámsterdam. Los mapas impresos en Holanda describen el mundo y Europa para ella misma. El atlas es una forma decisiva de conocimiento histórico a través de la imagen cuya extensa difusión en la época se debe a los holandeses. El formato del atlas holandés fue ampliado por Blaeu en el siglo XVII a doce volúmenes impresos en folio y luego en el siglo XIX pasó a denominar colecciones enteras de imágenes impresas. Esto implica cuestiones tanto de formas de representación pictórica como de función social. Mientras que en otros países una batalla sería relatada en una gran pintura de historia preparada para el rey y su corte, los holandeses harían un popular mapa de noticias. Estas distintas maneras de representación implican también diferentes conceptos de la historia. Uno va ligado al sentido heroico de la pintura italiana y da trato preferente a los acontecimientos excepcionales, lo que no ocurre con el otro.

      Después de decir tanto sobre lo que este libro va a tratar, quizá debería mencionar algunas cuestiones de las que no va a ocuparse. Sobre el tema de la religión este libro no tiene, directamente, mucho que decir. Sin embargo, nada de lo que digo acerca de la cultura visual holandesa es inconsecuente con las ideas religiosas de los holandeses y, de hecho, creo que podría utilizarse para desviar hacia la práctica social la atención normalmente concedida a la religión. Hasta ahora, el arte se ha puesto en relación con el dogma o con las normas morales. Yo lo pondré, en cambio, en relación con ideas sobre el conocimiento y el mundo que se encuentran implícitas en un sentido religioso del orden.

      La tolerancia tiene su lado práctico. Como la insistencia de los comerciantes en mantener los tratos con el enemigo durante los incesantes conflictos con España, la tolerancia garantiza la normal continuidad de los negocios. El manual ilustrado de conducta del padre Cats, inmensamente popular, que ha llamado la atención de los historiadores del arte y otros estudiosos como prueba de la fijación de los holandeses por las cuestiones morales del comportamiento, se comprende mejor bajo esta luz. Cats se define mejor como taxonomista de los usos sociales que como el moralista dogmático por quien lo han tomado. Es la misma actitud que afecta al arte holandés. Las imágenes documentan o representan los comportamientos. No son prescriptivas, sino descriptivas. Se percibe un constante afán por establecer distinciones, por retratar cada cosa –sea una