Había, sin embargo, un problema, un enigma, como él lo llamaba, en estas observaciones: el diámetro lunar en la imagen recogida por la cámara se veía menor durante un eclipse solar que en otras ocasiones, aunque se suponía, justamente, que la Luna no había cambiado de tamaño ni de posición con respecto a la Tierra. Fue esta observación, hecha por Tycho Brahe en Praga en 1600, cuando Kepler era ayudante suyo, la que Kepler consiguió explicar. Su radical respuesta al problema fue dedicar su atención no ya al cielo y a la naturaleza de los rayos luminosos, sino al propio instrumento de observación: pasar de la astronomía a la óptica. Kepler sostenía que la clave estaba en la precisión óptica de la imagen formada tras el pequeño orificio de la cámara. El cambio aparente del diámetro de la Luna es, como sostiene en sus Paralipomena –o adiciones a (literalmente, ‘cosas omitidas en’) la obra del antiguo astrónomo Witelo–, resultado inevitable del medio de observación. El tamaño y la forma de los haces de luz refractada estaban en relación, afirmaba, con el tamaño del orificio. El mecanismo óptico, en suma, interceptaba los rayos. Para comprender nuestra visión del Sol, de la Luna o del mundo, debemos comprender primero el instrumento con que los miramos, un instrumento, sostenía Kepler, que produce distorsiones o aberraciones. En su publicación de 1604, Kepler procedió a dar el paso siguiente: reconocer la necesidad de investigar nuestro más fundamental instrumento de observación, el ojo, que él ahora describía efectivamente como un mecanismo óptico provisto de una lente con capacidad de enfocar (fig. 15). Fue el estudio de las partes del ojo y la definición de cada una de sus funciones, con cierta ayuda de los descubrimientos de los anatomistas, y probablemente también del estudio de cadáveres, lo que llevó a Kepler a definir la visión como la formación de una imagen retiniana, que él, significativamente, denominó pictura:
15. Ilustración de la teoría de la imagen retiniana en RENÉ DESCARTES, La Dioptrique (Leiden, 1637).
Así, pues, la visión se produce por una pintura [pictura] de la cosa vista que se forma en la superficie cóncava de la retina.
[Visio igitur fit per piccturam rei visibilis ad album retinae et cauum parietem.] (74)
Pero estamos adelantando acontecimientos. Pues antes de atender a la formación –la pintura, diría Kepler– de la imagen misma, hemos de regresar a la estrategia inicial de Kepler. Primero, nótense las palabras que escoge al tratar las observaciones contradictorias del Sol o la Luna en eclipse en la cámara:
Mientras que los diámetros de las luminarias y las cantidades de los eclipses solares son consignados por los astrónomos como datos fundamentales... se produce cierto engaño de la visión [visus deceptio] en parte por los instrumentos de observación y en parte por la visión en sí misma. ...Y por lo tanto el origen de los errores en la visión ha de buscarse en la conformación y las funciones del ojo mismo.
[Dum diametri luminarium et quantitates Solis Eclipsium, fundamenti loco annotantur ab Astronomis: oritur aliqua visus deceptio, partim ab artificio obseruandi orta… partim ab ipso visu simplici… Erroris itaque in visu, occasio quaerenda est in ipsius oculi conformatione et functionibus.] (75)
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