Se entiende así que en su Seminario, apelando Lacan al fundamento del doble bucle de la repetición, definiera el acto en su función de fundador del sujeto. Se podría decir que la división del sujeto, su incertidumbre, encuentra en la escansión temporal del acto su solución. En un acto, se acabaron las dudas. “Julio César, el Rubicón”, así lo atestigua. Pero, al igual que en el Witz (el chiste), inmediatamente después de producido el acto, la división se reinstala. No hay ningún hablante-ser que no esté afectado por la división que impone el lenguaje, es decir, por el inconsciente.
Es necesario deducir que hay en todo acto “verdadero” un sesgo de transgresión, (12) de salto al límite; es en este punto que el acto encuentra para Jacques Lacan su modelo en el pasaje al acto y sus diferencias con el acting out.
3. Acto => decisión
Una clínica del acto cuestiona que el sujeto del pensamiento quiera, necesariamente, su bien. El psicoanálisis ha demostrado la paradoja del bien: el bien al que alguien apunta no coincide necesariamente con su bienestar. Es decir que uno puede buscar su bien eligiendo el malestar más extremo; esta paradoja Freud la nombró con un oxímoron: pulsión de muerte, concepto que tuvo (y tiene) decididos detractores, pues arroja por la borda el optimismo aplicado al porvenir de la civilización; que el hombre quiera su mal como el bien más preciado no cabe en ninguna racionalidad.
Ha sido desde esta premisa como Jacques-Alain Miller –siguiendo a J. Lacan a la letra– demostró que Lacan “piensa el acto a partir del suicidio y llega a hacer de eso el paradigma del acto propiamente dicho”, (13) en tanto hay algo en el sujeto susceptible de no trabajar para su bien, para lo útil, sino para su propia destrucción.
Dado que un acto implica un franqueamiento, una decisión íntima del hablante-ser (por tanto un movimiento que tiene estructura de borde y que se resuelve en una temporalidad de corte), el modelo que Lacan emplea para dar cuenta de su estructura es el suicidio. A partir de ello una clínica del acto se instala centrada en las urgencias subjetivas, pues es sabido hasta qué punto es decisiva la precisión de una intervención analítica en situaciones de urgencia para disuadir a alguien de llevar adelante una acción contraria a su vida; hasta qué punto es necesaria una respuesta puntual del analista frente a las situaciones límites que atraviesa un sujeto, dividido por una angustia que lo empuja a resolver una indeterminación con una acción pasional, la que puede costarle la vida o interferir en la de terceros. La imposición de un pensamiento o de una imagen fija y repetida, puede conducir a un intento de suicidio a una persona que no soporta más el sufrimiento. La frase “algo tengo que hacer y ahora…” suele imponerse en esos momentos y conducir a lo peor.
La urgencia muestra en esos instantes la fragilidad de la temporalidad: el presente amenaza con disolver la diacronía anulando el futuro desde el pasado, precipitando la fusión del sujeto con el objeto (el que lo lleva de las narices hacia su finalidad: es decir, en esas ocasiones, hacia el fin, hacia la muerte). El objeto en cuestión –ese que causa la decisión del acto suicida– llama al sujeto desde un recuerdo o desde una imagen congelada; pero ya no se trata de una persona que pueda ser identificada con el partenaire que se ha perdido (o que se está en trance de perder) la que empuja. Ese objeto de amor, el que hasta ayer mismo pudo haber sido la causa de un deseo que impulsó la vida de alguien, ha devenido otra cosa: una mirada o una voz que reclama una acción para apaciguar el dolor inextinguible de una pérdida, que no ha terminado de producirse.
Es el problema del duelo no realizado, cuando la sombra del objeto que ha caído sobre el yo –como indicó Freud en “Duelo y melancolía”– es el que produce el empobrecimiento del sujeto, aplastado por la densidad insoportable del objeto ausente.
Se trata entonces de un problema clínico: ¿cómo interponer algo que medie entre la desesperación (que produce una situación vivida sin salida; ya sea en la realidad, ya sea en el pensamiento) y la certeza que empuja al acto suicida?
Acudiendo a la temporalidad, contando con la señal de la angustia, se trata de intentar reinsertar entre el instante de ver –ese que empuja al pasaje al acto– y el momento de concluir –la salida del marco de la realidad– un tiempo de comprender, (14) para que el acto analítico le ofrezca al sujeto la posibilidad de elucidar lo que lo aqueja, y encontrar otra solución que la del pasaje al acto suicida.
4. El pasaje al acto o dejarse caer
“Ese dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto. Aún es necesario precisar desde qué lado es visto, este dejar caer. Es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del sujeto, en tanto que este aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el del mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es entonces cuando, desde allí donde se encuentra –a saber, desde el lugar de la escena en la que como sujeto fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en su estatuto de sujeto– se precipita y bascula fuera de la escena. Esta es la estructura misma del pasaje al acto”. (15)
El acting out y el pasaje al acto son dos conceptos que Jacques Lacan ha empleado desde el comienzo de su enseñanza para designar los tropiezos del deseo humano y de la demanda dirigidos al otro de la especie, en la realización de sus fines inconscientes.
El pasaje al acto –arrebatado a la psiquiatría, en una torsión de sentido– indica siempre una tentativa del sujeto de salir de la escena, de arrojarse fuera de la situación en la que se desarrolla su drama personal; y si bien el suicidio es el modelo al que se recurre para identificarlo, no necesariamente ese objetivo es alcanzado. Es decir, no todo pasaje al acto es necesariamente suicida, aunque sí cumple con ciertas condiciones que vamos a puntualizar, siguiendo los desarrollos exhaustivos que realiza Lacan para dar cuenta de la estructura del pasaje al acto en su Seminario.
El correlato esencial del momento del pasaje al acto es el dejar caer, (16) es el sujeto el que queda reducido al objeto y degradado en la función de desecho, de resto –el sujeto cae identificado con el objeto a)– capturado en una escena embarazosa, de máxima angustia, turbado por la emoción que pone en marcha la agitación del cuerpo, poseído por un empuje que lo pone en movimiento y lo precipita fuera de la escena.
Vale para el caso el ejemplo freudiano –retomado por Lacan– de la homosexual femenina quien, al ser descubierta con su partenaire por la mirada furiosa del padre, se arroja desde un puente. Lo dice de este modo: “El sujeto se mueve en dirección a evadirse de la escena”. (17) Lacan sitúa allí dos condiciones del pasaje al acto: la primera es una identificación del sujeto con el objeto considerado en su función de resto, de desecho (ella se arroja, identificada, reducida al objeto degradado, excluida); la segunda –lo que denomina a esa altura de su enseñanza– la confrontación del deseo y la ley, con lo que da cuenta de eso que produce el pasaje al acto: el encuentro de una mirada que la sanciona culpabilizándola, desconociendo su deseo.
Previamente Lacan hacía referencia al sujeto melancólico, (18) destacando uno de los rasgos que lo caracterizan: su impulso irrefrenable de tirarse por la ventana. El pasaje al acto es aquí una suerte de realización simbólica (para decirlo de un modo aproximado); atraviesa así el límite entre la escena y el mundo, expulsándose como objeto rechazado. El sujeto pasa del lado del objeto y se arroja fuera de la escena, atravesando el marco del fantasma con el que organizaba su realidad cotidiana. Aquí el pasaje al acto es un salto al vacío.
En la clínica del acto es notable la dificultad del trabajo con sujetos melancólicos, el esfuerzo constante del analista para intentar –en determinados momentos de extrema angustia, los que suelen repetirse con frecuencia– que decidan aferrarse a un deseo de vivir. Refiriéndose a esos impasses del acto analítico en los que el analista es confrontado con los límites de la transferencia, Lacan lo formula de este modo:
“De entrada, la sensación que tiene Freud es de que,