A mis amigos y colegas del TYA, con quienes compartimos año tras año esta Investigación.
A Mauricio Tarrab, por haber iniciado juntos un proyecto que continúa (al igual que nuestra amistad)
A Gustavo Dessal, por su sempiterna hermandad personal y epistémica (y su generoso prólogo…).
A Luis Salamone, Darío Galante y Nicolás Bousoño, mis acompañantes del Directorio del TYA; a Fabián Naparstek por tomar la posta de lo que vendrá, a Gloria Casado por su entusiasmo y generosidad en el trabajo de referencias…
Prólogo
Prepárate, lector, para sumergirte en el libro que tienes ante tus ojos. Prepárate para seguir a su autor en un viaje que te conducirá por distintos derroteros, todos ellos orientados por un hilo conductor que lleva la marca de de alguien que persevera. Ernesto Sinatra no ha cesado de perseverar en la transmisión de una práctica clínica que posee una característica singular: la posibilidad de que en ella encontremos no solo al analizante, sino también al analista. Esta afirmación puede sonar extravagante para muchos, por considerar que la presencia del analista es algo que se aprecia en toda transmisión clínica. Sin embargo, la literatura analítica no es generosa a la hora de mostrar en la exposición de casos, muchos de ellos magníficamente construidos, qué es lo que el analista ha hecho. No tengo dudas de lo que el desarrollo de un caso le debe al deseo del analista, a su modo de intervenir, a su estilo. Lo que los libros de Sinatra nos permiten –entre otras muchas cosas– es poder ver eso en acción. La presencia del analista encarnada en el acto vivo de quien compromete su escucha, su palabra, su enunciación, en el marco de una posición ética que no vacila en mostrar en ocasiones sus dudas, sus interrogantes, sus cuestionamientos.
Adixiones (con esa “x” que ya nos adelanta la dimensión del enigma, consustancial a la experiencia analítica desde sus orígenes) es un eslabón más que se añade a la perseverancia de una transmisión. Un libro que aborda problemas cruciales del psicoanálisis, tanto en el plano de la elucidación clínica de los sujetos tomados uno por uno, como en el del malestar contemporáneo de la civilización. Adelanto lo que en mi lectura encuentro: una manera de demostrar la imposibilidad estructural de la soledad. Declinadas de formas variadas, este libro nos enseña que el ser hablante no puede carecer jamás de un partenaire. Es por esa razón que el punto de partida sea, en esta ocasión, la historia de un concepto que durante treinta años orientó una parte fundamental de la investigación de nuestro autor: las toxicomanías. Advierto al lector que no estamos ante un “experto” en el tema. Siguiendo la orientación lacaniana, este libro no es un manual de consulta para quienes se confrontan habitualmente con sujetos vinculados a alguna manifestación sintomática toxicómana. Las toxicomanías (es fundamental mantener el plural) fueron, tal como el propio autor lo expresa, un modo de comenzar a interrogarse acerca del lazo que une a un sujeto con un objeto que contraviene el sentido común del bien. Se trataba de indagar en ese paradójica unión entre el sujeto y un objeto al que permanece adherido, no con el propósito de curar eso sino de descubrir su función. O dicho de otro modo: en ausencia de toda concepción universal de cura, cómo lograr que un sujeto consienta a introducir una mínima distancia que haga posible una pregunta, una pregunta que lleva consigo la apuesta de transferir una acción compulsiva en apariencia gobernada por la inercia de la pulsión de muerte, a un plano diferente. Un plano en el que el objeto en cuestión revela un uso sintomático al servicio de otra cosa. Esa otra cosa puede descifrarse de distintas maneras, según los casos, pero lo decisivo es que cuando el sujeto es capaz de correr esa apuesta animado por el deseo del analista, esa unión con el objeto pude modificarse, o el objeto puede ser sustituido por otro, menos comprometido con los intereses de Thanatos. Lo interesante, y del mismo modo que en ocasiones sucede con otros síntomas, Sinatra nos proporciona distintos ejemplos clínicos en los que podemos apreciar que esa transformación es posible cuando el analista toma de entrada la decisión de no convertir el fenómeno toxicómano en el eje central y protagónico de la cura.
A partir de ese largo recorrido sobre las sustancias como partenaire de ciertos sujetos, Sinatra da un nuevo paso y nos invita a reflexionar sobre las adixiones, un concepto que acuña para dar cuenta de al menos dos cuestiones esenciales. Por una parte, la adixión “es el nombre sintomático del estado actual de la civilización, atravesado por las políticas del mercado con sus clasificaciones y estadísticas”. La adixión es un modo de nombrar la modalidad actual del goce, maníaco y solidario de uno de los rasgos paradigmáticos del mundo contemporáneo: la velocidad, la fugacidad y la ausencia de un marco de sentido. En un mundo donde entre el instante de ver y el momento de concluir se ha desvanecido el tiempo de comprender (y es posible que la “pulverización del Padre” que sirve de guía fundamental a lo largo de todo este libro tenga su papel en ese desvanecimiento), se impone una reflexión sobre el acto, tal como Lacan lo concibe. Esa es la razón por la que un exhaustivo capítulo da cuenta de este concepto, indispensable para pensar –entre otras cosas– la particular temporalidad que caracteriza nuestra época, una época donde la urgencia manifiesta la crueldad de un superyó que se ha desligado por completo de toda función de censura.
Las adixiones son una suerte de Aufhebung hegeliana de las toxicomanías a las que el psicoanálisis ha prestado su escucha y su elucidación. Es el descubrimiento de que cualquier objeto, conducta, acción humana, ideal, práctica sexual, entretenimiento o locura puede convertirse en un partenaire con el que entablar un goce que se convierte en una fijación (Fixierung, de acuerdo con el término alemán empleado por Freud para referirse a uno de los avatares de la pulsión, y donde encontramos esa “x” que Sinatra introduce en su concepto). “Hemos propuesto el concepto de adixiones a partir de una deformación del significante tradicional de “adicciones” por considerar que este último desconoce la causa real de la clasificación que promueve. Con adixiones señalamos la versión posmoderna de la toxicomanía generalizada que se asienta en el valor adictivo (es decir: tóxico) del goce en sí mismo”.
Esto no es algo exactamente nuevo. Lo nuevo, es que un discurso que ha venido a sustituir el saber del Padre (y aludimos aquí al discurso universitario como “el todo saber” al que Lacan se refiere) ha tomado el relevo de las viejas narraciones que orientaban la subjetividad y ha hecho posible el lanzamiento de una pluralidad de objetos que poseen una propiedad perfectamente calculada. Por una parte, y como el autor lo señala a cada paso, están diseñados conforme a un creciente conocimiento de la subjetividad. El triunfo universal del consumo y sus diferentes modalidades adictivas no resulta de la inserción forzada de una política, sino de una estrategia que mediante la extracción masiva de información es capaz de reconstruir no solo el perfil de la demanda del consumidor, aprovechar sus mecanismos, aprender sus repeticiones, sino acercarse por primera vez en la historia a lo más íntimo de la subjetividad: el goce. Las adixiones son la prueba fehaciente de que el discurso capitalista y su alianza con la tecnociencia (lo que Sinatra denomina “políticas del delirio”) han proliferado en la estela del desvanecimiento del Padre y la expansión planetaria de los goces que ponen en jaque la dimensión de la verdad (“la verdad es el lacayo del goce”, escribe nuestro autor para enfatizar su actual degradación). No solo la autoridad ya no es paterna, sino que ha sido sustituida por la creencia en un nuevo dios del que se esperan todas las respuestas. Google es uno de sus mejores ejemplos.
Ernesto Sinatra nos ofrece un análisis muy fino y riguroso de cómo se “fabrica” un objeto de consumo, de modo que logre ser atrapado por los aparatos del goce que son específicos a cada sujeto. La hipótesis del autor es que dicho objeto (que por otra parte no está jamás desligado de una narrativa que lo envuelve y ha sido cuidadosa y mediáticamente elaborada) es promesa de un goce que viene al lugar del imposible goce de la relación sexual. “Es el equívoco: no es que se intenta reproducir un goce como el que hubo, sino que se intenta producir un goce como el que ya hubo… pero que en verdad no hubo”. Esta lógica perversa procura mantener el sin límite de un consumo que debe administrar con la ayuda de los algoritmos un incierto equilibrio entre satisfacción e insatisfacción, a fin de mantener viva la toxicidad gozosa de la adixión. Una toxicidad que Sinatra califica como “monomaníaca”, retomando el antiguo término psiquiátrico y empleándolo a los fines de demostrar que el goce se manifiesta inevitablemente