Gustavo Dessal
INTRODUCCIÓN De la pulverización del Padre a la pluralización de los goces
“Vivo drogada pero no consumo
soy así no puedo parar nunca…”.
Esta frase, tan simple y concisa como desgarradora, sintetiza la posición de una mujer a quien su prolífica obra –articulada con el reconocimiento social de su producción artística– no alcanzaba para hacerse de un cuerpo vivible; es que una deriva sentimental insaciable a menudo comprometía su vida: no puedo parar, nunca. La frase, ella, pertenece a una analizante y la paradoja que ofrece, evidencia el vértigo subjetivo que caracteriza a nuestra época.
En contraste con el ya lejano siglo XX –atravesado en sus últimas décadas por el sentimiento de tristeza y afectado por la pérdida de las garantías de la autoridad paterna: siglo estigmatizado con las depresiones clínicas, recurrentes, autorizadas en el mercado por los laboratorios con sus estadísticas–; el nuevo milenio se ha presentado con una turbo-aceleración de exponenciales procesos de cambio, aplicados a todos los ámbitos imaginables, y que señalan la presencia de un impulso irrefrenable que toma los cuerpos y del que no es fácil sustraerse: desde las más avanzadas realizaciones tecno-científicas, acompañadas inevitablemente por inéditas transmutaciones subjetivas (que incluyen modificaciones en el lenguaje que intentan responder a ellas, incluyéndolas) surge un sentimiento de euforia que da el marco de lo que vendrá.
Con esta orientación situamos las manías, no sólo por caracterizar un diagnóstico en el campo de las psicosis, sino por evidenciar un estado actual de la subjetividad que presenta la civilización –y que los diversos tipos clínicos no dejan de reflejar. Los síntomas de elación se generalizan: una metonimia discursiva imprime una verborragia imparable que les impide a los individuos fijar un límite en sus dichos. (1) Esta perturbación del lenguaje se halla combinada con una agitación corporal incesante que empuja constantemente a la acción, al pasaje al acto pasional, sin intermediación del pensamiento en su función de límite, de regulación homeostática.
Imposible con esta mención de la época, sustraerse a los hechos de violencia cotidiana que se incrementan y amenazan “naturalizarse”: desde la imparable progresión de cobardes casos de femicidio –cada vez más salvajes y reiterados– hasta la actual epidemia de acciones criminales perpetradas por integrantes de ciertas bandas, agrupadas en torno de rasgos diferenciales de fuerte contenido segregativo.
Entre nosotros resuena trágicamente (v.gr. enero 2020 en Villa Gesell) la indignación producida por el asesinato de un joven que fue, literalmente, reventado a patadas por los componentes de una banda de rugbiers. Los medios –tan prestos, como siempre dispuestos– siguen ofreciendo el consumo de la misma violencia asesina, mostrando una y otra vez las imágenes en la pantalla de las mismas imágenes de la mortal golpiza, de un modo tan reiterado en su exhibición como salvaje ha sido su ejecución. Mientras tanto los especialistas hacen fila para significar… lo que no se explica: el goce que no produce sentido. (2)
Investigaremos –en estas páginas– algunos de estos fenómenos (y otros) del estado actual de la ‘civilización’, para demostrar hasta qué punto el empuje de la satisfacción ilimitada ha tomado la primacía en este siglo, comandada por el mercado de consumo.
Pero anticipemos una brújula para este recorrido: la frase no puedo parar –amparada por sus resonancias de impotencia clínica– muestran, al par que encubren, su envés real y más oscuro: no quiero parar…
El siglo XXI muestra decididamente la decadencia social del patriarcado, anticipado de un modo magistral por las elaboraciones de Jacques Lacan: del Padre único (creado a imagen y semejanza del Dios judeo-cristiano) a las variadas nominaciones que aún hoy prosiguen autorizando su función, hasta –finalmente– arribar a los inequívocos signos de la “cicatriz de la evaporación del Padre” (3) que Lacan puso bajo la rúbrica de la segregación y en la que se ha infiltrado el goce del consumo generalizado.
El padre ya fue –decía una milenial en análisis– ahora veremos qué hacemos…
La tesis que sostiene este ensayo afirma que el destino de la subjetividad actual está determinado por la pulverización del padre y por su consecuencia mayor: la pluralización de los goces. Parafraseando la frase freudiana retomada por Lacan: Allí donde el Padre era, los goces son.
Presentaremos las adixiones como un nombre sinthomático del estado actual de la civilización, atravesado por las políticas del mercado con sus clasificaciones y estadísticas.
Con las adixiones destacamos lo que se ha generalizado –y banalizado– con las denominadas “adicciones”: las variaciones del “no puedo parar” que se hallan sostenidas por el principio lacaniano de la iteración del goce en cada uno, fundamento maníaco de la intoxicación. Siguiendo este principio, descubriremos en estas páginas el secreto de la premisa “¡todo es tóxico!”
Demostraremos cómo el término de adixiones se ha desprendido del concepto de toxicomanías, al par que lo diferenciaremos del cortocircuito de goce en las toxicomanías, siempre determinado por la infiltración directa de substancias en el cuerpo.
Toxicomanías, ellas continúan ocupando un lugar protagónico en este ensayo debido a la constante incidencia de todo tipo de drogas en el consumo a partir de los más variados cócteles de goce autoerótico.
Pero, además, entre toxicomanías y adixiones aún resisten los alcohólicos.
Alcohólicos: ¿especie en extinción? Al menos se dice de sus integrantes que han caído, conjuntamente con el padre freudiano, de su uso “puro” del siglo XX: el alcohol hoy se usa “mezclado” con drogas de todo tipo. Por ello es preciso no desestimar la función determinante del alcohol y sus derivados como poderosos lenitivos del malestar posmoderno de la civilización. Ultra-presentes en las previas; ruidosos en las birras sociales; mixturados en cócteles de drogas; semi-ocultos en bares (new age o los de antaño –vintage, de estaño) los alcohólicos siguen existiendo, la mayoría –tal vez– ya sin la nostalgia del padre y sus pecados… o al menos ya sin recordarlos.
Olvidar su existencia –la del alcohólico y sus consumos– en los significantes con los que sostenemos nuestra clínica y en nuestra episteme, sería equivalente a confundir –en la política de los acontecimientos del nuevo milenio– la evaporación del padre con sus cicatrices, esas que muestran la marca de lo que vendrá.
1- En términos de la clínica analítica: se trata allí de un decidido rechazo del inconsciente, que determina que el individuo no cuente con el lastre del objeto, el que funcionaría allí como la causa de la división del sujeto en el decir.
2- Miller, J.-A., Curso de la Orientación Lacaniana, “El Uno solo”, Sesión del 30-3-2011. Inédito.
3- Lacan, J., “Nota sobre el padre”, en Rev. Lacaniana de Psicoanálisis Nº20, EOL –Grama, Año 11, Buenos Aires, 2016, p. 9.
CLÍNICA, POLÍTICA, EPISTEME: una epistemología psicoanalítica
A. CLÍNICA Del “no puedo parar” a una clínica del acto
1. La vulnerabilidad de las acciones humanas
La condición humana es vulnerable. Sus acciones, la eficacia de las mismas, no puede anticiparse, es decir que las acciones humanas carecen de una garantía previa a su realización; ellas no tienen ni el abrigo ni la previsibilidad que ofrece el instinto animal al resto de las especies. ¿Las razones? La acción humana nunca ha sido armoniosa,