El adolescente y sus conductas de riesgo. Ramón Florenzano. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ramón Florenzano
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425767
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de todos los miembros: cada uno debe actuar conforme a los patrones valorados por el grupo. El prestigio individual se basa en símbolos (ropas de marca, posesión de objetos, etc.) que son valorizados por todos.

      Existe, además, una diferenciación sexual en la estructura y temática de los grupos. Algunos son predominantemente masculinos, orientados hacia la acción y otros mixtos o predominantemente femeninos, orientados hacia la socialización y relaciones de tipo sentimental o romántico. Los grupos masculinos encuentran su polo extremo en las pandillas antisociales, que roban y condonan otras conductas agresivas de sus miembros.

      La homeostasis intrafamiliar implicaba la represión de la conducta sexual del muchacho. Dicha represión se supera paulatinamente en tal etapa, al desplazarse el foco afectivo y erótico fuera de la familia y hacia personas de la misma edad y del sexo opuesto. La transición hacia los primeros pololeos se da en esta etapa, en forma paulatina y tímida primero, y más agresiva y abierta, después. Las actividades de búsqueda entre ambos sexos son progresivamente más cercanas y explícitas, y van desde el enamoramiento sentimental y romántico a las primeras aproximaciones físicas. Las reuniones grupales pasan a transformarse en grupos de parejas y, luego, en parejas solas que tienden a aislarse.

      Las relaciones sexuales son relativamente poco frecuentes en esta etapa, dada la prohibición cultural que pesa sobre los encuentros prematrimoniales. El doble estándar de nuestra cultura, más permisivo con respecto a hombres que a mujeres, está variando en las últimas décadas. Psicológicamente, sin embargo, es necesario que exista un lapso de tiempo entre tener la capacidad biológica de relacionarse sexualmente y el concretar esta potencialidad en la práctica.

      Lentamente surge, en este período, la capacidad de enamorarse, integrando componentes espirituales, sentimentales y eróticos en una persona, no disociadas en diferentes personas, como en las etapas anteriores. El adolescente es capaz de integrar estos aspectos gracias a la capacidad de utilizar mecanismos de defensa más elaborados, tales como los de fantasía activa (ensoñación), el de sublimar impulsos prohibidos en otros socialmente aceptables, y el de intelectualizar y racionalizar cierto ascetismo. La adolescencia media constituye, entonces, una última etapa en la que pueden ensayarse conductas sin que esta práctica tenga las consecuencias determinantes y los compromisos a largo plazo propias de las etapas consecutivas.

       3. Adolescencia final

      En esta etapa terminal de la adolescencia se concretan los procesos recién descritos, alrededor de la consolidación de la identidad del Yo. La respuesta a la pregunta: ¿quién soy yo? es contestada ahora con innumerables variaciones. La búsqueda de vocación definitiva se hace más premiosa y urgente, muchas veces estimulada por hermanos o amigos que se casan o comienzan a trabajar. Para muchos adolescentes dicha etapa constituye un desarrollo lógico y no conflictivo de procesos previos. En otros casos, hay conflictos más abiertos que llevan, a veces, a la así llamada por Erikson MORATORIA PSICOSOCIAL.

      La identidad consiste en la sensación de continuidad del sí mismo ("self) personal a lo largo del tiempo. Dicha identidad hace a la persona diferente tanto de su familia como de sus coterráneos. Ella confiere cierta previsibilidad a las conductas individuales en diferentes circunstancias, y acerca y diferencia, al mismo tiempo, al joven de su familia, grupo social, colegas profesionales y laborales, grupo etario y momento histórico. El completar la propia identidad es personal y socialmente necesario para, posteriormente, evitar fluctuaciones extremas. La elección vocacional se hace con un costo interno y externo: el cambiarse de una carrera a otra cuesta cada vez más en la medida que transcurre el tiempo. Lo mismo vale para la elección de pareja, ya que el daño emocional que conllevan las separaciones matrimoniales es progresivo, en la medida que transcurre el tiempo.

      En algunos cuadros clínicos, como ciertas neurosis y patología limítrofe del carácter, se aligera este cierre y delimitación de elecciones. El patológico síndrome de difusión de identidad descrito por Erikson se advierte en sujetos que, crónicamente, van de oficio en oficio, de carrera en carrera o de pareja en pareja, ya que no han logrado una definición positiva de la propia identidad. La alienación y el fatalismo juveniles y el cierre prematuro de la identidad son otros desenlaces posibles, pero anormales de este período.

      Los problemas de identidad en la mujer se centran en la opción entre el papel matrimonial y el laboral. La preparación para un título universitario pasa, en algunas adolescentes, a tener mucha más importancia que la búsqueda de una relación de pareja adecuada. El encontrar marido y el realizarse profesionalmente son percibidos como objetivos incompatibles, generándose dinámicas de competencia intelectual con los varones que se les acercan: ellas se sienten, constantemente, superiores a éstos. Dicha configuración explica por qué es más frecuente en mujeres profesionales la soltería prolongada.

      La identidad yoica, en este período, pasa a fusionarse con la capacidad de intimidad: el saber que se es amada y que se ama, y el poder compartir el yo y el mundo con otra persona. Esta capacidad de intimidad sólo aparece después de tener una razonable fe en sí mismo y en la propia capacidad de funcionar en forma autónoma e independiente: antes de caminar de a dos, es necesario saber caminar solo. De otro modo, se necesita al otro no como persona sino como bastón. La identidad de la mujer pasa también a depender, en gran medida, de las características y capacidades de su pareja. Ello hace que, a veces, se orienten al matrimonio más rápida y activamente que los hombres. Esta es una etapa difícil para la mujer, pues culturalmente se espera que adopte un papel más pasivo y receptivo que el varón. En general, la capacidad para la intimidad tiene una función más central en la formación de la identidad femenina que en la masculina.

      Sólo al final de la adolescencia está el joven preparado para una relación íntima estable. En los períodos previos predominan la exploración y la búsqueda, y hay una mayor presión de impulsos que buscan descarga, así como un mayor grado de egocentrismo y narcisismo. La coparticipación y el interés en la satisfacción del otro se hacen sólo gradualmente más centrales. Existen casos en los cuales el sexo se mantiene separado del amor y del cariño. Éste puede prestarse a ser juego, deporte o camino para superar las propias inseguridades, siendo usado agresivamente en la relación con el otro. Varias desviaciones del impulso sexual, como el sadomasoquismo o el exhibicionismo, son ejemplos en la práctica clínica de la afirmación anterior.

      Las variaciones en la conducta sexual y de acercamiento de pareja han sido documentadas por diferentes estudios chilenos. Así, Álamos (op. cit) demostró cómo la dicotomía amor-sexo recién aludida es más acentuada en la adolescencia inicial que en la tardía. De los doce a trece años sólo el 46% de los adolescentes informa experimentar atracción física hacia la mujer que se quiere. Este porcentaje sube a un 83% en el período de dieciséis-diecisiete años. La frecuencia de relaciones heterosexuales encontrada en el estudio recién aludido de Álamos, en adolescentes de nivel medio alto, fue de un 36,4% entre los varones. En el mismo sexo, Avendaño (op. cit.) encontró un 56,7% entre adolescentes de nivel medio y medio-bajo en el sector norte de Santiago de Chile. Las mujeres del último grupo habían tenido relaciones en un 19,4%. Velasco(71) halló un aumento en la frecuencia de las relaciones sexuales entre las mujeres, desde un 6% a los quince-dieciséis años, hasta un 31% entre los diecisiete a diecinueve. Todos los estudios, por lo tanto, concuerdan en la mayor frecuencia de conducta sexual activa en el varón de estratos socioeconómicos bajos. En nuestros estudios antes mencionados, en una muestra representativa de los adolescentes escolarizados de Santiago de Chile en 1994, un 22,7% señalaba haber tenido relaciones sexuales, la mayoría de las veces en forma única u ocasional. El porcentaje de relaciones frecuentes aparecía en un quinto del total de adolescentes iniciados sexualmente. La conducta homosexual era aún más rara: un 1,6% de los varones y un 0,2% de las mujeres informaban experiencias de este tipo. Más adelante volveremos a estas cifras.

      El fin de la adolescencia es, por lo tanto, un cierre de un tiempo de cambios rápidos y de exploraciones, y lleva a uno de compromiso personal y laboral: la adultez joven que, externamente, puede parecer una restricción y una pérdida de los horizontes amplios que caracterizaron al período que acabamos de revisar. Los logros típicos del final de la adolescencia que se.encuentran normativamente son entonces los siguientes:

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