La educación superior de Chile. Andrés Bernasconi. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Andrés Bernasconi
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425750
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arranca precisamente de la constatación de que esta existe en entornos turbulentos que la someten a tal cantidad y variedad de nuevos desafíos que no es capaz de responder. “Las universidades se hallan atrapadas en el fuego cruzado de las expectativas. Y todos los canales de demanda exhiben una alta tasa de cambio. Frente a esta sobrecarga, las universidades descubren tener una limitada capacidad de respuesta”16 escribió Clark (1998, p. 131) en su momento, aserto que desde entonces se ha visto confirmado. Todas sus capacidades —financieras, de infraestructura y equipamiento, de gobierno y gestión organizacionales, de producción y transmisión del conocimiento académico avanzado, de vinculación con el medio, de inserción internacional, etc.— resultan insuficientes y las organizaciones se ven superadas. El propio Clark se refiere a un desequilibrio de demanda-respuesta, metáfora que sirve como una primera aproximación a nuestro tema. El contexto cambia más rápida y variablemente que las capacidades organizacionales de las universidades de reacción y adaptación.

      Con todo, esta metáfora corre el riesgo de reducir el cambio en la educación superior a una mera cuestión de estímulo-respuesta; es decir, a un enfoque funcionalista-conductista de pura adaptación de organismos a las variables condiciones de su entorno. Es imprescindible evitar esta trampa que lleva a pensar que todo cambio en este campo organizacional es motivado exógenamente. Para ello se vuelve necesario además introducir en el análisis aquellos niveles constitutivos de la educación superior como tal, esto es, con independencia de su entorno —léase, la educación superior como institución, las organizaciones o entidades individuales que llevan a cabo sus funciones, y el campo organizacional o sistema nacional conformado por estas últimas en su conjunto, con sus interacciones—, junto con un nivel adicional, el de las políticas públicas dirigidas al sector, que formando parte del contexto externo conviene, sin embargo, tratar separadamente por su especial importancia para la comprensión de las transformaciones que ocurren en este campo a largo plazo.

       Institución

      Efectivamente, la educación superior como institución requiere una consideración de primera prioridad conceptual, incluso antes de abordar las organizaciones que realizan las funciones propias de la educación superior (y que habitualmente son llamadas también instituciones de educación superior).

      Desde la perspectiva del análisis neoinstitucional o de sociología organizacional neoinstitucionalista (Scott, 2014, pp. 47-53; Powell y Bromley, 2013; Powell, 2007), la educación superior aparece ante todo como una estructura social que a lo largo del tiempo ha configurado una suerte de matriz cultural para organizar la elaboración y transmisión del conocimiento avanzado dentro de las sociedades modernas, junto con servir como medio para el desarrollo de las disciplinas académicas y la certificación de los procesos formativos del personal profesional, técnico y científico. Puede entenderse, por tanto, como la institucionalización de un sistema de conocimiento; la base cultural para un tipo de autoridad basado en principios racional-científicos y un componente esencial de la modernidad. “La educación superior es, y ha sido, la institución central del sistema moderno. A lo largo de muchos siglos pone en relación un conjunto en continua expansión de específicas actividades, roles y organizaciones con un núcleo cultural universal y unificado. Y define categorías de personas certificadas como portadoras de esa relación y en posesión tanto del núcleo cultural relevante como de la específica autoridad para desempeñar dichos roles” (Meyer et al., 2007, p. 210).

      Esta matriz tiene aspectos regulativos, normativos y cognitivo-culturales (Scott, 2014, pp. 59-71) que proporcionan estabilidad y sentido a la tarea de la institución, al mismo tiempo que pueden ser fuente de cambios —revolucionarios o incrementales— ya sea por su desalineación interna o en relación con el contexto de sociedad en que la institución existe y se halla en permanente proceso de institucionalización, desinstitucionalización o reinstitucionalización (Kwiek, 2012). Bajo esta perspectiva, se sostiene que “las estructuras organizacionales formales reflejan no solo demandas técnicas y dependencias de recursos, sino que son moldeadas también por fuerzas institucionales, incluidos mitos racionales, conocimiento legitimado a través del sistema educacional y las profesiones, la opinión pública y la ley. La idea clave de que las organizaciones están profundamente emplazadas en un medio ambiente social y político sugiere que las prácticas y estructuras organizacionales son frecuentemente reflejos o respuestas a reglas, creencias y convenciones incorporadas en ese medio” (Powell, 2007, p. 1).

      Por ejemplo, al orden de la educación superior como institución pertenece la “idea de la universidad”, que es a la vez tácitamente regulativa, en cuanto el espíritu y a veces incluso la letra de la ley consagran una idea de esa “idea”, normativa, en tanto contiene valoraciones y representa por tanto una concepción de lo deseable y ciertos estándares respecto de los cuales puede evaluarse a las organizaciones existentes, y cognitivo-cultural, en cuanto proporciona un marco conceptual para pensar y hacer sentido de la universidad como organización, apelando a tradiciones como la humboldtiana o napoleónica o, localmente, a las figuras de A. Bello o de V. Letelier y su noción de una universidad (la de Chile) como expresión del Estado (docente).

      Estos aspectos pueden también desalinearse entre sí, como ha ocurrido en Chile en momentos de crisis, notablemente alrededor de 1967 o, más recientemente, en torno a las protestas estudiantiles. O pueden, como aspectos, desalinearse respecto del vínculo que la educación superior mantiene con otras instituciones fundamentales, v.gr., el Estado, el mercado, la cultura, la familia. O bien puede ser que el desalineamiento se provoque entre la “idea” y el contexto, como ocurre hoy en diferentes partes del mundo donde se debaten concepciones polares de universidad. Por ejemplo, a un lado, como formando parte crecientemente de la organización industrial-capitalista de la sociedad (“capitalismo académico”) o, en el lado opuesto, como expresión precisamente de su tradición (“idea” o “mito”): una entidad con un fondo moral altruista, y cognitiva y culturalmente concebida como una comunidad libre de cualquier interés utilitario o lucrativo, todo lo cual se manifestaría —regulativa y normativamente— en su estatuto de organismo colegial, de vocación y servicio públicos y sin fin de lucro (Brunner, 2012).

      A la pregunta por la naturaleza de los cambios en la esfera ideal-cognitiva y valórico-normativa de la institución —con sus fuertes codeterminaciones simbólicas— y sobre el patrón de evolución a la que se hallaría sujeta la institución de la educación superior, responde desde un ángulo la sociología histórica y, desde otro, la escuela del neoinstitucionalismo y el análisis organizacional, como acabamos de mencionar.

      El tránsito del acceso a la educación superior desde una fase de elite a una de masa y a una universal que estudiamos en este capítulo para el caso de Chile va acompañado de cambios en la propia noción de educación superior y su figura cultural como sucede, por ejemplo, con la manera de apreciarla sucesivamente como un privilegio, un derecho y una obligación, para utilizar la idea de Trow (1974). Son tres maneras diferentes de entender la institución, cada una con su entramado de dimensiones cognitivas, normativas y regulativas. ¿Ha de entenderse la educación superior como parte orgánica de la alta cultura, una proyección del Estado, una industria o un medio de promoción social? ¿Es un bien público, un bien de apropiación privada, un bien posicional o un bien de consumo cultural? ¿Es un fenómeno de interés particular de las elites —de su composición y circulación— o un fenómeno propio de la sociedad de masa, de interés del hombre medio? ¿Apunta a preparar para el desempeño de roles ocupacionales o cumple un papel de afirmación y legitimación de los sistemas de conocimiento experto, igual como ayer la iglesia dio lugar a un sistema de conocimiento basado en la fe? ¿Debe estudiarse la universidad en Chile como respuesta a los requerimientos funcionales de la economía, como un mecanismo de selección estamental y de estatus o como la institucionalización de la moderna “idea de universidad” en alguna de sus ramificaciones en torno a los postulados de Kant, von Humboldt y los creadores de la Universidad de Berlín, de la universidad imperial napoleónica y el Estado docente, del cardenal Newman y los grandes rectores de universidades de los Estados Unidos, de Jaspers a Habermas en Alemania, o de pensadores latinoamericanos como Mondolfo, Darcy Ribeiro o Millas?

      También en Chile existe un debate de baja intensidad en este plano durante el último medio siglo, como muestran los escritos de Medina Echavarría y Scherz