“¡Que descubrimiento!”, pensé, “la manera en que experimentamos a Dios tiene consecuencias sobre la manera en que nos sentimos en relación con nosotros mismos, nuestros pensamientos y nuestros problemas”.
“Mi descubrimiento es de una obviedad absoluta”, pensé a continuación, “y todo el mundo sabe esto. Probablemente yo he estado demasiado concentrada en otros asuntos como para notarlo”. Sin embargo, me producía una increíble euforia y la necesidad urgente de compartirlo con otras personas.
Como respondiendo a un llamado silencioso, una pastora ya entrada en años apareció en el borde del desfiladero. En apenas unos minutos estuvo cerca de mí. Llevaba un atado de ramas secas para el fuego, traídas seguramente desde muy arriba del cerro. Sin pronunciar palabra, se sentó a mi lado. Mirando sus profundos y neblinosos ojos y su piel tan curtida por décadas de vientos, arenas y fríos, se podía ver a una persona que debía haber llegado muchas veces a la sensación que me acababa de asaltar.
No pude evitar compartir la energía del momento. Mientras nos ofrecíamos mutuamente nuestras porciones de hojas de coca –siguiendo la costumbre andina–, de pronto le dije, señalando las montañas, el suelo y a nosotras mismas:
“Dígame, señora… esto es Dios, ¿verdad?”
Y la pastora me respondió:
“Muy cierto, m´hijita. Usted y yo y todo lo demás. Eso es Dios”, y ofreciendo una preciosa e infantil sonrisa que contradecía sus años, se levantó y continuó su viaje hacia quién sabe qué lejano hogar.
Volví a ver muchas veces a doña Juana durante mis años recorriendo y viviendo en el Valle Calchaquí. Pude comprobar que la expansión y la alegría que proceden de una visión unificada de la Naturaleza, Dios y las personas, puede ser permanente y duradera, instalada en cada área de la existencia. Muchas son las penurias y dolores que doña Juana atravesó a lo largo de su vida, pero jamás la vi lamentarse, protestar, desesperarse o perder el entusiasmo con el que empezaba cada día.
No es que fuera una persona especial.
Era una persona que participaba de una cosmovisión que le otorga a la vida humana el sentido de integridad y felicidad que siempre debió tener.
La manera en que describas tu relación con la Totalidad (ya sea que la consideres un Dios –amigable o arbitrario–, una máquina, o la nada misma), impactará en tu visión de ti mismo, de tus circunstancias y de cada aspecto de tu vida.
COSMOVISIONES DISPONIBLES
Una cosmovisión es el conjunto de “nociones que tiene el hombre sobre el universo, a su lugar en él y al análisis de la vida como un hecho integral”(15).
Para decirlo en forma aún más simple, una cosmovisión es la forma en la cual creemos que funciona el mundo, la manera en que está ordenado, sus reglas implícitas, su sentido. La cosmovisión nos señala –aunque no siempre está explícito– lo que podemos y no podemos hacer. Nos promete posibilidades y nos muestra límites precisos.
Existen tantas cosmovisiones como configuraciones culturales. Todos los grupos humanos que han habitado el planeta han construido una imagen de cómo es el mundo, y se han comportado en forma coherente con este modelo. Nosotros mismos, aunque no siempre seamos conscientes de esto, actuamos en nuestra vida cotidiana de acuerdo a un modelo del mundo, y nuestras expectativas acerca de crecer, tener éxito y ser felices, dependen en gran medida del tipo de cosmovisión que consideremos verdadera.
De todos modos, aunque una persona participa de una cultura, no siempre opera según la cosmovisión de la mayoría. Siempre hay espacio para la libertad personal –sobre todo si hay experiencias intensas que modifiquen la forma en que consideramos la vida, como las crisis o los momentos cumbre, como el que relaté al comienzo de este capítulo. Eso es lo que permite que personas como doña Juana y yo, procedentes de enclaves culturales tan diferentes, pudiéramos coincidir en una visión del mundo.
La eterna lucha entre el Bien y el Mal
La historia del mundo occidental fue configurando la cosmovisión que es más popular en el mundo actual, sobre todo en los centros urbanos y las áreas rurales adyacentes. Es una cosmovisión que podemos categorizar como dualista. La realidad es clasificada según polaridades: los sucesos son buenos o malos, las circunstancias son positivas o negativas, existe un Dios que ocupa un ámbito superior, junto con seres espirituales de calidad elevada, y seres vivientes del mundo material, de una categoría inferior.
Este modelo de realidad es muy antiguo y ha aparecido en muchas culturas durante la historia de la humanidad. En él, se registra una lucha permanente entre dos poderes que reflejan modos antagónicos de ser y nuestra evolución es determinada por la manera en que incorporemos más luz y dejemos atrás más oscuridad. De esa manera, ascendemos, en una imaginaria escalera hacia el Bien Mayor o –simplemente– ganamos las batallas. Esto último queda claro en cada éxito del cine norteamericano de acción, donde podemos ser testigos de que “el Bien siempre triunfa” y el villano perece(16).
Todo, desde la identidad individual hasta lo que nos sucede, es interpretado según esta dualidad. En las versiones más extremas de este modelo, el alma es considerada algo que se opone al cuerpo, tratando de liberarse de él como de una carga. El espíritu se contrapone a la materia, lo visible a lo invisible. Todo lo que esté vinculado con la polaridad luminosa (el alma) es esencialmente “correcto”, desde el punto de vista ético o moral, mientras que lo vinculado a la otra polaridad (el cuerpo) es esencialmente impuro y tendiente a errores que deben ser corregidos.
Es cierto que las experiencias polares parecen saltar a la vista con una evidencia demoledora: hombre/mujer, día/noche, sueño/vigilia, y parece de sentido común que organicemos de este modo la realidad. Sin embargo, polaridad no implica dualismo. La primera observa el hecho de que la energía se manifiesta de dos maneras complementarias, la segunda aplica a la polaridad juicios de valor que no se discuten.
A las generaciones jóvenes puede parecerle ridículo que a alguien se le ocurriera decir que el hombre es superior a la mujer, o que la mujer tiene una carga negativa para la sociedad. Sin embargo, si revisan sus manuales de historia encontrarán muchos ejemplos de la proyección de ese concepto en la vida cotidiana en la Europa Medieval donde incluso se discutía si las mujeres tenían un alma.
A lo largo de la historia humana ha habido otras derivaciones de esta visión, desde la discriminación racial hasta las guerras religiosas, porque siempre que se ha vivido desde el dualismo, necesariamente se ha debido señalar a otro en oposición al uno, un “ellos” en oposición a un “nosotros”.
Cuando observamos la Naturaleza, sin embargo, no aparece nada que sostenga la idea de que una de las polaridades aporte un bien mayor al mundo que la otra. ¿Es superior el día a la noche? ¿Es acaso el Polo Norte “más puro” que el Polo Sur? ¿Es acaso el spin –o giro– hacia la derecha de una partícula preferible al spin a la izquierda?17*
El piloto automático del dualismo está muy presente en nuestro discurso cotidiano, incluso dentro del ámbito de la espiritualidad. Cuando las cosas salen bien, decimos que “la luz” se ha impuesto sobre “la oscuridad”. Muchas veces, las personas que están en el camino del desarrollo personal consciente se consideran “guerreros de la luz”, siempre alertas respecto a los “guerreros de la oscuridad” que acechan. Los conflictos, enfermedades, fracasos, catástrofes, se adjudican a la acción de fuerzas “negativas”. La lucha suele extenderse a la propia vida: el alma debe superar al cuerpo, la abstinencia es noble y la riqueza, corrupta. Son asociaciones muy enquistadas en nuestro inconsciente colectivo, porque han sido repetidas como verdades indiscutibles a lo largo de los siglos.
Por supuesto que poner en duda la dualidad como camino no implica que ignoremos las acciones destructivas de otras personas y no hagamos algo por mantener el orden de los miembros de una comunidad. Pero no se trata de bondad y maldad en una épica lucha. Existen actitudes que propician la salud y actitudes que la afectan tóxicamente. Comportamientos que expanden, dan apertura, ayudan a florecer; y comportamientos que constriñen,