Se siente como la forma natural de entender este tema: mientras creemos que todo está escrito, o que lo que nos sucede es un castigo por algo que no recordamos haber hecho, queda poco margen para generar algún cambio. Nuestras condiciones de existencia se vuelven dependientes de circunstancias ajenas y nuestra única reacción posible es la resignación. ¿Creyeron las culturas ancestrales en la reencarnación? Muchas de ellas sí, pero siempre basándose en la idea de que el nuevo nacimiento vuelve a ofrecer –intactas– las oportunidades para todos por igual.
Hoy veo que, en la historia de la Humanidad, los planteos deterministas se han convertido en instrumentos funcionales al sistema de poder global. Cuántas personas andarán hoy por el mundo planteándose cosas como: “Si nada puedo hacer para cambiar mis circunstancias, ¿por qué preocuparme?, ¿para qué invertir energía? Me quedo sentado en casa, mirando la pantalla del televisor y soñando con que llegue aquello que tiene el poder de cambiar mi vida (un nuevo gobierno, un televisor más grande, un billete de lotería ganador…)”.
Las personas apegadas a estas ideas no son libres para disfrutar, pero tampoco para contribuir. ¿Qué podemos brindar al mundo si creemos que nada cambiará? ¿Cómo puede la comunidad beneficiarse de nuestros talentos si nos sentimos a merced de fuerzas arbitrarias? ¿Cómo podemos colaborar en la creación de un mundo mejor si no tenemos fuerzas para tomar el comando de nuestras circunstancias?
A cambio de nuestra resignada aceptación, el sistema nos ofrece una variedad de compensaciones: la satisfacción de tener el auto último modelo, la intensidad de las adicciones, un retiro glamoroso en nuestros años dorados.
Distracciones de lo que realmente da sentido a nuestra existencia: vivir con plenitud, siendo nosotros mismos, compartiendo con libertad aquello que nos hace únicos, creando, creciendo, amando, floreciendo juntos.
Eso es Poder Personal y es algo que nos han quitado históricamente, a través de descripciones de la realidad en donde solo podíamos ser testigos de lo que sucedía, nunca protagonistas. Es tiempo de recuperar el comando de nuestras circunstancias. No se trata solamente de nuestra vida individual. Tiene un propósito más amplio, se proyecta a la comunidad y se multiplica en efectos para las generaciones que nos siguen.
La búsqueda de poder personal no es una “pretensión del ego”. Es una necesidad de la especie.
Los que practicamos una Espiritualidad Natural en seguida descubrimos dos noticias: una mala y una buena. La mala noticia es que nadie vendrá a rescatarnos. La buena es que no necesitamos que venga. Hemos sido bendecidos con la plena responsabilidad por nuestras circunstancias. El Maestro dice: tu destino está en tus manos, es tu obra, tienes la materia prima y las herramientas. Y luego pregunta: ¿cuándo saldrás al mundo a hacer algo espectacular con tu vida? La práctica nos brinda el entrenamiento para convertir los recursos energéticos que tenemos en sueños concretados y a la vez en un aporte significativo al mundo.
Integración con uno mismo
Vivimos dentro de nuestra cabeza. No es que nos guste mucho (de hecho, nos fastidia ese monstruito interno que llamo “parásito mental”), pero nos cuesta mucho superarlo(12). Para encontrar soluciones, acudimos a la lógica, el análisis, la deducción, el cálculo, funciones del hemisferio izquierdo del cerebro. A veces, algunas personas tratan de acceder al conocimiento que puede brindar su intuición, buscan respuestas en sueños, o desarrollan la expresión creativa; funciones todas del hemisferio derecho. Sin embargo, la mayor parte del tiempo interpretamos la realidad más que percibirla, lo cual le impone un sesgo muy condicionante a la información que recibimos.
Ante una decisión, por ejemplo, cambiar de trabajo, estamos más predispuestos a analizar al detalle los pros y los contras, cuánto vamos a ganar, cuánto vamos a gastar en viajes, cuán cerca queda la nueva oficina de nuestra casa, y cosas así, que a preguntarle a nuestro maestro interno cómo se siente con la noticia. Muchas veces percibimos que “un lugar no se siente bien” y que quizás lo mejor es retirarnos, pero insistimos en desoír los reclamos de esa poderosa intuición, con consecuencias nefastas, obviamente.
La Espiritualidad Natural propone integrar la mente, el corazón, el cuerpo y el propósito para tomar nuestras decisiones desde el todo integrado que somos. El objetivo consiste en otorgarles un lugar equivalente en la experiencia cotidiana. El corazón ha ido perdiendo su lugar debido a nuestra evolución tecnológica, y sin embargo, se sabe que es donde primero se registran los eventos del mundo externo(13). El cuerpo ha sido difamado por la historia de nuestra sociedad como vehículo del pecado y luego convertido en mero objeto estético. Cuesta validar sus mensajes, pero su sabiduría es irreemplazable. La percepción sutil, trabajando desde la asociación y no de la interpretación, informa de manera contundente. ¿Por qué, entonces, seguimos interponiendo los filtros analíticos a todo lo que experimentamos?
Quizás nos faltan métodos simples para vivir integrados, pero es necesario crearlos. Al integrarnos, descubrimos que cada uno es un ser completo, un espíritu en viaje por el planeta. En el entrenamiento de llevar esta integración a lo cotidiano, encontramos la fortaleza y el equilibrio que anhelamos. Veremos más adelante en este libro, muchas herramientas para lograrlo.
Rescate de la autoridad interna
La sociedad actual posee un modo muy curioso de probar la veracidad de una afirmación: si lo dice una persona de prestigio, debe ser cierto. El prestigioso en cuestión puede haber ganado resonancia a través de apariciones televisivas, conferencias en lujosos hoteles o la cantidad de ejemplares vendidos de su último libro. Sus afirmaciones se convierten en ley. Y los espectadores no escuchan su propia voz cuando les dice que algo no cierra en el discurso del conferencista, y prefieren ignorar o reprimir esa sensación interna de incomodidad.
Esa voz interna es el criterio propio, que trata de abrirse paso entre los pesados cortinajes del criterio de autoridad. De niños, se nos dijo que no había que discutir lo que decían los mayores, y que, si lo decía la maestra, debía ser verdad. Hoy, repetimos el patrón, sancionándonos internamente si llegamos a dudar.
Algo similar sucede con la palabra escrita que haya alcanzado masividad. Si repito algo que se publicó en algún “Gran Libro”, estoy diciendo algo que indiscutiblemente es verdad. Si, en cambio, cuestiono algo que se publicó en el “Gran Libro”, probablemente no sé de qué estoy hablando (o no leí bien el libro...).
Uno de los rasgos esenciales del camino hacia una Espiritualidad Natural es la ausencia de dogma. “El chamán puede decirte dónde mirar, pero no qué es lo que tienes que ver”, me explicó una vez uno de mis maestros zulúes.
Un instructor puede compartir con nosotros muchas herramientas, pero sólo nosotros podemos convertir la experiencia en aprendizaje. Lo haremos mediante la observación, la práctica, la transformación de actitudes. El entrenamiento. No existe quien posea la verdad más allá del Espíritu, y aunque algunas versiones de esa verdad puedan resultar más atractivas que otras, solo constituyen porciones del cuadro completo de la realidad trascendente. Desde ese punto de vista, ninguna opinión es más autorizada que otra.
Encontrar nuestro propio criterio, aceptarlo y defenderlo, es uno de los entrenamientos cruciales de nuestro momento actual. Incorporar lo sagrado a lo cotidiano nos muestra el maestro en nosotros y en la comunidad. La Espiritualidad Natural puede ofrecernos recursos, en la forma de prácticas, ceremonias o ejercicios, para desarrollar mayor libertad, pero el desarrollo del respeto por nuestra opinión personal –aunque se oponga al consenso– es un asunto que queda bajo nuestra responsabilidad.
De hecho, tú eres un maestro autorizado para el mundo. Tu maestría es tu experiencia, la forma en que hayas resuelto tus desafíos.
Recuerda siempre que si hay algo que quieres decir es porque alguien en la comunidad necesita escucharlo.