Este modelo del mundo requiere, además, dedicar un esfuerzo muy grande para evitar o negar aquellas evidencias que lo pongan en peligro, fenómenos que no puedan ser explicados desde un modelo material. Los casos de comportamientos inusuales de la materia que se están manifestando una y otra vez, constituyen un gran desafío para quienes pretenden mantener este modelo del mundo. En dichas experiencias, todos los protocolos de rigurosidad requeridos han sido cumplidos y, sin embargo, los fenómenos siguen produciendo escozor en ciertos ambientes académicos y no se habla mucho de ello.
Esto parece ser un defecto de fábrica de los modelos científicos: para llegar a establecerse rompen revolucionariamente con las pautas del modelo anterior, pero una vez consolidados, se niegan a considerar aquellos datos que evidencien que el modelo no es suficiente y debe ser superado… de nuevo. Se aferran a su propia ortodoxia, como antes lo hizo la generación anterior de científicos. Es como el padre que hoy reprime en su hijo quinceañero por las mismas conductas que él disfrutó durante su propia adolescencia.
Cerrarse a priori a las experiencias que puedan poner en duda el modelo vigente nos aleja de la ciencia y nos devuelve al oscuro terreno del dogmatismo y la superstición. Hemos pasado de “creer ciegamente” en el Dios que nos presentan las religiones a “creer ciegamente” en el mundo mecánico que nos presenta la ciencia.
Este modelo también es dualista. El “otro” que se opone, en este caso, es el mundo irracional de lo que no se puede medir, concepto que justifica una caza de brujas al estilo siglo XX, en donde los perseguidos son aquellos que se atreven a cuestionar la materialidad de la existencia, los que perciben energía con sus manos, los que han sido testigos de fenómenos de curación espontánea, entre otros.
Toda cosmovisión dualista de la realidad, al establecer una superioridad de una parte sobre otra, intenta hacer desaparecer a la que considera inferior, o al menos transformarla, “convertirla” para el supuesto beneficio de la Humanidad. En cientos de ocasiones he observado cómo los partidarios de una visión materialista del mundo intentan llevar “a su fe” a quienes sienten algo diferente, con tanta convicción y paternalismo como lo habría hecho un evangelizador de la colonización.
¿Y si existiera una forma de considerar nuestra realidad, nuestro mundo y a nosotros mismos que no estuviera basada en la división sino en la integración? ¿Cómo sería nuestra vida si pudiéramos escapar a esta guerra entre mundos?
Unidad en la Diversidad
Afortunadamente, existe una alternativa a la cosmovisión dualista y es la visión del mundo como Unidad. Desde esta perspectiva, el individuo y el mundo pertenecen a la misma Totalidad Integrada. Dios y el ser humano son Uno. El Universo es una gran entidad armónica, y cada existencia particular es la expresión individual de esa entidad. No hay dualidad, hay una realidad con gran riqueza de matices, que se permite contener en su interior toda clase de manifestaciones.
Descubrimos, entonces, que la dualidad no es un rasgo inherente a la realidad sino una interpretación que hacemos de ella. Las polaridades están en todas partes (día, noche; femenino, masculino, etc.) pero la forma en que consideramos cómo es la relación entre ellos es una decisión: decidimos ver una dualidad como una lucha o como una complementariedad.
Podemos decidir también si esos opuestos son compartimentos estancos o existe un gradiente del cual solo constituyen un punto de referencia. Por ejemplo, ¿cuándo es algo realmente blanco o negro?, ¿Qué pasa con el gris? ¿Cuándo empieza realmente el día y deja de ser noche? ¿Cuándo una persona deja de ser generosa para convertirse en egoísta?
Desde esta cosmovisión de la Unidad, ninguna parte de la realidad es mejor que otra, superior a otra, de una manera absoluta y universal. Femenino y masculino, intuición y razón, luz y oscuridad, abajo y arriba, solo son diferentes formas de expresar una misma energía, y dentro de cada una también se encuentra la otra.
Lo que sucede no es ni bueno ni malo, simplemente ES.
Circunstancias que calificamos como “malas” pueden convertirse en portales de algo mejor a lo que vivíamos antes, y entonces, ¿podemos seguir calificándolas como malas? Existen miles de casos de personas que –a partir de una circunstancia espantosa, como la pérdida de un hijo-, encuentran su auténtico lugar en la comunidad a través de una obra de servicio, y descubren un nivel de plenitud personal, trascendencia y sentido que no habían experimentado de no haber sucedido aquella experiencia nefasta.
Es nuestra perspectiva la que determina el sentido de un suceso en nuestra realidad personal. Es nuestra mirada la que lo define, y no un código impuesto desde afuera. Circunstancias que pueden resultar traumáticas para la mayoría, pueden experimentarse como bendiciones para aquellos entrenados en ver que hay un sentido expansivo en todo. Lo viví en carne propia cuando, allá por el ‘98, el padre de mis hijas estuvo a punto de terminar con mi vida durante una violenta crisis de pareja. Fue un momento de dolor extremo, de sentirme traicionada en lo más profundo de mi ser y abandonada por Dios. Sin embargo, pronto comprendí que esa situación era mi pasaporte a una transformación radical de mi relación conmigo misma, con los demás y con la Totalidad. Ese evento facilitó la energía y el conocimiento silencioso que eran necesarios para que yo esté escribiendo estas líneas hoy, después de haber creado una profesión alineada con mi misión y una red de relaciones de amor significativas.
En lugar de correr desesperadamente hacia un nivel superior al que hay que llegar, el crecimiento se produce cuando disolvemos las fronteras que hemos creado. Pienso que, de lo que se trata, no es de seguir poniendo límites y divisiones, calificando ámbitos de la experiencia según su nivel de perfección. Se trata de descubrir la unidad de todas las cosas. Venimos a reconocernos en el otro, y en Dios. En la Unidad. En la Diversidad Integrada que constituye la Vida. Expansión se refiere exactamente a eso: dejar entrar más del otro en mí.
Y después de ese trabajo de descubrimiento y expansión, ¿existe un paraíso que nos espera, maravilloso, pleno y abundante? Sí. Y está en el AQUÍ y AHORA. Solo que casi nunca vamos a ese lugar.
Las personas no son superiores o inferiores, malas o buenas, simplemente SON, y su impacto en nuestra vida dependerá de la forma en que nos relacionemos con ellas. El mundo no es algo externo que observamos, medimos o utilizamos para nuestro beneficio, es una manifestación de nosotros mismos. No existe manera de predecir lo que sucederá, por muchos cálculos que realicemos, porque el futuro depende de nuestras intenciones y acciones. Tan dramáticamente diferente es la realidad con respecto al modelo mecanicista del mundo.
Pero es mi cosmovisión personal. Y los lectores no tienen por qué estar de acuerdo conmigo.
Mi DESCUBRIMIENTO personal (Un paseo por el infierno)
Creo que cada persona trae su cosmovisión consigo cuando llega al mundo y que pocas cosas pueden hacer que modifique esa gran creencia globalizadora. Puede ir y venir, explorando otros caminos, pero tarde o temprano, regresará a la fuente, a la certeza silenciosa de “cómo son las cosas” que ya traía al nacer, a esa cosmovisión natural.
Yo fui una niña solitaria y reflexiva. Me sentaba horas en la biblioteca de mi abuelo, sin haber aprendido a leer todavía, solo a hojear esos objetos llenos de símbolos incomprensibles. Esos objetos eran para mí, tesoros misteriosos.
Jugaba a viajar a otros planetas saltando por las terrazas de mis vecinos, intentaba comprender la comunicación entre las hormigas y me apasionaba desentrañar los misterios de un rayo de sol, pero lo que más me desvelaba era tratar de entender cómo era posible que la gente se atacara entre sí, siendo que todos vivíamos en la misma casa: el planeta Tierra, y que –tarde o temprano– lo que hacían a otros afectaría a todos, incluyéndose a sí mismos. “Este mundo está muy mal”, pensaba, “tenemos que cambiarlo.”
Es posible que los hechos violentos que los noticieros de televisión mostraban cada día en ese turbulento final de los ´60 haya estimulado este pensamiento