Por ejemplo, disfrazarse es aceptado en una fiesta donde específicamente se propuso la consigna de ir disfrazado, pero ¿qué pasa si voy disfrazado a comprar mi almuerzo? ¿Me dejarán ingresar al supermercado?
Chapotear bajo la lluvia puede proporcionarme mucho placer, pero, ¿qué van a decir los vecinos? Si me divierte jugar con mis hijos a sus juegos de niños, ellos lo aceptarán fascinados, pero ¿podré compartirlo con otro adulto? El concepto de juego no termina de entenderse bien en nuestra cultura. Está lleno de prejuicios y contradicciones.
El juego es libertad, o al menos debería serlo. Espontaneidad, cambio, improvisación. La chispa diferente que enciende la risa. Una inspiración de aire fresco. Al jugar me permito ser, cada vez, un personaje diferente. Y así salgo del papel estructurado y puedo ver en cada oportunidad al mundo (y la vida, y el amor, y a mí mismo) como si fuera la primera vez. Quizás el disfrute nos provoca culpa –sentimos que no merecemos disfrutar o que algo terrible sucederá si nos aflojamos– y por eso lo mecanizamos. Como sea, el camino de la sabiduría ancestral nos propone volver a disfrutar, volver a ser un niño, darnos permiso para salir a jugar.
Dicen que Don Juan, el maestro de Castaneda, se reía muy seguido, sobre todo cuando estaba hablando de un tema muy serio. De hecho, todos los maestros de sabiduría ancestral que he conocido son personas divertidas y relajadas. Y muchas veces, actúan como niños, expresando la sabiduría de la humildad.
Este es un entrenamiento que nos hace mucho bien. A nosotros y a los pequeños, que nos observan y aprenden, y así se entrenan en el arte de diseñar el mundo que vendrá.
Darte permiso para jugar es darte permiso para ser la versión de ti mismo que a cada momento elige tu corazón.
¿Quién tendría la autoridad para impedirte eso?
Espiritualidad Natural: regresar a tu Naturaleza Sagrada.
Desde hace un tiempo, hemos estado recibiendo señales de que existe otra forma de vivir, diferente a lo que nos han enseñado, saludable, completa, integrada, digna, libre, pero ¿cómo lograrlo?
Creo que la Espiritualidad Natural nos brinda un marco filosófico y un enorme conjunto de recursos para lograrlo. De hecho, ya está en nosotros. Aparece en el sentimiento de conexión con lo sagrado cuando estamos ante un paisaje hermoso. Cuando vemos reír a alguien en el tren y no podemos evitar contagiarnos. Cuando salimos corriendo a rescatar al delfín varado en la playa. La percepción espontánea de conexión total que surge cuando hacemos silencio mental y dejamos por un rato las interpretaciones y clasificaciones.
Y ¿quién vendrá a enseñar esta forma de espiritualidad? Respuesta: nosotros mismos, porque el maestro está en nuestro interior, expresado en nuestros sentimientos de asombro ante el Universo y sus maravillas, en el amor incondicional que experimentamos ante una madre cuidando a su bebé, sea de la especie animal que sea. Está en nuestra sensibilidad y en nuestra sabiduría innata, que reconoce en el Infinito su hogar y es capaz de dejar un legado inmortal a través del arte. Eso somos, aunque lo hayamos olvidado.
Podríamos llamar a ese maestro: el Ser auténtico. Aquel que sabe, porque así lo sentimos, como conocimiento silencioso y profundo. Es aquella parte de nosotros que no está condicionada ni por las estructuras de pensamiento vigentes ni por los miedos incorporados a lo largo de la vida. Es aquella parte de nosotros que despierta durante momentos de meditación profunda, o contemplando un amanecer en la montaña. Es la Conciencia Total expresándose en conciencia individual.
Es nuestra auténtica naturaleza, nuestra naturaleza sagrada.
Como vimos antes, la palabra saman se traduce como “el que sabe”. ¿Será entonces que cada uno de nosotros posee en su interior un chamán en potencia, un explorador de la realidad, un mago de lo trascendente que puede volar entre dimensiones y traer informaciones insospechadas y soluciones creativas?
Seguramente.
Sin embargo, despertar y movilizar ese chamán no es algo que pueda realizarse de manera lineal. De hecho, la Espiritualidad Natural es un conocimiento esférico, en donde cada elemento se conecta con todo lo demás. Más bien parece una red, como la tela de una araña, en donde cada vuelta repite la misma forma, pero un paso más allá...o más acá. Una obra creativa, un dibujo único donde cada ser va tejiendo el diseño de su crecimiento.
Esta es la manera de aprender e incorporar la conciencia espiritual que buscamos para dar sentido a nuestro mundo: practicando creativamente cada estrategia incorporada. En los pueblos ancestrales, se sabe que a lo largo de la vida vamos revisitando cíclicamente cada tema, encontrando cada vez más conexiones y puentes entre uno y otro. Cada iniciación habilita la siguiente, y la última, la de la muerte, nos inicia a otra forma de existencia, y así hasta la eternidad.
En este libro les propongo una ruta, aunque –por supuesto– no es la única ni la mejor. Les propongo jugar con distintas versiones de este camino y crear sus pasajes secretos y senderos alternativos.
En los capítulos que siguen navegaremos esta red interconectada, de la siguiente manera:
La tela de la araña: guía para seguir leyendo
Les cuento un poquito de qué se trata ese diseño.
Lo primero que llama la atención aquí es la presencia de la pequeña araña en la parte inferior. La araña es uno de los animales más inspiradores que conozco. Los nativos americanos cuentan muchas historias relacionadas con la araña, la mayoría vinculadas a la creación del mundo y a nuestra propia creación de la realidad personal. Mis maestros me han llamado la atención sobre esa peculiar capacidad de la araña para tejer, diseñando una realidad que está a medio camino entre el Cielo y la Tierra. Algo que debe recordarnos que nosotros, aunque la mayoría de las veces solo veamos lo material, somos también seres sutiles, campos de energía conscientes.
Algo que es aún más inspirador en la araña es que esa tela la construye con una sustancia que sale de su propio cuerpo. Qué mejor metáfora de nuestra propia creación, surgida de las entrañas (no de la cabeza). Del sentir profundo, no del análisis. De la experiencia vivida, que es –sencillamente– nuestra maestría.
Así, la araña se me manifiesta como el tótem ideal para este libro. Su protectora y su musa. De hecho, durante la redacción de la primera edición de este libro, una hermosa araña (Argiope Argentata) me acompañó desde su tela en el jardín, mostrándome distintos ángulos para presentar estos temas y sugiriendo conexiones a través de su obra.
Las telas de araña no se construyen en el aire, poseen un punto de inicio fuerte, que sostiene la obra. En el caso de la Espiritualidad Natural, este punto cero es la Cosmovisión. El modelo del mundo que tenemos, la forma en que lo describimos, y que guía nuestras acciones, nuestras expectativas y, por ende, nuestros resultados. La manera en que entendemos lo que está “más allá”. Nuestras creencias sobre lo trascendente y su manifestación material. Por eso, ese punto es el primero a explorar.
Luego de reflexionar acerca de nuestra cosmovisión, les voy a proponer trabajar con la Energía. Cómo verla, cómo sentirla, cómo entender la red que nos conecta a todos. La Nueva Física nos dice que no hay nada sólido, pero ¿por qué deberíamos creerle? Eso sería obedecer a otro “Gran Libro”, ¿verdad? Vamos a entrenarnos, entonces, en la propia exploración, aprendiendo a sentir la Naturaleza como lo hacían los ancestros, y entender por qué es necesario salir de la propia estructura del Yo mental para percibir más allá de los sentidos físicos.
A partir de nuestra experimentación con la energía, podremos entender mejor el Movimiento. Distintos grupos que aún mantienen la espiritualidad ancestral nos enseñan técnicas de sanación basadas en el movimiento. Girar, bailar, sacudirse hasta caer extenuado, o combinar posturas;