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No tenía trabajo y enfrentaba un juicio de divorcio difícil. Me sentía abandonada por Dios. Me sostenían emocionalmente dos hijas pequeñas a quienes debía mantener económicamente. Me torturaba una pregunta sin respuesta: ¿Qué sería de mi vida ahora? Lo académico ya no me aceptaba. Como un novio despechado, el mercado laboral rechazaba todos mis intentos de volver a integrarme. El curriculum de una Licenciada en Antropología no interesaba a las empresas, me faltaba experiencia en puestos administrativos como para aspirar a ser empleada y los encargados de las entrevistas de trabajo miraban con desconfianza los 4 años vividos en un pueblo perdido.

      Tomé entonces mis cartas de tarot, uno de los pocos recuerdos que habían sobrevivido al naufragio, y empecé a trabajar, atendiendo consultas de vecinas. Muy poco tiempo después se hizo evidente que mis lecturas combinaban los mensajes de la intuición con ejercicios venidos de las culturas que me inspiraban y que me parecía que podían ayudar a mis consultantes: una respiración aprendida en la cima de una pirámide mexicana; algún movimiento energético transmitido por un maestro ruso; una conexión con el ser querido a la distancia que me había enseñado un yatiri peruano.

      En el año 2000 decidí darle forma a todo ese bagaje. Tenía ante mí una gran diversidad de herramientas, cultivadas a través de lecturas, aprendizajes directos con maestros de sabiduría ancestral, experiencias propias, convivencia con culturas ancestrales, intuiciones y revelaciones diversas. ¿Cuál era el hilo conductor?

      Algo fundamental: todas apuntaban a fortalecer el re encuentro con aquello que ya está en nuestro interior, una Sabiduría Natural, que tiene todas las respuestas. Ese maestro interno que los años de domesticación parecen haber callado para siempre pero que con sutiles señales siempre nos dijo lo mismo: que somos únicos, que estamos aquí no para sufrir sino para amar y ser felices, que cada uno de nosotros tiene un propósito sagrado (ser auténticamente uno mismo) y que al activarlo es posible compartir con la comunidad nuestros talentos, capacidades, experiencias y creaciones, para que entre todos podamos construir un mundo mejor.

      Lo sabían los antiguos. Lo intuimos nosotros. Dios es Naturaleza. Dios es aire que respiramos. Dios es quien nos mira desde el otro lado del espejo. Todas las búsquedas nos conducen al mismo lugar. Todas las técnicas nos permiten alcanzar esa certeza. Es solo nuestra atención la que hace la diferencia en nuestra percepción, y solo existe una decisión que debemos tomar: si vamos a permitir o no que nuestro conocimiento natural vuelva a tener lugar en nuestra vida.

      Tenemos que decidir si vamos a creerle a la niña o niño que fuimos cuando dice: este mundo está muy mal, vamos a cambiarlo.

      Un sistema de entrenamiento para ayudar a recordar

      Al entramado de técnicas y ejercicios que diseñé lo llamé Chamanismo Integral. La idea era expandir la conciencia chamánica de los participantes, esto es: que lograran despojarse de filtros para ver la realidad y pudieran encontrarse con ellos mismos. Para encontrar quiénes genuinamente somos y dejar de cumplir con las expectativas de la sociedad, es necesario hacer un esfuerzo chamánico: buscar la verdad detrás de la verdad. Porque nadie nos ha entrenado para nuestro poder y porque nadie nos dijo que la realidad puede ser diferente a como dicen los libros. Mi objetivo estaba claro: al brindar estas herramientas a quienes se acercaran a mis talleres, quizás podría evitarles el dolor de transitar situaciones tan desgarradoras como las que yo había transitado. Hoy en día pienso que quizás es inexorable atravesar ciertos infiernos para conocer el paraíso.

      Al poco tiempo de empezar a compartir las pautas del Chamanismo Integral, me fui dando cuenta que la experiencia oceánica que había vivido el día del encuentro con Doña Juana era algo que se podía recrear en un salón con veinte personas sentadas en círculo. La sensación de formar parte de un Todo Inteligente, Amoroso, Misterioso y Perfecto, se hacía carne indefectiblemente en cada persona que compartía las prácticas. Las antiguas canciones ceremoniales se sentían familiares, ya fuera que venían de la cultura Cherokee o Mapuche. Algo profundamente humano se estaba despertando en el interior de cada uno de nosotros.

      Chamanismo Integral fue un marco de entrenamiento durante muchos años, sirviendo de puente hacia el conocimiento ancestral para cientos de personas, en varios países del mundo. Finalmente, un día, decidí ponerle nombre a la experiencia compartida, a ese fenómeno que estaba observando en mis alumnos y que se podría definir como la “experiencia espontánea de conexión con lo sagrado que se manifiesta cuando estamos en contacto profundo con la Naturaleza”. Lo llamé Espiritualidad Natural, y poco tiempo después empecé a escribir la primera versión de este libro, allá por el 2006.

      La Espiritualidad Natural está presente en la mayoría de las cosmovisiones de los pueblos que llamamos originarios, es decir, que se mantuvieron alineados con sus formas de ver el mundo y en contacto directo con la Naturaleza incluso después de la llegada de los conquistadores europeos que avanzaron imponiendo una visión dualista de la realidad.

      Esas cosmovisiones ancestrales –independientemente de la región que observemos– nos hablan de la complementariedad entre lo material y lo sutil, entre lo humano y lo animal, entre una opinión y su opuesto. La Totalidad, Dios, el Gran Espíritu, muchas veces son descriptos como un Gran Misterio. Misterio porque nuestras clasificaciones mentales no pueden llegar a describirlo, solo la experiencia puede rozar su magnitud y profundidad.

      Afortunadamente, vivimos en un momento de renovación del paradigma científico y un gran número de teóricos están expresando estas mismas ideas, pero desde el ámbito académico. Los nuevos descubrimientos de la física y los revolucionarios experimentos que se están produciendo apuntan –como ya dijimos– a la descripción de una realidad unificada(21).

      Si logramos concebir un modelo unificado de la existencia, Ciencia y Espiritualidad finalmente pueden reconciliarse. Los fenómenos inmateriales y los materiales no tienen por qué constituir ámbitos separados de la realidad, porque en una realidad de energía en lugar de objetos, un hecho como la telekinesis no asombra a nadie. Los fenómenos previamente catalogados como paranormales o esotéricos se vuelven experiencias naturales en esta descripción del mundo. Siendo que todos estamos unidos en una red de interconexión energética, se explica perfectamente la telepatía, la visión remota, las coincidencias significativas, la sanación a distancia. Dado que nuestra conciencia particular, y sus intenciones, están conectadas con el resto de la realidad, nuestros pensamientos no solo modifican la materia –como en los laboratorios modernos–sino que crean las circunstancias que configuran nuestra vida. Es un proceso que se ha desarrollado desde siempre y que continuará por siempre. Nuestros cambios internos producen efectos en nuestro entorno, porque no existe separación entre nosotros y nuestra realidad.

      Esta cosmovisión trasciende definitivamente la dualidad. Constituye una perspectiva que propicia nuestra libertad y a la vez nos entrega una gran responsabilidad. Es una visión de respeto por lo viviente, de cuidado de los recursos, y a la vez de apertura a lo desconocido. Honra lo sagrado en lo imperfecto. Estimula la expresión del amor en su estado más puro.

      Una cosmovisión da sustento a las experiencias que una persona tiene y a la vez le impone condiciones. El punto clave es ser conscientes de estas condiciones, ser explícitos, honestos con nosotros mismos. Preguntarnos: ¿cuál es mi visión del mundo? Y una vez que tengamos esa respuesta, preguntarnos: ¿Permite esa visión mi crecimiento, o lo limita? ¿Es una cosmovisión que me da poder y libertad como ser humano o me esclaviza en la culpa? ¿Es una visión que propicia el desarrollo de mi sueño, o que me encadena a los designios de fuerzas externas que no puedo controlar? Si el mundo es como mi cosmovisión lo imagina, ¿es posible que yo me libere del sufrimiento alguna vez? ¿De qué manera?

      Los modelos del mundo no son más que interpretaciones. Matrices que construimos para ordenar nuestras ideas y poder comunicarnos entre nosotros. No existe una forma mejor que otra. Puedes creer lo que quieras. Puedes suscribir a la cosmovisión que sientas más afín a tu personalidad, o la que has aprendido de tus padres, o la revolucionaria visión que has descubierto leyendo algún libro o escuchando a algún comunicador. Eso no es lo importante.

      Lo importante es que –a cada momento– recuerdes que la forma en que describes el mundo define el mundo que vas a vivir, porque solo vemos aquello que estamos dispuestos a ver. Solo podemos encontrar