En esas épocas remotas, los seres humanos asumíamos lo sagrado como parte del mundo en el que estábamos. Éramos conscientes de que –por el mero hecho de haber nacido–, los seres vivientes ya hemos sido iniciados en lo trascendente. De que, por el hecho de estar presentes, participamos ya en una realidad metafísica. Sabíamos que, como parte de la creación cósmica, ya somos protagonistas espirituales.
Fue en aquel duro y poderoso tiempo de nuestra historia cuando descubrimos que podíamos detener el pensamiento y escuchar en el silencio para acceder a un conocimiento profundo de nuestra realidad. Cuando algunos curiosos exploradores de la conciencia –que después la antropología llamó “chamanes”– se animaron a desafiar los límites de la razón y dar un paseo por otros territorios. Así, como en una aventura, íbamos encontrando más y más verdad, detrás de la verdad, detrás de la verdad.
Hoy, muchas personas se sienten animadas a ir por esa verdad. Observan sus circunstancias, la marcha del mundo, la angustia del hacinamiento y la escasez, la locura de una violencia que intoxica y se preguntan: “¿Esto es todo? ¿A esto vinimos?” y escuchan una respuesta imperturbable, persistente, en su interior, que dice “No. Esto no es lo que somos. Debemos cambiar esto. Podemos hacerlo mejor.”
Estas personas –tú entre ellas– se están embarcando en viajes de aventura con distintos navíos: las terapias energéticas, la filosofía budista, la física cuántica, los nuevos abordes de la psicología, la meditación Zen, el chamanismo. Todos llegaremos al mismo puerto, seguramente.
En el transcurso de este viaje descubrimos que nuestra realidad personal es una obra de arte que vamos diseñando. Como nos han enseñado muchos maestros de las culturas ancestrales: la vida es una canción que cantamos y a la que vamos haciendo variaciones a lo largo de nuestro transcurrir. Somos poetas que a cada paso vamos honrando la existencia con la belleza de nuestra obra. Porque todos somos creadores de magnífico talento: amamos, damos a luz, cuidamos a otros, luchamos por nuestros sueños.
Es muy probable que ser conscientes de este sagrado arte resulte el camino más rápido para la vida más completa, integrada y feliz que todos buscamos. Es posible que ese breve sentimiento de añoranza que experimentamos cuando entramos en contacto con la Naturaleza esté expresando el reclamo del alma en busca de canales más auténticos para escribir su poesía.
Porque estoy convencida de esto, desde hace más de 15 años dedico mi vida a transmitir las prácticas de Espiritualidad Natural que han llegado hasta mí desde innumerables y generosas fuentes. Es mi manera de honrar ese conocimiento, porque fueron dichas prácticas las que me rescataron del mundo limitado en el que vivía y me brindaron un orden interno (un mapa) y una dirección (un propósito).
Este libro es una manera muy concreta de poner esos conocimientos al alcance de todos y agradecer el hecho de que, a través de la aplicación de esos conocimientos a sus propias vidas, muchísimas personas con las que he compartido este viaje hayan transformado su experiencia vital en una aventura de creación y disfrute. Sencillamente, la forma en que todos merecemos vivir.
En este libro ofrezco, además, las prácticas ancestrales que han llegado hasta mí y los nuevos recursos que he desarrollado a partir de esas prácticas, con la esperanza de que los lectores encuentren en ellos el pasaje de regreso a su ser interno: creativo, integrado, sagrado, feliz. Su propio chamán interno. Su poeta del alma.
Muchas gracias por aceptar el desafío que esto implica.
2. INTRODUCCIÓN
¿De qué se trata el Chamanismo?
Los primeros que mencionaron la palabra “chamán” (shaman o xaman) fueron exploradores cosacos que avanzaban sobre la Siberia oriental en el siglo XVII. En el idioma original de las culturas de esa región –el tungus– la palabra es saman y refiere a un tipo especial de hechicero o sanador, cuyo arte consistía en acceder a estados de conciencia expandida a fin de obtener la información y poder necesarios para concretar con éxito su tarea de sanación. Esos estados de conciencia eran considerados viajes a otras regiones de realidad: otros mundos.
Con variaciones, esta forma de conectar con lo trascendente estuvo presente en muchas culturas de Asia y Europa. El significado literal varía de acuerdo a muchos criterios, pero fundamentalmente podríamos traducirla como “el/la que sabe” o “el que tiene espíritu”(1). Su tarea implicaba habilidades especiales, que venían de nacimiento o se entrenaban, pero que le permitían traer a la tribu verdades que no podrían haberse alcanzado de no ser por su tarea.
La antropología extendió rápidamente el uso del término, y hacia finales de siglo XIX era aplicado a toda cultura nativa cuya práctica espiritual pudiera considerarse extática, es decir, que involucrara viajes de conciencia en estado de trance, un estado de conciencia extraordinario “vivido por el ser humano como máxima manifestación de la unión con su divinidad”(2). Para los escritores románticos de esa época, el chamán ha evocado fascinantes imágenes de pureza salvaje y nobleza primitiva, en contacto con una Naturaleza divinizada. En ciertos círculos, el trance chamánico se convirtió rápidamente en el modelo de experiencia mística que permitía superar el materialismo de la sociedad industrial.
Hacia fines de los ‘60, la sociedad occidental enfrentaba las consecuencias de una forma de vida autodestructiva. Vietnam, injusticias sociales, discriminación y violencia, condujeron a muchas personas a buscar un “viaje a otras realidades” que aliviara su impotencia existencial. Muchos músicos de rock que en los años siguientes serían líderes de opinión para varias generaciones, transitaron experiencias con el chamanismo experimental y –de una manera muy poética– se convirtieron en facilitadores de momentos iniciáticos para sus seguidores, “abriéndoles los ojos” respecto a los peligros a los que la tribu planetaria estaba acercándose y movilizándolos para ser protagonistas de la transformación.
A fines de esa década, Carlos Castaneda, un antropólogo en trabajo de campo por tierras mexicanas, conoce a un maestro yaqui que lo adopta como discípulo. Buscando un informante, Castaneda se embarca en su propio viaje de iniciación. El maestro –don Juan– lo introduce en el mundo de los estados no ordinarios de conciencia y sugiere un modelo de realidad energética, que Castaneda irá desglosando a lo largo de una serie de libros, hoy clásicos. Según este comunicador, estas prácticas estaban enraizadas en la tradición tolteca del antiguo México, y –más allá de cuestionamientos y dudas– se convirtieron en los ‘60 y ‘70 en una corriente de pensamiento y una disciplina de trabajo personal alineada con la búsqueda de libertad de la época. Hoy, la toltequidad sigue siendo una fuente de prácticas y conceptos que revolucionan el universo personal y movilizan hacia una nueva forma de estar en el mundo(3).
Cuando en la década del ‘80 cursé mis estudios de Antropología en la Universidad de Buenos Aires, leer los libros de la saga de Don Juan era un paso inexorable –por supuesto, fuera del marco académico. Nos juntábamos a leerlo, a practicarlo, a debatirlo. Fueron los primeros y espontáneos talleres en los que participé, y es una formación que atesoro, porque tenía la pureza de lo auténtico. Éramos buscadores de sentido en una época histórica en la que parecía que el mundo viajaba en la dirección opuesta: hacia la locura de la posmodernidad.
En 1980, Michael Harner –otro antropólogo– publica un libro que pronto se convierte en manual de los nuevos practicantes del éxtasis, inaugurando lo que ha sido llamado el neochamanismo. En síntesis, Harner propone recuperar las técnicas chamánicas y el conocimiento ancestral, para ser utilizado por los miembros de la sociedad contemporánea. Harner fue un gran facilitador para muchísimas personas que se entrenaron en su sistema y dejó en nuestras manos un recurso maravilloso: el viaje con tambores, la forma de alcanzar estados de conciencia no ordinaria que utilizaron los pueblos siberianos y que permite –con el simple recurso de la resonancia, como explicaré más adelante en este libro– ir en busca de “la verdad detrás de la verdad”. En su libro, Harner sugiere a sus lectores que aprendan las técnicas propuestas y “disfruten de las aventuras que éstas le brindan”(4). El chamanismo escapaba, entonces, del marco académico para ingresar en la vida cotidiana, como herramienta de autoconocimiento, sanación