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a Alejandro, que lucía sus firmes pectorales cubiertos por vellos rubios colorados, que al estar mojados caían pesadamente.

      Continuaron caminando y emergieron por completo del agua, dejando al descubierto el esplendor de sus cuerpos. Facundo pensó que perfectamente podría haber sido la imagen para la tapa de un número de la revista Sport Life.

      Ambos se unieron al grupo para conversar en un lenguaje por momentos confuso, en medio de risas y en un clima de absoluta distensión.

      –Garotas... ¿y las mochilas? –preguntó Alfredo alarmado.

      –Pusimos todo junto y le pedimos a una señora que nos cuide las cosas –dijo Vera.

      El sol había desaparecido por completo, aunque aún había claridad y la gente se resistía a irse de la playa.

      –¿Vamos a tomar unas caipiriñas? –propuso Facundo.

      –Muy buena idea –dijo Marcelo.

      El grupo comenzó a caminar para recoger sus pertenencias. Alejandro se puso la bermuda y se quedó en cuero. Caminaron hacia un puesto sobre la playa y ocuparon un par de mesas que unieron para poder estar los nueve juntos.

      Alejando y Facundo, junto a Brunna y a Márcia se sentaron a la mesa, mientras que los otros cinco se quedaron en la barra esperando por las bebidas.

      –De qué parte de Argentina son–preguntó Márcia.

      –Todos somos de Buenos Aires capital –respondió Alejandro.

      –¿Uds.? ¿las cuatro son de São Paulo? –preguntó Facundo.

      –¿Cómo sabés que somos de São Paulo? –preguntó Márcia sorprendida.

      –Alguna de Uds. nos lo dijo hoy a la mañana –respondió Facundo.

      –Ah, Ok... si, las cuatro somos amigas de la infancia; nacimos y vivimos en São Paulo.

      El resto del grupo se acercó a la mesa cargando los nueve vasos de caipirinha.

      Entre medio de risas y de divertidos comentarios desinhibidos por los efectos de las dos rondas de alcohol, fueron espectadores de cómo la noche envolvía lentamente a las playas de Rio.

      –Bueno chicas, ¿vamos? –dijo Edna.

      –¿Ya se van a ir? –dijo Alfredo, desilusionado.

      –Si chicos, vamos al departamento a ducharnos y después saldremos a comer algo por ahí –agregó Márcia.

      –Podríamos encontrarnos para cenar o quizá, para tomar algo después de la cena –propuso Alejandro, mirando directo a los ojos a Brunna.

      –Agendá mi celular –dijo Brunna, dictándole el número.

      Las garotas se incorporaron, saludaron y comenzaron a caminar por la arena, luciendo sus hermosos traseros.

      –Tremendas estas brasileras –dijo Alfredo, a quien se lo veía revolucionado y excitado.

      Alejandro, para asegurarse de haber anotado bien el número, intentó enviarle un WhatsApp a Brunna, pero no le aparecía el ícono verde en el teléfono, por lo que le envió un mensaje que volvió rechazado. Puteó, pensando que lo había agendado mal.

      –¿Qué te pasa? –preguntó Facundo.

      –Brunna me dio su número, pero me da error, debo haber anotado mal algún número –contestó Alejandro.

      –Proba agregando al principio 055 y 011 adelante, que son los prefijos de Brasil y de San Pablo –dijo Facundo.

      –Claro... que boludo que soy –dijo Alejandro, mientras ingresaba los datos en su celular.

      –Como pega la caipirinha –dijo Marcelo, que no acostumbraba ingerir bebidas alcohólicas y estaba sintiendo el efecto de los dos tragos que acababa de tomar.

      Ciertamente, para quienes no tuviesen control, la caipirinha resultaba una bebida peligrosa, ya que su alto contenido alcohólico, era camuflado por la lima, el azúcar y el hielo triturado, haciendo que se sintiese un trago fresco y no fuerte.

      –Ahora si –dijo Alejandro, viendo como aparecía el icono de WhatsApp bajo el contacto de Brunna.

      Le envió un mensaje que inmediatamente fue respondido con el icono del pulgar para arriba, en señal de aprobación, seguido de un emoticón tirando un beso con un corazón.

      Alejandro sintió que se le aceleraba el pulso... Más allá de que no le interesaba entablar ningún tipo de relación seria, todos habían viajado con la idea de divertirse y de ponerla las veces que pudieran durante lo que durasen sus vacaciones. Después de todo, probablemente el emoticón solo se tratara de una manera de demostrar empatía y nada más que eso.

      A pesar de que era una espléndido y caluroso anochecer que invitaba a permanecer en la playa, decidieron regresar al hotel para tomar una ducha y para antes de ir a cenar, poder tirarse un rato en sus camas, disfrutando del confort que proporcionaba el aire acondicionado en esa primera y tórrida noche carioca.

      Capítulo 8

      Extraña velada

      Ingresaron a la cabaña y encontraron que todos los candelabros irradiaban la cálida luz generada por las velas. Aquiles salió directamente a la terraza para dejar colgado el toallón que no había podido devolver.

      Marina fue tras él y se le antojó relajarse dentro de la tina instalada afuera, por lo que abrió los grifos y un chorro de agua tibia y cristalina comenzó a caer por una pieza de madera en forma de media caña, que oficiaba de grifo.

      –Qué lindo que es todo esto... nada de mármoles ni de brillos; solo madera y piedra, me encanta –dijo.

      –Si... realmente está todo estudiado al mínimo detalle y conectado ciento por ciento con la tierra y con el agua –dijo Aquiles.

      Marina se quitó la maya y desnuda, apoyó sus brazos sobre la baranda junto a Aquiles, que estaba concentrado mirando el reflejo de la luz de la luna sobre el mar. La lejanía con centros urbanos, hacía que la noche resultara absolutamente cerrada, salvo por la luz de la luna, el titilar de las estrellas, la luz de alguna embarcación que pasaba frente a ellos y las luces de velas y candelabros instalados en el complejo.

      Aquiles giró y observó la desnudez de Marina.

      –Ah... bueno... esto sí que se llama liberación y cero prejuicios –dijo.

      –¿Quién me va a ver? si enfrente solo hay rocas y los laterales están protegidos –contestó Marina, dándole un beso en los labios y caminando hacia la tina para cerrar los grifos.

      Aquiles la observaba obnubilado, deleitado por su belleza y cautivado por su personalidad.

      Lo que Marina acababa de decir, no era del todo correcto, ya que, desde algunas de las terrazas de otras cabañas, se podía observar la de ellos, como ellos podían ver a las demás.

      Marina ingresó a la tina que estaba excesivamente llena y el agua comenzó a rebalsar por los bordes, cayendo sobre la madera y escurriéndose, para caer finalmente sobre las rocas.

      Apoyó su cabeza contra el borde y cerró los ojos, reflejando en su rostro un estado de distención y de placer absoluto.

      Aquiles continuaba mirándola sin ningún tipo de intención relacionada con lo sexual; ya había tenido suficiente por ese día. Simplemente, observaba su belleza y confirmaba el amor que sentía por esa mujer.

      Se subió al camastro doble que pendía de sogas atadas a troncos y se acostó boca arriba para deleitarse con el paisaje que la naturaleza le estaba regalando.

      Permanecieron por una hora así, relajados, descansando y disfrutando de un lugar único y de un momento probablemente irrepetible.

      Justo en el momento en el que Aquiles comenzaba a cerrar sus ojos para caer en