Nueva antología de Luis Tejada. Luis Tejada. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Tejada
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587148701
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de la cómoda.

      Toda esa fantasmagoría de cosas inverosímiles y alucinantes, que puede ser una realidad común y viviente de Norteamérica, pero que a nosotros nos parece terriblemente afectada, impresiona desastrosamente la sensible imaginación de las gentes.

      El pueblo, con ese poder asimilativo asombroso que lo caracteriza y con un don de observación que no deja pasar ningún detalle, se siente verdaderamente conmovido, viviendo la vida irreal y fantástica de esos comediantes que pasan locamente por el lienzo.

      Y muchos querrán después imitar las maneras y artimañas que aprendieron: aquella chica de sombrías ojeras que sólo tiene un mezquino pañolón para cubrirse el seno, ambicionará ser una sentimental princesita del Dólar; aquel desharrapado mozalbete que ya ha ido dos veces a la policía, por cosas que no quiero decir, desea, allá en sus adentros, ser hábil y temible como el facineroso manco de La máscara de los dientes blancos. Y no perderá la ocasión de ponerlo en práctica.

      He aquí, pues, cómo las extravagantes películas policiacas que nos remiten por docenas de Norteamérica, se convierten en escuelas de inadaptados y malhechores (porque nunca es lo bueno lo que se imita) acicateando instintos latentes en gentes demasiado predispuestas a la criminalidad.

      Ya hablaremos en otra crónica de este interesante punto, porque estamos resueltos a abrir una ruda campaña contra el mal uso que suele hacerse del cinematógrafo, ese admirable prodigio de nuestro siglo.

      El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 2 de abril de 1918.

      5 Biógrafo y cinematógrafo eran, en esa época, palabras sinónimas que designaban el aparato para proyectar filmes.

      Eduardo Castillo

      Cuando yo arribé a Bogotá, hace no sé cuántos días, rico de ilusiones y muy escaso de dineros, me eché enseguida por esas tumultuosas calles que deslumbran mis atolondrados ojos provincianos, a la caza de hombres célebres.

      Pude extasiarme entonces ante la bonachona humanidad de un Ministro; admiré la figura heroica de Laureano Gómez; contemplé, enternecido, la gloriosa calva de don Marco Fidel Suárez; visité con una sentimentalidad de radical empedernido, el sitio mismo donde habían asesinado a Uribe Uribe; el mejor día, con un fervor indescriptible, alcancé a percibir, en una Misa Pontificial, la exquisita y diminuta silueta de Guillermo Valencia.

      Pues bien, cierta mañana un amigo me tiró bruscamente de la americana: ¡Eduardo Castillo! Y era Eduardo Castillo mismo, quien, como una escuálida visión, cruzaba a pasos menudos frente a mis ojos. Con un volumen bajo las prolongadas narices, que bien pudo haber sido el Libro del buen amor o los Pequeños poemas en prosa, la figura estupenda del poeta descendía impertérritamente por la calle 12, desafiando los encuentros funestos de los vehículos y los tremendos empujones de los transeúntes.

      Porque en este naufragio del ensueño, cuando los poetas se han recortado las clásicas melenas y envidian ocultamente a “Don Gaudencio”, cuando los descendientes de Paul Verlaine han olvidado aquella dulce pobreza franciscana para recorrer, de chistera y frac, los “salones burgueses” donde la dorada mediocridad de banqueros y ministros ríe bonachonamente de versos y de versificadores, Eduardo Castillo es un poeta solitario y extraño, divinamente pobre, pues, como él mismo lo dice, muchas veces se ha nutrido “de éter azul a modo de las cigarras líricas”. En un siglo atrozmente correcto, este Cyrano nuestro es un anacronismo, es algo ilógico y deliciosamente arcaico que pasea su aristocracia espiritual y su barba de ocho días por esas calles donde el año de 1918 ha puesto su sello norteamericano.

      Un hombre que ríe, ama, llora, canta y sufre no es el hombre de hoy.

      Tiene que ser, entonces, un poeta de verdad, tal vez el único poeta de verdad.

      El Universal, “Glosas insignificantes”,

      Barranquilla, 6 de abril de 1918.

      6 Seguramente menciona al escritor francés Henri Murger (1822-1861), autor de Escenas de la vida bohemia.

      El coro de las lamentaciones

      ¿Cuándo abandonaremos, ya para siempre, ese estrecho criterio pesimista que informa gran parte de nuestro pensamiento cotidiano? En la tribuna, en la prensa, en el folleto, en el café y en el corrillo de la esquina, nos complacemos en aplicarnos, sin ningún escrúpulo, los más displicentes y relajados adjetivos. “Somos un país bárbaro, inhábil, desacreditado, el más atrasado y el más inhabitable de la tierra”, oigo exclamar al burgués que vende salchichas en la tienda de enfrente y al hombre autorizado que dogmatiza desde las columnas de un diario.

      “En Estados Unidos, en Argentina o en Bélgica, se hace tal cosa, mientras nosotros permanecemos inactivos”, predican en las calles esos oradores ambulantes, que logran reunir frente a sus ojos, un público de más de dos oyentes desocupados.

      Y lo que somos, en resumen, es unos seres paradójicos y descontentos. Emprendemos a voz en cuello un estridente coro de lamentaciones, precisamente cuando nuestra vida republicana se encauza y normaliza, por una vía ya definida y llena de promesas.

      Nos llamamos desacreditados, cuando las grandes entidades financieras del extranjero empiezan a mirarnos sin desconfianza; nos decimos arruinados, cuando las industrias nacionales florecen más bellamente que nunca y cuando el comercio exterior prospera y aumenta; no pensamos que mientras estamos en una relativa holgura, en los Estados Unidos, el país rico por excelencia, sólo se come pan una vez a la semana; nos calificamos de bárbaros, cuando hemos visto pasar un debate electoral de sorprendentes magnitudes, sin que se vertiera la sangre suficiente para llenar el cuenco de una mano.

      Si no hubiera pasado ya el tiempo en que los profetas peroraban en las plazas públicas, podría, hoy, erguirse alguno sobre las muchedumbres, y decir: que calle el coro necio de las lamentaciones. Preparémonos a vivir nuestra pequeña vida y esperemos pacientemente el turno de ser grandes, fuertes y admirados.

      El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 16 de abril de 1918.

      7 Gustave Le Bon (1841-1931); este escritor francés era conocido en la época principalmente por su aporte pionero a la psicología social con su libro Psicología de las masas (1895).

      La fiesta del Trabajo

      Ayer, primero de mayo, celebraron los obreros de Bogotá su fiesta del Trabajo y supieron hacerlo de una hermosa manera que podría servir de modelo a la democracia universal. No quisieron ellos, los de las manos encallecidas, permanecer