Nueva antología de Luis Tejada. Luis Tejada. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Tejada
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587148701
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oscuras vuelan en torno, otra mosca verde llega, zumbando, y se posa en la frente, luego desciende presurosa por los ojos y se detiene en la comisura de los labios.

      Y a pesar de todo, la bisabuela sigue dormida.

      El Gráfico, Bogotá, 8 de junio de 1918.

      11 Este es el relato que Tejada presentó por primera vez en El Espectador de Bogotá, en septiembre de 1917, pero que le fue rechazado por no cumplir el requisito de ser una crónica que hablara de la actualidad.

      La decadencia

      El doctor Antonio José Montoya, distinguido literato y eminente hombre de ciencia, publicó hace poco en El Espectador de Medellín un artículo que intitula “El lamentable silencio del arte”, donde se queja de la decadencia visible en que han caído las letras y las artes en Antioquia, ese pueblo original que tiene ya una tradición excelsa de escritores insignes y que había logrado fundar las bases sólidas para el florecimiento de una literatura propia. El doctor Montoya dice que “no hay escritores nuevos que acometan la labor de renovación con la audacia, el entusiasmo e idealismo propios de todas las juventudes en cuantos tiempos y lugares palpitó la vida”.

      Y esas palabras, dolorosas como un reproche, han tocado fibras sensibles, han despertado entusiasmos heroicos dormidos en el rescoldo de muchas tradiciones de los abuelos que hemos dejado apagar dentro de nosotros. Es verdad, muy verdad que hoy, en Antioquia, pueden enumerarse en los dedos de una mano los nombres de los que aún sostienen el prestigio literario de una generación que no ha muerto pero que sí ha callado.

      Revisando polvorosas páginas de revistas antiguas, hemos seguido con admiración profunda la trayectoria de aquellos espíritus, llenos de fervor y de juventud, que en los años de 1900 a 1907 se entregaron al cultivo intenso de las más bellas actividades intelectuales.

      Fue la época magnífica de Efe Gómez, Tomás Carrasquilla, Antonio J. Montoya, Pacho Rendón, Botero Saldarriaga, Velásquez García, Vélez, Zuleta, Alfonso Castro, Tejada Córdoba, Francisco Cano, Abel Marín, Jorge de la Cruz, Antonio J. Cano, Luis Cano, Carlos E. Restrepo y muchos otros que no recordamos.

      Entonces sí había amor, fervidez, idealismo santo, y por eso se llevó el esfuerzo hasta un límite supremo; surgieron obras laudables de pintura, de música y libros concienzudos y sólidos que debían perdurar mucho tiempo y que no merecen el olvido imperdonable en que los tenemos.

      En cambio, hoy no se emprende nada de aliento; versos triviales, crónicas callejeras, cosas mezquinas e insignificantes; las mejores inteligencias han desaparecido prematuramente; otras, que eran promesas, se desgastan en el periodismo, en el periodismo moderno, ese monstruo devorador de personalidades; aquéllos, los más numerosos, se sienten atraídos por caminos más prácticos y productivos, que tienen la amarillez alucinante del oro. Y es que en pueblos como Antioquia, el desarrollo potente y avasallador del industrialismo acapara todas las actividades; sin embargo, muchos que se sustraen a esa influencia debían sostener la estirpe gloriosa de los mayores. Pero... ¿Qué pasa, pues, amigos míos? ¿Somos menos inteligentes que nuestros padres, o el ambiente actual es más hostil? Tal vez, pero la causa principal de degeneración es sin duda ese desencanto, ese escepticismo amargo que, anticipadamente, ha clavado sus uñas heladas en nuestros corazones. Y ustedes, doctor Montoya, tienen en mucho la culpa de ello. Porque son fuertes aún y son jóvenes y, a pesar de todo, han enmudecido, se han alejado también por otros caminos prácticos y amarillos; cuando uno de ustedes habla con cualquiera de nosotros deja trasparentar la desilusión fatal, el cansancio; se han escurrido por el foro en el instante más necesario, desdeñando la sagrada misión de maestros que tienen ante la juventud. ¿Qué habéis hecho de vuestras plumas, de vuestras liras, de vuestros bríos de antaño? ¿Por qué solicitar pues que amemos, que renovemos el Arte, cuando lo habéis abandonado en todo el esplendor de la vida, en toda la madurez creadora de las facultades?

      “No puede haber pueblos gloriosos sin juventudes idealistas, generosas, abnegadas, audaces, acometedoras”, exclama el doctor, y tampoco juventudes generosas sin conductores convencidos que sostengan en nuestras almas la llama titilante de los optimismos.

      Entonces esa decadencia, que roe hoy nuestros espíritus como un morbo de muerte, ha empezado en vosotros. Y por eso, doctor Montoya, Carrasquilla, Latorre, Cano, y todos los que habéis enmudecido en la hora de los grandes esfuerzos, yo, en nombre de la juventud de mi patria, os devuelvo el reproche: ¡nos habéis dado mal ejemplo!

      El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 15 de junio de 1918.

      El café

      Generalizando un poco, podríase asegurar que los intelectuales de todas partes sufren ese prurito femenil de juntarse en determinados lugares a conversar. Nada más que a conversar. Aquellos determinados lugares son casi siempre cafés o tabernas, que por esta pequeña razón se han hecho más o menos célebres. Creo que la primera vez que llega uno a París, lo segundo que hará un amigo Cicerón, que al mismo tiempo fuese poeta, sería decirnos:

      —Este es el café donde solíamos venir Paul Verlaine...

      Sería curioso y sugestivo un estudio sobre la influencia de las tertulias de café en la literatura de un pueblo. Porque, en esas reuniones amables, fraternales, nacen muchas cosas buenas o malas. Allí se conversa un poco de letras, de artes, de ciencias, de mujeres, de libros; se habla bien de los enemigos presentes y mal de los amigos ausentes; surgen las bases para los editoriales de mañana, para los libros futuros; se afianzan las ideas; hay intercambio de conceptos... ¡Tantas cosas!

      Aquí, en Bogotá, las tertulias literarias tienen su historia definida e interesantísima, que Roberto Liévano esbozó magistralmente en una reciente conferencia. Hoy por hoy, nuestros literatos suelen congregarse en misteriosos sitios, escondidos y herméticos, que han escapado a mi perspicacia.

      El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 20 de junio de 1918.

      12 Se trata del novelista español nacido en Cuba, Eduardo Zamacois (1876-1951); este autor fue quizás más interesante para los intelectuales hispanoamericanos como periodista y por la dirección de la publicación periódica El Cuento Semanal.

      13 El destacado corresponde con el original.

      La aldea

      Los que han tenido la poca fortuna de nacer en grandes y populosas ciudades, no saben, no podrán comprender nunca lo que significa en la existencia de un hombre el dulce recuerdo de la aldea, donde se vio por primera vez la clara luz del sol. Basta con que hayamos vivido allá sólo un lustro, siquiera unos cuantos