Para volverse loco. A. K Benjamin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: A. K Benjamin
Издательство: Bookwire
Серия: Turner Noema
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417866778
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atención después de un derrame, un marido distante (“No, no es agresivo, eso requeriría demasiada energía”) y un insomnio que va en aumento. Todo esto podría estar afectando negativamente a tus resultados, ¿hasta qué punto es fiable lo que estoy viendo? Y esto sin siquiera tener en cuenta si me estás diciendo la verdad o solo parte de la verdad; los estudios han demostrado que tu generación, nuestra generación, miente de media dos o tres veces cada diez minutos, los hombres para aparentar ser mejores y las mujeres para sentirse mejor. Entonces, ¿cuántas mentiras serían por cada visita normal y corriente? ¿Cincuenta? ¿Cien? Quizá incluso más, porque en este caso sentirse bien es cuestión de vida o muerte. ¿Qué parte de lo que me has contado es mentira? ¿Qué es lo que quieres mostrarme y lo que quieres ocultar? Y lo mismo va para mí: quiero que me veas de cierta manera, agradable, comprensivo, experto y apuesto (a mi manera), pero quiero ocultarte todo lo que va mal. Quiero tranquilizarte, decirte exactamente lo que quieres oír, mentir en nombre de la salud. Me acuerdo del médico rural de Kafka. Estaba totalmente convencido de que no le pasaba nada a su lánguido paciente y así de claro se lo dijo a su familia, pero tras examinarlo más detenidamente encontró una herida terminal infestada de gusanos en el costado del joven.

      El segundo y el tercer intento no salen mejor que el primero. Al cuarto, te acuerdas de dos nuevas palabras y te olvidas de una que habías recordado antes.

      —Lo he hecho fatal, ¿verdad?

      —Lo calcularé después.

      —¿Soy la peor de la clase?

      —Cuesta un poco. Sigamos.

      Tus ojos brillan. Puedo ver el pulso en tu cuello.

      —Siempre he odiado los cuestionarios. Un amigo me dijo que ordenara las palabras como si fueran una historia.

      Te acerco suavemente la caja de pañuelos, pero me gustaría poder hacer más.

      —Que estúpida soy… por lo menos todavía se me da bien dibujar.

      Treinta minutos después volvemos a la misma lista y esta vez aguanto la respiración igual que hacía de pequeño cuando estaba debajo del agua, durante el trayecto entre dos farolas cuando iba en coche, mientras recibía una reprimenda o al oír que alguien comía una manzana. Practicaba para aprender a prescindir de las cosas y para que el mundo hiciera lo que yo quería…

      Pero no, vuelve a salir fatal.

      Somos expertos en cráneos, nuestra capacidad identificadora no tiene límites. Tu cara, tu voz y tu respiración están en constante evolución, cada una es diferente a la anterior, totalmente irreconocibles desde que nos encontramos por primera vez hace dos horas. Mirar a alguien es mucho más íntimo que cualquier exploración física.

      La tensión cambia de nuevo, los síntomas empiezan a acumularse, como tramas secundarias que forman parte de una historia mayor jamás contada; una comedia, un asesinato, un romance. Mariposas en el estómago, el ritmo cardíaco palpitando a una velocidad terrorífica: 145 latidos por minuto, 150, 155, al límite de la zona 4. Tengo la respiración desbocada, me tiemblan las manos, imito tu postura sin quererlo, intentando esculpir simpatía en mi cuerpo de barro… La intensidad de la activación neuronal se procesa a través de estructuras límbicas profundas, y cuando la intensidad excede el umbral definido genéticamente se activa el sistema nervioso autónomo, que desencadena cambios automáticos inconscientes en el sistema cardiovascular y respiratorio, preparándonos para luchar, huir, bloquearnos o amar. Somos seres sensibles, no tenemos otra opción.

      Mírate, no eres ningún accidente. Por una vez, mi primitivo compañero tenía razón: eres realmente “encantadora”. Hemos pasado toda la mañana juntos, y eso es más tiempo de calidad del que ninguno de los dos dedica a sus hijos o pareja en una semana cualquiera.

      ¿Podría ser que el hecho de desear que todo les vaya bien (porque por algún motivo más o menos inextricable el paciente te conmueve con su docilidad o te entusiasma con su presencia) o desear que todo les vaya mal (porque te roban demasiado tiempo, son extranjeros, desagradecidos, insistentes, o porque tienes dolor de cabeza, te han puesto una multa de aparcamiento, o tienes un bulto oscuro bajo la axila) influya en pequeñas cosas que se van sumando hasta adquirir una coherencia capaz de transformar nada en algo? ¿O viceversa? Nunca lo sabremos. Al menos por ahora no podemos tener esta conversación porque no existe un lenguaje médico que admita que los sentimientos podrían interponerse a los hechos en vez de servirlos a ciegas. Existe la intuición, pero yo hablo de algo muy por debajo de la intuición. Algo de allí abajo, al oscuro alcance del hielo, donde solo tenemos sentimientos.

      —Peón, problema, pipí, ¿pene?

      Hace un rato que nos hemos desviado del estilo de John Ashbery. Afuera una paloma está intentando aterrizar en la estrecha repisa antipalomas de la ventana.

      —Preston, pendejo, patético…

      —Me temo que se ha acabado el tiempo.

      Di en un minuto todas las palabras que se te ocurran que empiecen por la misma letra, excepto nombres propios y palabrotas.

      —Oh, Dios mío. ¿Es así como actúan los que tienen un proceso orgánico incipiente? —preguntas—. ¿Estoy posmórbida?

      En el tiempo que tardo en evadir la pregunta veo pasar tu futuro ante mis ojos. Primero serán las pérdidas de memoria: olvidarás los nombres de los amigos de tus hijos, por qué has ido hasta el salón, a qué hora encendiste el horno, preguntarás a la chica de la limpieza si ha dado de comer al gato y se lo volverás a preguntar cinco minutos después. Luego empezará la “dispraxia”: llegará un día en que olvidarás cómo funciona el mando de la televisión, hacia dónde girar la llave dentro del cerrojo, cómo atarte los botones de la blusa. (“¿Despistes?”). Siguiendo el patrón más frecuente, después vendrá la “anomia”: olvidarás el nombre de la ciudad de Caerphilly, después Cheddar, luego el nombre del queso, de los niños, de tus niños. La confusión incrementará constantemente: ¿Por qué el fin de semana empieza en martes? ¿Dónde está la sala de estar? (“¿No estamos en todas las salas?”) ¿La limpiadora ha asado el gato? ¿Para qué sirve una llave? (La excusa de que eres “despistada” ya se aguanta por los pelos). Miedo a pasar mucho tiempo fuera de casa, a estar con más gente, a estar sola. Una obsesión con las gominolas, el chucrut, las mandarinas, y de repente pierdes el apetito. Habrá veces que no llegarás a tiempo al baño, o llegarás pero el váter habrá vuelto a cambiar de sitio, otra vez. Pretenderás estar leyendo, dejarás de pretenderlo. Te volverás paranoica y creerás que los crucigramas cada vez más simples que te da tu marido son deliberadamente imposibles o que los ha codificado con un mensaje vengativo. Serás incapaz de escribir tu propia dirección, de leer los recordatorios que has escrito para ti misma, de recordar para qué sirve un bolígrafo. Así hasta quedarte sentada en el salón hora tras hora, sin televisión, ni radio, ni móvil (dejaste de decir lo de que eres “despistada” hace tiempo), y aun así estarás casi totalmente distraída de la menguante sensación de que lo estás perdiendo todo, incluso a ti misma y a todos los que están a tu alrededor, quienes, muy a su propio pesar, se quejarán, se lamentarán y protestarán. Casi… Me miras sin pestañear, con ojos apremiantes. Me gustaría darte algún consuelo, pero no puedo.

      Cuando un médico se pone a redactar casos de estudio, podría muy bien estar escribiendo ficción dada la similitud que mantiene lo que escribe con lo que realmente ocurre en la sala. Tal y como dice Philip Roth, si juzgas equivocadamente a alguien antes de conocerlo, si lo haces de nuevo cuando lo conoces y una vez más cuando rememoras el encuentro, entonces cuando empieces a escribir estarás empezando de cero. Debemos cambiar los nombres y los detalles, pero esto no es todo lo que deberíamos hacer. Es inevitable dramatizar, es igual de necesario que contaminante. La imaginación podría ser de ayuda para el próximo paciente.

      Pero eres realmente tú quien está aquí y ahora, inimaginable y aún por escribir. Estamos sentados cara a cara en un largo escritorio gris. Lo que tenga que ocurrir no va a detenerse; tú, la persona en sí, sencilla, indefensa, suplicante, silenciosamente devastada y sin embargo radiante. Sin que nadie lo note, hay una cadena de proteínas rebeldes que va a seguir creciendo hasta ensombrecer la parte blanca radiante de las