De estas producciones, las de Beauvoir, Lonzi y Firestone representan planteos significativos sobre el tema del aborto voluntario más allá de que son una proclama confrontativa. Beauvoir lo analizaba en estos términos: “Existen pocos temas respecto a los cuales la sociedad burguesa despliegue más hipocresía: el aborto es un crimen repugnante, y aludir al mismo es una indecencia. El que un escritor describa las alegrías y los sufrimientos de una parturienta es impecable; pero si habla de una mujer que ha abortado se la acusa de revolcarse en la inmundicia y de pintar a la Humanidad bajo una luz abyecta: ahora bien, en Francia se producen todos los años tantos abortos como nacimientos. Se trata de un fenómeno tan extendido, que es preciso considerarlo como uno de los riesgos normalmente implícitos en la condición femenina. El Código se obstina, aun así, en considerarlo delito: exige que esta delicada operación sea ejecutada clandestinamente. Nada más absurdo que los argumentos invocados contra la legislación del aborto. Se pretende que sea una intervención peligrosa”. (88)
En tanto, la filósofa italiana Lonzi bramó una verdad acallada: “La negación del libre aborto debe ser considerada parte del veto global que se ejercita sobre la autonomía de la mujer. No queremos continuar pensando toda la vida en la maternidad y continuar siendo instrumentos inconscientes del poder patriarcal”. (89) Y proseguía con un tono intransigente: “Desde Rivolta Femminile sostenemos que el número de abortos clandestinos que se calculan en Italia, entre uno y tres millones anuales, constituyen un número suficientemente alto para considerar derogada de hecho la ley antiaborto. Las mujeres arriesgaron la vida y el ostracismo civil y religiosos de un estado patriarcal, afrontando clandestinamente las prácticas abortivas, que continúan siendo consideradas el último recurso para liberarse de un proceso de gestación no deseado. Hoy nos rehusamos a aceptar la afrenta de que unos pocos miles de firmas, masculinas y femeninas, sirvan de pretexto para solicitar de los legisladores, de los varones en el poder, lo que en realidad ha sido el contenido expresado por millares de vidas femeninas que pasaron por la carnicería del aborto clandestino. Nosotras alcanzaremos la libertad de abortar –pero no una nueva legislación sobre el particular– al lado de esos millares de mujeres que constituyen la historia de la rebelión femenina”. (90)
Por último, Firestone propuso el aborto “dentro del estado de guerra en contra de la naturaleza y aunque se reconozca que la familia está arraigada a realidades biológicas como el hecho de que solo la mujer puede quedar embarazada; sin embargo, que aun así ella podría lograr su liberación a través de la absoluta revolución sexual de clases, eliminando el privilegio masculino y la distinción misma del sexo. Para asegurar la eliminación de las clases sexuales se necesita una revuelta de la clase inferior (las mujeres); la confiscación del control de la reproducción es indispensable no solo para la plena restitución a las mujeres de la propiedad sobre sus cuerpos, sino también para la confiscación (temporal) por parte de ellas del control de la fertilidad humana y del aborto a petición”. (91) Y finalizaba con un anuncio directo de contenido revulsivo: “Se destruiría así la tiranía de la familia biológica”. Además, en la publicación Notas del primer año, de junio de 1968, Firestone escribió un artículo dedicado enteramente al aborto. Por el contexto político en el que el feminismo irrumpió hacia mediados de la década del 60, el tema dejó de ser una preocupación central de la corporación médica y del Estado y sus políticas públicas de salud para transformarse en una demanda de los colectivos de mujeres.
Con sus plumas sueltas de osadía, ese conjunto de escritoras pioneras del MLM no sucumbieron al silencio. Todo lo contrario, sus lecturas reforzaron las acciones políticas para conquistar el derecho a decidir sobre el cuerpo, la interrupción voluntaria del embarazo y la denuncia de la violencia sexual. Con distintos matices, las feministas se movilizaron para promover y defender la legislación y liberar el aborto en casi toda Europa Occidental. Al mismo tiempo, provocaron una corriente de afinidades y cooperaciones internacionales entre agrupaciones feministas con desafiantes pronunciamientos colectivos, grupos de autoconciencia y ofrecimientos de servicios de aborto a cargo de los movimientos locales.
De allí que de todas estas intervenciones públicas sea posible elegir dos tipos de campañas a favor del derecho al aborto realizadas en el viejo continente y que, de formas diversas, replicaran sus debates como sus metodologías en la Argentina durante esos años díscolos en los cuales asomaban nuestras primeras agrupaciones feministas. Por ejemplo, aquellas organizadas tanto en Francia como en Italia y que, por más que mantuvieron su perfil particular, se enmarcaron dentro de esa gran burbuja exploratoria que fueron las luchas por el aborto libre y gratuito en Estados Unidos, en especial en Nueva York, sin olvidar la estrecha afinidad que mantenían con el feminismo canadiense y el inglés.
El traspaso se prolonga actualmente en nuestro país, en la medida en que el movimiento vuelve con insistencia al planteo sobre la ilegalidad del aborto. Es preciso reconocer entonces los sucesos, las sacudidas y las derrotas que dan cuenta de los comienzos y de los atavismos. De ese modo la historia, con sus intensidades y sus furores secretos, se constituye en el cuerpo mismo del devenir acontecido de la revuelta.
FRANCIA: ELEGIR LA CAUSA DE LAS MUJERES
Entre tanto, el activismo feminista galo se impregnó de un radicalidad similar a la estadounidense y al amparo de los tesoneros movimientos de izquierda, estimulado además por los acontecimientos de Mayo del 68 en París. Nació así el Mouvement pour la Libération des Femmes (MLF), en parte como herencia de la gran movilización que provenía de los grupos estudiantiles, de los círculos intelectuales y artísticos. En términos políticos, clamaban por acciones relacionadas con el cuerpo, es decir, una política sexuada dirigida a sus congéneres para alcanzar la autonomía y la identidad femenina.
El principio rector de esa época giraba en torno a la denuncia del sexismo y de la opresión de las mujeres en todos los órdenes. La historiadora Mary Nash hace saber que “una de las primeras declaraciones del MLF francés publicada en un número de la revista Partisana, de 1970, postulaba una guerra contra la opresión femenina en una radical denuncia del sistema patriarcal”. (92) Su peculiaridad consistía en el corte político que presentaba a raíz de un legado histórico vinculado con el comunismo, el trotskismo y el maoísmo. Sin embargo, aunque muchas de sus militantes salieron de las filas de las izquierdas, las corrientes más importantes del MLF se distanciaron de estas organizaciones e instituyeron ámbitos apropiados tanto para la acción como para la producción teórica. De hecho, se enmarcaban dentro del campo de estas vertientes ideológicas pero al margen de las estructuras partidarias, al considerarlas arcaicas y machistas. En cuanto a las propuestas de Nash, uno de los grupos más destacados fue Feministas Revolucionarias, fundado en 1970, y que contaba, entre otras, con la pensadora lesbofeminista Monique Wittig. Posteriormente, se abrieron librerías especializadas en diversas ciudades francesas. Asomaba entonces un espacio cultural, tachado por otros feminismos por su cariz netamente elitista. A semejanza del feminismo cultural estadounidense, el francés partía de la premisa de promover una cultura de mujeres desde lo que todas tenían en común: la sexualidad. Y era esa situación compartida la que además diferenciaba claramente un sexo del otro.
Las Feministas Revolucionarias optaron por la protesta pública como estrategia de actuación, pusieron énfasis en la identificación e identidad de las mujeres. Hicieron hincapié en el orden de las sexualidades, en el control de la natalidad y en la libertad de decidir como modo de erosionar el dominio masculino sobre sus propios cuerpos. En 1970, se lanzaron a implementar iniciativas performáticas que visibilizaran sus protestas para alcanzar la legalización del aborto. Evidentemente, no se equivocaron al adoptar metodologías de acción directa. Por ejemplo, una apelación al recuerdo consistía en la irreverente toma de lugares evocadores del honor