Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Eduardo Vargas Cariola
Издательство: Bookwire
Серия: Historia de la República de Chile
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561424562
Скачать книгу
conocido comúnmente como juez de aguas.

      Dicho cargo, que tiene su origen en la tradición consuetudinaria del regadío local español, se traspasó a las colonias americanas y perduró hasta el siglo XIX a través de las ordenanzas26. Así, por ejemplo, conocemos las normativas para el río Aconcagua de 1872 y para el Huasco de 1880, en que se regulaba la distribución del agua.

      Uno de los más agudos testigos sobre el regadío en el periodo en estudio fue Vicente Pérez Rosales, quien, en visita al valle de Copiapó, celebró a sus vecinos por la administración de los canales, que permitían mantener cual vergel al valle. El sistema era más digno de destacar porque las mismas aguas se ocupaban para servir las necesidades de minas y lavaderos27. Y en Vallenar y Freirina los canales como el Marañón, el Bellavista, el Canto del Agua y otros permitieron “verdaderos milagros realizados allí con un hilito de agua”28.

      Ignacio Domeyko, en su viaje por el Norte Chico a fines de 1838, tuvo la misma impresión que Pérez Rosales, pero esta vez las observaciones se dirigieron al valle de Limarí, notando que, a pesar de su escaso caudal, este se administraba muy bien en los numerosos canales que de él salían29.

      En términos generales, los canales y las acequias del siglo XIX fueron desarrollados por los mismos dueños de las haciendas y quintas en función del beneficio de sus plantaciones. Un ejemplo de ello es la apertura de los canales Bellavista y Romero, en las proximidades de La Serena, siendo el primero, con una extensión de 80 kilómetros, obra financiada por una sociedad en que participaron Gregorio Cordovez, Custodio de Amenábar, Joaquín Vicuña Larraín, Juan de Dios Varela, Daniel W. Frost y Gregorio Aracena. El canal, terminado después de 12 años de trabajos, conducía las aguas extraídas del río Elqui para regar cerca de tres mil cuadras en las afueras de La Serena y Coquimbo, y fue prolongado en la década de 1850 por Joaquín Amenábar Espinoza hasta los llanos de Pan de Azúcar, al suroriente de ese puerto30. La hacienda Valdivia, en la hoya del río Limarí, de Edmundo Eastman y después de Carlos Lambert, fue regada por el canal de los Resilvos, iniciado por Ramón Lecaros Alcalde y concluido por su sobrino Julio Lecaros Valdés, y permitió poner 600 hectáreas bajo riego31. Otros canales en el valle de Limarí fueron el de las Barrancas, el de Cabrería y el de la Vega32. Los fundos próximos a la ciudad de Ovalle eran regados por los canales Romeral, Manzano y Manzanito, “los más grandes del departamento”33.

      Estudios del decenio de 1960 muestran que el diseño de los canales era extremadamente simple: carecían de revestimiento, su trazado era muy irregular, pues seguían fielmente las sinuosidades del terreno, sin rellenos o taludes que permitieran un curso recto en largas distancias34.

      Ya en la segunda mitad del siglo XIX, el impulso de la demanda internacional por ciertos productos, particularmente el trigo, hicieron que muchos agricultores quisieran sacar el mejor partido a sus tierras. De esta forma, en el valle de Putaendo no pocos hacendados trabajaron por aumentar el caudal del río Volcán para regar el Valle Hermoso35.

      Esto, sin duda, no fue un hecho aislado; otros factores también alentaron la construcción de obras hidráulicas. Siguiendo hacia el sur, en pleno corazón del valle de Aconcagua, el papel que los canales de regadío tuvieron para el desenvolvimiento de la agricultura fue altamente significativo por la gran concentración demográfica del sector. En 1843 Josué Waddington construyó el canal que lleva su nombre, la célebre acequia Guarintonia, que, nacido del río Aconcagua, regó Pocochay, La Palma, la hacienda San Isidro, en Quillota, de propiedad del empresario inglés, y tras perforar con un túnel el cerro San Pedro, pudo llegar a los campos de Limache36. Corroboran la ampliación del regadío los datos extraídos del censo agrícola de 1854-1855 para San Felipe, según el cual las tierras incorporadas a la agricultura y a la ganadería sumaban 16 mil 332 hectáreas, de las cuales ocho mil 754, es decir, el 53,6 por ciento, estaban regadas37.

      Aunque ya en 1838 se daba noticia de la existencia de un embalse en la hacienda de Tapihue, en Casablanca, de Juan José Pérez, una de las mayores obras de ingeniería que se levantó en los valles transversales fue la que le encomendó Francisco Javier Ovalle al inglés Prat Collier para el regadío de su hacienda Catapilco, de 27 mil hectáreas, y de las chacras próximas. El embalse Catapilco, depósito con una capacidad de almacenaje superior a los cinco millones de metros cúbicos de agua, que ocupó una extensión no despreciable de 157 hectáreas, fue construido entre 1853 y 185938. Le correspondió al agrimensor alemán Teodoro Schmidt, llegado a Chile en 1858, terminar los canales de riego derivados del embalse. Asimismo, el aludido agrimensor construyó canales para la hacienda Pullally, de Manuel José Irarrázaval. Más adelante, y por encargo del presidente José Joaquín Pérez, debió planear y dirigir el regadío del valle de Catapilco, construyendo para ello un acueducto. Schmidt continuó su notable labor con levantamientos topográficos en la frontera39.

      PRODUCTOS Y MERCADOS

      En los valles transversales, por sus variadas extensiones y por la existencia de microclimas favorables a la agricultura, se apreciaba el cultivo de una amplia gama de frutas, hortalizas y cereales.

      Debido al lento ritmo exhibido por la economía regional durante la primera mitad del siglo XIX, el autoconsumo de la producción fue la práctica más habitual. Frutas como la chirimoya y la papaya, según recuerda Maria Graham40, eran muy abundantes en la parte baja de los valles. Otras, como la lúcuma, crecían sin mayores problemas desde Coquimbo hasta Aconcagua41. En el valle del Huasco destacó la producción de higos y vino42. El olivo prosperaba en la región en forma muy llamativa, pero solo se consumían sus frutos. Llamó la atención el geógrafo francés Amado Pissis sobre la conveniencia de cultivarlo en gran escala para extraer aceite, porque “será su cultivo uno de los más productivos de Chile”43.

      Pero la mayor parte de las tierras agrícolas fue destinada al trigo desde la mitad del siglo XIX. Gracias a la apertura de los mercados externos, como el de California en 1849, la producción aumentó con un dinamismo nunca antes visto. Tal vez el fenómeno solo podría compararse con las exportaciones que a fines de la etapa indiana se hacían al Perú44. Si bien el mercado norteamericano fue efímero, pues no duró más de un decenio45, originó consecuencias de largo plazo.

      Un poco antes, iniciando la década de 1840, los rendimientos ya permitían vislumbrar un futuro alentador. En 1842 las proporciones eran en La Ligua 9-1 para el trigo y 10-1 para la cebada46; la productividad observada por Gay en San Felipe eran 13-1 para el trigo y 18-1 para la cebada, mientras que en Los Andes la relación era de 21-1 para el trigo y 25-1 para la cebada47.

      Ocho años más tarde, el crecimiento de la productividad, gracias a la apertura de los mercados de Victoria y Sidney en Australia, hizo que haciendas como la de Catapilco produjeran en 314 hectáreas unas seis mil fanegas de cereal, lo que representaba el 15 por ciento de la producción del valle de La Ligua. Otras propiedades rústicas, como Pullally, aportaba el 10 por ciento de la producción de trigo candeal.

      Entre 1858 y 1887 se observa en los valles transversales un amplio dominio productivo de cereales, particularmente de trigo y cebada. Las demandas desde California y Australia en la década de 1850, y desde el Reino Unido a partir del decenio de 1860, impulsaron una producción de tal amplitud, que historiadores como Carmagnani, Pinto y otros denominaron a este periodo como el del ciclo cerealero en los valles transversales.

      Además de esos cereales, se continuó con la producción tradicional de la zona. Así, por ejemplo, duraznos, perales, naranjos y limoneros fueron muy habituales en los diversos valles, particularmente en los del septentrión. Los nogales y los olivos se veían con mayor frecuencia en los del sur, como Petorca y Aconcagua. Del mismo modo, el cáñamo y la alfalfa fueron muy comunes en casi la totalidad de los valles, desde Elqui al sur. Una innovación de importancia fue la plantación de pinos marítimos (Pinus pinaster), iniciativa de Josué Waddington en su hacienda San Isidro, en Aconcagua, para aprovechar terrenos de mala calidad48.

      Común