La papa era el producto más importante por la extensión de los cultivos y por la calidad y variedad del tubérculo220, infaltable en la dieta de los chilotes. El trigo, menos extendido, tuvo cierta importancia a lo largo del siglo, y a pesar de las dificultades climáticas, se daba especialmente bien en la isla Lemuy. Para la elaboración de la harina se contaba con elementales molinos de piedra movidos por fuerza hidráulica, como el que describió Silas Baldwin Smith en 1844:
La maquinaria consiste en un par de piedras de granito y una rueda en forma de cuba, todo montado sobre un eje. La rueda gira horizontalmente y de la parte de arriba colgaban las piedras. Estas tienen alrededor de 2 pies de diámetro y carecen de bujes. La tolva está suspendida en un poste colocado al lado. La canaleta cuelga de un cordel desde la tolva y un palo que golpea por la parte posterior de las piedras, amarrado a la canaleta, hace las veces de alimentador. La rueda hidráulica tiene alrededor de 2 pies y 6 pulgadas de diámetro y recibe el agua como a 8 pulgadas desde el centro mediante una boquilla abierta con una caída de 14 pies. Por el tamaño del chorro de agua, podría estimarse que hace unas 20 barricas de harina en 24 horas […]. Yo pregunté cuánto trigo se molía por día: 2 fanegas […]. Las cáscaras y partes duras que produce la molienda se sacan levantándolas por medio de una cuña situada bajo uno de los extremos del travesaño inferior del molino. La harina no queda bien molida y es cernida a mano221.
Según Vicente Pérez Rosales, el punto más alto en el consumo interno de trigo se alcanzó en 1844, con un valor de 10 mil 11 pesos, y el más bajo en 1852, con cinco mil 810 pesos222.
Otros productos eran los de huertas y almácigos, como las lechugas, habas, arvejas, ajos, etc., cultivados para el consumo interno; frutos, como grosellas, frambuesas y fresas eran de producción reducida. Entre los árboles frutales se contaban los cerezos y ciruelas, que permitían una pequeña industria casera de mermeladas para el consumo familiar, mientras que de los manzanos, que eran los árboles de mayor difusión en la provincia, se hacía la chicha o sidra, de más alta demanda interior.
Cuando Alfredo Weber escribía sobre Chiloé en 1902, estimaba que el clima del archipiélago había ido cambiando con el tiempo, porque a su juicio la tierra era más productiva en el pasado. Para probarlo, afirmaba que a mediados del siglo XIX se producía maíz, maduraban los duraznos y las uvas y se cultivaba el tabaco, aunque la supuesta variación climática es solo una impresión. Respecto del tabaco del siglo XVIII, Weber lo calificó de “bastante bueno”, casi tanto como el de Cuba, y lamentó que su cultivo se hubiera prohibido en 1781. Pero un observador tan enterado como Darwin no creía que el clima de Chiloé fuera tan favorable para la agricultura por falta de sol, razón por la que los productos no alcanzaban a madurar223.
En conjunto, era una producción familiar o para los mercados locales. Cuando había que comercializarla, se conducía por mar en goletas, chalupas y lanchas a los pueblos para ofrecerla en las pequeñas ferias pueblerinas, libres de derechos, pero principalmente en Ancud, ciudad que contaba con el único mercado formal de la provincia.
Era una economía puertas adentro, y las únicas exportaciones de alguna importancia eran las papas y algo de trigo. En cantidades menores se exportaba linaza y cebada. Las exportaciones de trigo tuvieron cierto repunte desde el decenio de 1840. La mayor cantidad se exportó en 1841, con 10 mil 887 pesos, y el punto más bajo fue en 1855, con mil 290 pesos224.
LA MANO DE OBRA: LAS FAENAS COLECTIVAS
La mano de obra asalariada para las labores agrícolas fue casi inexistente en Chiloé. “Los habitantes son muy míseros, no hay trabajo y, por consiguiente, los pobres no pueden procurarse el dinero necesario para adquirir el más pequeño objeto inútil”225. Tampoco era de uso común el salario en dinero metálico o estaba muy poco difundido en la primera mitad del siglo, excepto en los centros poblados. Las transacciones se hacían en tablas de alerce, azul de Prusia, sal o pimienta. Hacia 1831 comenzaron a circular los pesos fuertes de 48 peniques, aunque todavía no en forma general, porque los chilotes campesinos siguieron prefiriendo el modo tradicional de las permutas o trueques226. “He visto —afirmó Darwin— a un hombre cargado con un saco de carbón que iba a entregarlo en pago de un objeto menudo, y a otro cambiar un tablón por una botella de vino. Cada uno está obligado, pues, a hacerse mercader para revender cuanto ha recibido en numerosos cambios”227.
Lo regular era el sistema de prestaciones personales, que en el trabajo agrario era fundamentalmente colectivo, es decir, de colaboración entre los vecinos, costumbre que venía desde la época colonial228. Esto quiere decir que más que la mano de obra asalariada, cobraba sentido la minga, necesaria para las faenas de siembra y cosecha. El que necesitaba mano de obra convocaba a los vecinos con la llamada súplica. Los suplicados acudían el día prefijado portando sus aperos de labranza, bueyes o canastos, según la tarea. Los hombres se distribuían en cuadrillas, mientras las mujeres se ocupaban de la cocina para preparar las meriendas.
La cosecha requería del mayor número de personas, pero era un trabajo sencillo. La siembra, en cambio, era una labor pesada, pero con menos suplicados. Se hacía con el arado de luma (Amomyrtus luma), que Alfredo Weber describe como hecho de “dos palos” que el labrador introducía paralelamente hasta media vara en la tierra, para revolverla con todo el empuje del abdomen, protegido por un cuero de oveja229. Otro instrumento era el gualato, especie de azadón de madera de melí (Amomyrtus meli) en forma de media luna, que se usaba para destrozar los terrones de césped o tepes. Weber los llamó “instrumentos fósiles”, que se resistían a perder vigencia frente al arado de hierro.
La minga o colaboración graciosa se mantuvo en el tiempo, porque todos necesitaban de ese sistema rotativo. La clave estaba en la retribución y solidaridad: “Si hoy soy suplicado y acudo, mañana suplicaré y seré asistido”. En lugar de salario en dinero se ofrecía un parabién, que era comida abundante, ocasión de sociabilidad, instancia de fiesta y estrechamiento de vínculos, como era esta costumbre que llevaba siglos230.
EXPLOTACIÓN FORESTAL
La madera fue el más importante renglón de la economía de Chiloé durante los siglos coloniales y el hachero el personaje típico del archipiélago. El interior boscoso de la Isla Grande, de las islas meridionales y de la codillera de los Andes hizo posible esa actividad económica más lucrativa que la agricultura, y con un mercado externo permanente231.
El alerce (Fitzroya cupressoides), que se explotaba en el borde oriental del seno de Reloncaví y en el área de Vodudahue, era la madera de mayor demanda interna y externa, aunque durante el siglo XIX las manchas o minas, como llamaban a las formaciones compactas de esta especie, se hallaban alejadas de la costa a causa de la excesiva tala de la centuria anterior232. La explotación del ciprés (Pilgerodendron uviferum), en cambio, era nueva. Comenzó a mediados del siglo XIX en las islas Guaitecas en respuesta a la alta demanda de postes para el tendido telegráfico y eléctrico y de durmientes para el naciente ferrocarril. La tala se hizo con tanta intensidad que hacia 1900 se temía por la desaparición del ciprés. El mañío (Podocarpus nubigena, Podocarpus saligna, Saxe-Gothaea conspicua) era otra de las maderas apreciadas para la construcción. Abunda en los bosques de la Isla Grande junto con el muermo o ulmo (Eucryphia cordifolia), coigüe (Notophagus nitida, Notophagus dombeyi), laurel (Laurelia sempervirens), ciruelillo o notro (Embothrium coccineum), canelo (Drymis winteri), avellano (Gevuina avellana), tique (Aextoxicon punctatum), radal (Lomatia hirsuta), pelú (Sophora microphylla), tepa (Laureliopsis philipiana), luma (Amomyrtus luma), melí (Amomyrtus meli), tepu (Tepualia stipularis), arrayán (Luma apiculata) y tenío (Weinmannia trichosperma),