Las tierras estatales, que en su gran mayoría estaban sin poblar ni trabajar en las dos ciudades, estaban salpicadas de pequeños espacios arrendados a residentes en ellas. Con la llegada de los primeros alemanes en 1849, dejaron de serlo y fueron entregadas en lotes a los colonos.
Según Guarda, abundaron los mitos respecto de las propiedades de Osorno y Valdivia al momento del arribo de los colonos, entre ellos, los referidos a los precios inflados de los predios y las apropiaciones fraudulentas. Como es evidente, hubo lamentables excepciones, y tanto los indígenas como el propio Estado fueron objeto de abusos y estafas de chilenos y de alemanes. Pero, en general, las leyes del mercado regularon las compras y ventas de bienes raíces en el plano urbano y rural, a pesar de la ineficiencia de la burocracia estatal.
Los indígenas mapuches-huilliches, al igual que los de la Araucanía, no dudaron en hacer negocios con las tierras. Numerosas leyes que reconocían sus derechos mediante declaraciones de dominio y, más tarde, con el otorgamiento de títulos de merced permitieron que pudieran conservar las que ocupaban al momento de ser sometidos al proceso de radicación.
En las inmediaciones del lago Llanquihue, la propiedad fue una combinación de las anteriores, aunque ese sector del país vivió una aproximación al sistema de granjas, parecido al que se practica en los países del hemisferio norte y que se caracterizó en el periodo examinado por la existencia de predios de mediano tamaño, generalmente administrado por sus dueños y transmitido de generación en generación. Esto, como es evidente, no descartó los arriendos o compras de propiedades de colonos a colonos, como hay varios ejemplos en Puerto Octay y Puerto Fonk.
El proceso de colonización en la zona de Melipulli se inició con la llegada de un contingente de alemanes a fines del gobierno de Manuel Bulnes. Previamente, Francisco Kindermann adquirió en 1848, en forma fraudulenta, 350 mil cuadras de los indios, lo que equivalía a la mitad de las provincias de Valdivia y Llanquihue200.
Aunque en 1849 el fisco inició una acción legal contra Kindermann, en 1855 se desistió de ella. Las tierras se ordenaron en lotes disponibles a orillas del lago Llanquihue y, a medida que llegaban los colonos, extendieron su radio de acción. Las primeras concesiones fueron 150 hijuelas de cien cuadras cada una201, situadas de modo radial desde la orilla del lago con orientación oeste y norte202.
A diferencia de las propiedades de la zona central, en Llanquihue la gran propiedad, si bien existió, fue escasa, predominando la mediana, en la que las mismas familias trabajaban con ayuda de trabajadores chilotes.
PRODUCTOS Y MERCADOS
La economía de la Frontera tuvo una inserción tardía en las redes económicas nacionales del siglo XIX. Su incorporación a Chile fue una respuesta al conjunto de fuerzas, entre ellas, la demanda de los mercados internacionales, que pujaban por nuevas zonas de cultivo. De ahí que se pueda considerar a la Frontera como una respuesta a los cambios de la economía global, de la que Chile estaba formando parte. Se puede afirmar, por tanto, que esta región de la Frontera apostó desde un comienzo por los mercados internacionales, siendo el trigo su producto de exportación por excelencia. Dada las condiciones naturales que posee, se destinaron grandes espacios para al cultivo de dicho grano. Entre 1872 y 1878 contribuyó con la no despreciable suma del ocho por ciento de la producción agrícola chilena, utilizando para ello aproximadamente 30 mil 680 hectáreas203.
A diferencia de los aportes del trigo que se verificaron en Chile central entre 1830 y 1860, el ámbito en que se cultivó en la Araucanía, caracterizado por una madurez en la estrategia comercial de los agricultores, y en una modernización de sus procedimientos y en sus relaciones con la banca y con los sistemas de transportes, permitió el desarrollo de una infraestructura productiva que significó un verdadero estímulo para diversificarse en otros productos, gracias a la existencia de excedentes204. Entre ellos, la producción de manzanas y sidra tuvo un crecimiento notable en el piedemonte de Nahuelbuta y en la campiña valdiviana y del Llanquihue. Según Guarda, la industria de la sidra, cuya materia prima provenía de los fundos y haciendas vecinas, generó un gran dinamismo en el mercado local y, de paso, en la producción agrícola. En 1845 se produjeron 30 mil arrobas y cuatro años después más de 770 botijas, y eran 28 los industriales que la producían205. Otro tanto ocurrió con la producción de cereales, como la cebada para la industria cervecera, así como con la actividad maderera.
El mercado de la Frontera era bidimensional y sus productos, múltiples. Estos se focalizaron en un plano interno y externo. Respecto del primero, se orientaron a satisfacer las demandas de la propia región, que estaba creciendo por el desarrollo sostenido de la nueva organización administrativa y por su incipiente urbanización206.
También estimularon su crecimiento las demandas continuas del mercado salitrero del norte, del carbonífero de la costa de Arauco y del centro del país207.
En cuanto a la dimensión internacional, las demandas desde Inglaterra durante el decenio de 1860 y de Argentina y Brasil activaron la economía regional. La productividad fue muy elevada y de gran nivel. Por ejemplo, algunos empresarios y agricultores, casi todos ellos extranjeros, comprendieron tempranamente que para una exportación de harina de alta calidad era indispensable reemplazar el grano tradicional por otro mejor. Esto explica la introducción del cultivo del trigo blanco208.
Con el avance del siglo XIX, en Valdivia se sobrepasó con creces las 45 mil 285 cuadras destinadas al cultivo y a la ganadería contabilizadas a fines del siglo XVIII209.
Hacia 1870 el terreno disponible se acercaba, según nuestros cálculos, a las 75 mil, lo que convirtió a Valdivia y Osorno en verdaderos graneros.
Otros productos, como el lúpulo, la papa y las habas fueron comunes en plantaciones de mediana y pequeña escala, como los viajeros, principalmente extranjeros y algunos nacionales, lo recuerdan en sus memorias desde la segunda mitad del siglo XIX.
Ligado al mundo de la agricultura, la ganadería y sus derivados cumplieron un papel destacado en el desarrollo económico de la Frontera y del Chile austral. El vacuno con su producción lechera permitió en zonas como Loncoche, La Unión, Osorno y la costa del lago Llanquihue una peculiar economía de autoconsumo, que desde un pequeño negocio familiar pasó a la venta de leche, quesos y mantequillas a localidades cercanas y, en algunos casos, a ciudades como Concepción, Santiago y Valparaíso210.
LA MANO DE OBRA
El desempeño en el campo laboral de personas provenientes de diversas latitudes confluyó para impulsar el sistema productivo de la agricultura en la Frontera y en la zona austral.
El inquilinaje también estuvo presente en la Frontera. Transmitido desde el norte, se asentó con solidez en el espacio del Biobío, y en propiedades como la de Francisco Méndez Urrejola estuvo altamente institucionalizado. En las diversas fuentes que estudia Mazzei aparecen descripciones, pleitos e incluso demandas de inquilinos contra los dueños de las tierras por incumplimiento de contratos.
Uno de los aspectos que llaman la atención en el estudio de la realidad laboral de la Frontera y del Chile austral es la naturaleza étnica de ella. A diferencia del Biobío hacia el norte, en que predomina notoriamente la constitución mestiza de la sociedad y los trabajadores son solo un reflejo de ella, en la región analizada se observa una multiplicidad de orígenes. A los nativos que trabajaban para los propietarios de Valdivia a partir del periodo colonial y que en la etapa en estudio lo siguieron haciendo, se agregaron los chilotes, siempre atraídos por los lugares donde había demanda de mano de obra, más algunos chilenos provenientes de otras regiones, que arribaron a la zona para enrolarse en labores de desmalezamiento y deforestación de las hijuelas de alemanes que buscaban sembrar. Citando a Karl Anwandter, Andrea Minte describe la impresión de los alemanes