No llores que vas a ser feliz. Neus Roig. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Neus Roig
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417743802
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vivieron en la cárcel, pero la realidad es que las mujeres republicanas que parieron en las cárceles españolas y que sobrevivieron en ellas ahora eran demasiado mayores como para poder ser entrevistadas. Opté por localizar a historiadores e investigadores que las entrevistaron a ellas y, de este modo, poder contrastar la memoria escrita con la memoria oral.

      Josep Maria Recasens i Llort nació el 29 de enero de 1934 en Blancafort (Tarragona) y es vecino de Montblanc (Tarragona). Fue alcalde de la población de Montblanc e impulsor del Arxiu Històric Comarcal de Montblanc, cuyo convenio de creación se firmó el 30 de julio de 1982 y que cuenta con fuentes documentales a partir de 1319. Es especialista en represión franquista y ha publicado una veintena de libros sobre la posguerra española en las cárceles de la provincia de Tarragona.4 La Editorial El Tinter le publicó en 2007 La repressió franquista al Baix Penedès (1938-1945) [La represión franquista en el Baix Penedès]. La Editorial Arxiu Comarcal del Priorat editó en 2009 La repressió franquista al Priorat (1939-1950) [La represión franquista en el Priorat] y la Editorial Guimet, en 2014, La Tarragona silenciada: L'opressió de l'aparell franquista (1940-1965) [La Tarragona silenciada: la opresión del aparato franquista].

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      Lamentable estado de algunos expedientes en los Archivos de los Juzgados de Torrejón de Ardóz (Madrid). No es el único archivo de España que está en estas condiciones.5

      Recasens realizó el servicio militar en Capitanía de Barcelona entre los años 1954-55 y fue testigo presencial de consejos de guerra y de cómo se documentaban. Su propia investigación inicial, que se remonta a más de veinte años, buscaba contrastar documentos y relatos de vida. Su primera sorpresa fue encontrar montañas de documentos apilados en los sótanos de la Audiencia Provincial de Tarragona, con humedades y roídos por las ratas y ratones que campaban a sus anchas mordisqueando el festín. Realizó la impagable tarea de sacarlos de allí, llevarlos al Archivo de la Diputación Provincial para que fuesen analizados, clasificados y digitalizados. Así pudo revisar unos 30 000 expedientes de la provincia.

      En un entrevista, Recasens me explica que, con la entrada de las tropas nacionales en Tarragona, en febrero de 1939, los detenidos eran casi todos oriundos de la ciudad y fueron hacinados en la Torre del Pretorio Romano, reconvertida en la Presó de Pilats. Al poco tiempo, trasladaron a las mujeres al Convento de las Oblatas, en la calle Portal de Carro.

      En el Convento de las Oblatas ingresaron algunas embarazadas. En la mayoría de los casos en Tarragona, se permitió a las familias quedarse con los menores, y si los familiares no podían, los menores eran trasladados a orfanatos fuera de la provincia.

      A los pocos días del traslado a las Oblatas, llegaron trenes cargados de mujeres provenientes de la Cárcel de Ventas de Madrid; estas mujeres sí iban acompañadas de menores de tres años, algunas estaban embarazadas y otras llegaron solas. Supuestamente, todas eran prostitutas de Madrid y las trasladaron a distintos presidios a nivel nacional para «borrar el mal nombre de España». En Tarragona, el médico que las atendió fue el doctor Aleu, encargado de intentar paliar con los pocos medios de los que disponía la disentería, difteria, colitis, gripes, gastroenteritis, úlceras de estómago por la mala alimentación, tuberculosis y sífilis, entre muchas otras enfermedades infecciosas. A las madres sifilíticas las visitaba cada quince días y las trataba con bismuto. Cuando una mujer se ponía de parto, la trasladaban al hospital de Santa Tecla para ser atendida por la beneficencia y siempre bajo la supervisión del doctor Aleu. En principio, y por la documentación encontrada, no se separó a ninguna madre de su recién nacido, aunque pudieron producirse casos en que el bebé muriera o a ella se le comunicase la muerte.

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      Castillo del pretorio y cárcel franquista de Pilatos.6

      El Convento de las Oblatas estuvo habilitado como cárcel desde 1939 hasta 1941 y en él estuvieron presas más de seiscientas mujeres, así como los hijos que con ellas habían llegado.

      La ración diaria para comida por ingresada que recibían las monjas era de 1,50 pesetas y 2 litros de leche por niño menor de tres años y para los hijos de madres tuberculosas, porque estas no podían amamantarlos. Para los que ya no necesitaban leche, la ración de comida equivalía a 75 céntimos, es decir, a media ración de la madre. La realidad era que solo entregaban 1 litro de leche por bebé y los niños y niñas comían lo que podían, a veces la poca comida de su madre.

      Las cocinas estaban ubicadas en el primer piso del convento y los soldados de Capitanía traían los víveres y supervisaban cómo se cocinaban. La alimentación consistía en: para desayunar «café sucio», es decir, agua teñida de café y pan seco; al mediodía, caldo de huesos de ternera y pan seco; lo mismo para la cena. Los niños enfermaban y morían y las madres, en muchas ocasiones, también. Por ello, las monjas permitieron a las presas que eran de Tarragona y alrededores que los miércoles la familia les llevase comida y ropa limpia. Los alimentos eran revisados y requisados y a la reclusa solo le llegaba una pequeña parte de lo que le habían llevado. Como oficialmente ya tenía con lo que alimentarse, de la peseta y media diaria, se le descontaba la parte que las monjas consideraban que correspondía. No comían más porque les hubieran llevado comida de fuera, sino que simplemente comían cosas diferentes de las otras presas a las que no les habían llevado nada.7

      Cuando había algún altercado o rebelión, o las monjas decidían que lo había habido, las reclusas eran duchadas con agua a presión y fría en el patio, daba igual si era invierno.

      Se construyeron, además, unas garitas de un metro de ancho por dos metros de alto, donde se las introducía y se las dejaba sin alimento hasta que la reclusa se había oficialmente tranquilizado. Podían pasar días dentro de la garita. A todas, castigadas o no, les rapaban la cabeza. Oficialmente, la medida era para prevenir piojos, la realidad era para humillarlas y vejarlas mediante la erradicación de un símbolo femenino tan simple como puede ser el cabello.8

      Con el paso de los meses, se les concedió la gracia de que si rezaban, cantaban, oían misa y cosían, podían conmutar y acortar penas. Les trajeron unas máquinas de coser Singer, pero a los pocos días, la maquinaria fue trasladada a la prisión San Miguel de los Reyes (Valencia). Como no podían cumplir los cuatro requisitos, porque les faltaba el de coser, las penas no podían ser reducidas.

      Ellas solo podían redimir pena asistiendo a cursillos de adoctrinamiento católico. Cada mes, el consejo de disciplina revisaba las penas que podían oscilar desde los seis años y un día hasta los treinta años y un día o pena de muerte.9

      Dentro del convento había economato, al igual que en la Presó de Pilats para hombres. Ellos sí podían trabajar y cobraban diez pesetas diarias, de las cuales, dos eran entregadas a la mujer, más una peseta por cada hijo, el resto se lo podían quedar. El jefe de prisión controlaba estrictamente el dinero. Las mujeres, como no disponían de máquinas de coser y era el trabajo que se les había asignado, no podían trabajar y por, tanto, carecían de ingresos y no podían acudir al economato. Una vez más, evidenciamos el trato discriminatorio hacia la mujer en las cárceles de posguerra españolas. Las hijas de Lilith10 eran las que decidían cómo tratar a las internas.

      Ya en 1940, las enfermas tuberculosas fueron trasladadas al hospital de Portaceli de Valencia conjuntamente con sus hijos e hijas, si los tenían. Fue una manera de concederles una especie de libertad condicional ya que, en Tarragona, debido al hacinamiento que existía, los contagios se producían con mucha facilidad y el doctor Aleu, como único