A partir de entonces, las fotocopiadoras fueron proliferando lentamente en las bibliotecas mexicanas. Una década después de haber sido introducidas, solo existía un número limitado de ellas. No había muchas bibliotecas públicas entonces, pues el Programa Nacional de Bibliotecas Públicas comenzó hasta 1983. Adolfo Rodríguez menciona al respecto en las Jornadas de AMBAC de 1974: “[…] Pocas bibliotecas ofrecen servicios de fotocopia y es usual que, cuando lo proporcionan, la fotocopiadora se encuentra en la dirección de la escuela o facultad, lo que afecta la eficiencia del servicio, pues le dan prioridad a los asuntos administrativos” (Rodríguez 1974,116). A nivel masivo, las fotocopiadoras en las bibliotecas tuvieron un auge hasta principios de la década de los ochenta.
Había otros productos más económicos que contendían con este problema: Las máquinas duplicadoras no xerográficas existen desde fines del siglo XIX, y durante la primera mitad del XX se fabricaron docenas de marcas, modelos y tecnologías en este aspecto. Fueron diseñadas para oficinas, pero las bibliotecas no tardaron en adoptar muchas de ellas: las bibliotecas adquirieron y usaron hasta los años ochenta multígrafos, mimeógrafos, ciclostiles, duplicadores de alcohol y adresógrafos, por citar algunos cuantos.
Las técnicas para reproducir documentos fueron muy numerosas. Uno de los dispositivos más representativos de esta variedad fue el mimeógrafo —otra de las tecnologías de automatización no computacionales usadas en bibliotecas—, el cual consistía en una máquina reproductora mecánica basada en un esténcil o matriz de impresión para estarcir. Aunque hubo variantes, la más común se basaba en una hoja de papel encerado en la cual se mecanografiaba un texto, en este caso el de una ficha catalográfica. Al teclear un texto con la máquina de escribir sobre la hoja, el tipo metálico de cada letra removía la cera al golpear sobre la hoja con la forma de esa letra. Es decir, al final se tenía una hoja cubierta de cera con excepción de las letras tecleadas en ella. Ésta era la “matriz”; era instalada en el mimeógrafo, el cual por medio de la rotación de una banda de tela entintada permitía que la tinta de ésta pasara a una hoja de cartón en las partes no protegidas por la cera; esto es, se transferían al papel o cartón las letras del texto. De esta forma, se aceleraba el proceso de reproducción de las tarjetas, pero de cualquier modo los encabezamientos de materia debían ser mecanografiados en la parte superior de cada ficha.
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Xerox 914 ad, 1961. Warshaw collection, duplication device box 1. National Museum of American History Archives. © Smithsonian Institution. (Permiso de Fair Use del Smithsonian) (Este anuncio aparece desde marzo de 1961 en Boletín de ALA). |
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Anuncio de Xerox de 1965 donde introduce por primera vez la posibilidad de copiar tarjetas de catálogo en cartón. Imagen en acceso abierto en: College & Research Libraries, vol. 26, num. 6, November 1965, p. 464. |
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Copiadora Docustat de monedas. Hawken, William (1964). Photocopying from bound volumes, Supplement no. 1, p. 4. Chicago: Library Technology Project, American Library Association. Acceso abierto en Hathi Trust Library https://catalog.hathitrust.org/Record/000839220 |
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Monedero Xerox. |
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Anuncio de la Copiadora Xerox 914 de monedas, 1966. Revista Billboard, Abril 2, 1966, p.76 https://www.americanradiohistory.com/Archive-Billboard/60s/1966/Billboard%201966-04-02.pdf Imagen en dominio público vía Google Books. |
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Variedad de fotocopiadoras para libros tipo “Reflex”, 1982, Hawken, William, Photocopying from bound volumes, p. XVI. Chicago, Library Technology Project. American Library Association. Acceso abierto en Hathi Trust Library - https://catalog.hathitrust.org/ Record/000839220 |
Con o sin mimeógrafo, el proceso consumía mucho tiempo, además de que requería de la mayor minuciosidad, ya que los errores mecanográficos debían ser corregidos al instante con una pasta especial, y el mimeógrafo con frecuencia ensuciaba con tinta las tarjetas. Existieron otras variantes semejantes del mimeógrafo, como los multígrafos y los ciclostiles, y algunos con tecnologías variantes como las llamadas “duplicadoras de alcohol” o “máquinas Ditto”, cuyo funcionamiento era parecido al descrito pero no usaba tintas, sino solventes; o la tecnología de “transferencia por difusión”, la cual usaba luz y líquido revelador, con lo que se obtenía un negativo de papel intermedio; por ejemplo: Verifax de Kodak, CopyRapid de Agfa, Gevacopy de Gevaert o Copyproof. La variedad de tecnologías y marcas de todos esos dispositivos duplicadores fue innumerable. De hecho, la American Library Association publicó un compendio en 1962 de todos los métodos de copiado existentes usados en bibliotecas (Hawken 1962).
Para los sistemas bibliotecarios pequeños que catalogaban unos pocos títulos semanalmente, el proceso podía ser realizado por una o unas cuantas mecanógrafas. Conforme la cantidad de tarjetas a producir aumentaba, las bibliotecas o grupos de ellas debían recurrir a los mimeógrafos o similares. Más allá de una mediana producción, éstos se hacían insuficientes y las bibliotecas recurrían a sistemas de impresión todavía más poderosos, como los equipos de impresión offset.9 El problema crecía exponencialmente para los grandes sistemas bibliotecarios que adquirían numerosos libros cada semana. Imagínense sistemas como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos o la Biblioteca Británica, que desde ese entonces adquirían varios miles de títulos semanalmente. Los juegos de tarjetas ya desarrollados implicaban decenas de miles de tarjetas a producir en ese lapso con las técnicas anteriormente mencionadas.
Grandes departamentos de mecanógrafas, de técnicos de mimeógrafo y de impresores fueron construidos en esas épocas para poder contender con el problema, con altos costos asociados y un problema además siempre creciente debido al incremento de obras que se adquirían cada año. Entre todos los sistemas bibliotecarios, el de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos enfrentaba el más serio de todos. No tan sólo debía producir las tarjetas catalográficas para la propia biblioteca —de por sí numerosas—, sino que además debía producir tarjetas para todas las pequeñas bibliotecas que así se lo solicitaran, pues desde 1894 había instaurado un servicio de fabricación y venta de tarjetas bajo pedido. Debido a su inmensa producción, en los sesenta esta biblioteca ya no producía las tarjetas con máquina de escribir, mimeógrafos u offset: contaba con completos sistemas de imprenta y reproducción más refinados y de mejor calidad, aunque no menos complejos. Un servicio parecido existió también a partir de los cincuenta en la Gran Bretaña, derivado de la British National Bibliography (BNB) de la Biblioteca Británica. De igual forma, de los cuarenta a los setenta existieron empresas particulares que se dedicaron a la fabricación y venta de juegos de tarjetas para bibliotecas; por ejemplo, H. W. Wilson y Xerox en Estados Unidos, y Deutsche Bürokratie en Alemania. La revista Library Resources and Technical Services de la ALA consignó en su número de primavera de 1969 una lista de cerca de cincuenta proveedores comerciales de la unión americana que se dedicaban a realizar procesos técnicos de libros con la entrega del correspondiente