Los inicios de la automatización de bibliotecas en México. Juan Voutssás Márquez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Voutssás Márquez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786073018326
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impresas y bibliografías producidas por la búsqueda automática. La producción de tarjetas de catálogo comenzó en mayo de 1961, aunque las tarjetas todavía tenían un formato poco convencional —no existía el formato MARC— y se imprimía todo en mayúsculas.

      En 1962, Roger Summit desarrolló un sistema de recuperación de información en línea para los documentos de la NASA e inició el sistema de recuperación “Dialog”. Debido a su éxito, poco después la oficina de educación de Estados Unidos puso las bases de datos educativas bajo el mismo sistema, principalmente la denominada ERIC. En 1972, se volvieron una subsidiaria de la agencia aeronáutica Lockheed y se convirtieron en una de las mayores agencias de bases de datos en línea del mundo con el nombre de Dialog Information Services. En 1988, se volvieron propiedad de la empresa Knight-Ridder, y en la actualidad son parte de ProQuest.

      Esas primigenias aplicaciones fueron preparando el terreno. A principios de la década de los sesenta, las grandes instituciones bibliotecarias se enfrentaban a dos grandes problemas que cada día eran mayores: Por un lado el problema de la fabricación de tarjetas catalográficas, y por el otro el problema de contender con los requerimientos de creación y demanda de información masiva especializada por parte de sus usuarios. La atención y los intentos de solución de estas dos problemáticas fueron los principales detonadores para la asociación de computadoras y bibliotecas.

      Notas

      8 En realidad el nombre original del centro en 1958 fue Centro Electrónico de Cálculo. Así está consignado en Gaceta UNAM y otros documentos en esos primeros años. A mediados de 1961, Sergio Beltrán lo cambió a Centro de Cálculo Electrónico, su nombre definitivo, como puede observarse en el folleto oficial del centro (Centro de Cálculo Electrónico 1961). [regresar]

      3.- La producción de tarjetas catalográficas

      Creo que hay un mercado mundial para, cuando más, unas cinco computadoras.

       Thomas Watson, director de IBM, 1948

      A fines de los cincuenta, prácticamente todos los catálogos de bibliotecas del mundo eran elaborados en las clásicas tarjetas de cartón de 7.5 × 12.5 cms. Cada título de un libro procesado requería además “desarrollar” el juego de tarjetas correspondiente, una tarjeta para cada entrada de los catálogos: autor, título, topográfico, diccionario, así como para cada una de las materias asignadas al libro. El promedio era casi seis tarjetas por obra. El proceso de elaboración de las tarjetas era muy detallado y consumía mucho tiempo: la tarjeta principal era mecanografiada en una máquina de escribir. Si no se tenían recursos reprográficos especializados, esta tarea debía repetirse en la máquina de escribir tantas veces como fuese necesario, una por cada tarjeta requerida. No podían obtenerse copias con papel carbón debido al grosor del cartón de las tarjetas, típicamente unas tres o cuatro veces más gruesas que una hoja de papel bond estándar.

Imagen 51
Tarjeta catalográfica mecanografiada, años setenta.
Imagen 52
Tarjeta catalográfica de la Biblioteca del Congreso EUA de los años sesenta y setenta, con diversas tipografías.

      La fotocopia no era una opción en ese entonces: fue hasta 1959 que se comercializó exitosamente una máquina xerográfica, el “modelo 914”, de la Compañía Haloid-Xerox, y hasta octubre de 1960 que una de ellas fue adquirida por primera vez por la Biblioteca de los Institutos de Salud (NIH) de Estados Unidos, con lo que inició la flamante nueva era tecnológica de la fotocopia en las bibliotecas (Martin y Ferguson 1964, 410). Tardó todavía el resto de la década en popularizarse en la mayoría de ellas.

      Desde marzo de 1961, comenzaron a verse cada vez con más frecuencia anuncios de la máquina 914 en las revistas para bibliotecas como el ALA Bulletin o el Library Journal El costo de la máquina era muy alto entonces: noventa y cinco dólares mensuales de renta en 1965 —equivalentes a poco más de setecientos dólares en la actualidad—, lo cual era la forma típica de adquirirla, o 27,500 dólares para comprarla —equivalentes a 212 mil dólares de hoy en día—. La renta incluía dos mil copias al mes; después de éstas había que sumarle los consumibles, lo cual hacía que el costo de obtención de cada copia fuese muy alto, además de que requería de un constante soporte técnico. Además, durante los primeros años de este modelo no era posible utilizar cartón para reproducir los textos lo cual cancelaba la posibilidad de su uso para la elaboración de tarjetas catalográficas. Esta deseable característica en esta copiadora fue introducida hasta 1965 (College & Research Libraries 1965, 464). Dado que la “plantilla” para copia consistía en cuatro tarjetas juntas, no era del todo práctica para el propósito de fabricación original de tarjetas partiendo de un original.

      En 1964, el Boletín de la American Library Association (ALA) reportó que ya existen en algunas bibliotecas máquinas fotocopiadoras marca Vico-Matic, las cuales eran operadas por los propios usuarios por medio de un accesorio que les permitía introducir monedas. Las bibliotecas podían adquirirlas en versiones de diez o veinticinco centavos de dólar (ALA Bulletin 1964, 238). La misma revista reportó en 1966 que ya eran usadas en bibliotecas cuatro marcas de fotocopiadoras operadas con monedas: Docustat, Vico-Matic, Denison y Xerox 914. El costo para el usuario era en promedio cinco centavos de dólar por copia (Piez 1966, 507).

      En la Gaceta UNAM del 15 de marzo de 1965, se menciona como un gran avance la adquisición del primer modelo de la fotocopiadora Xerox 914 por parte del Centro de Cálculo Electrónico:

      […] con la que dará servicio a los directores, investigadores, profesores, funcionarios y estudiantes universitarios. Como es sabido, mediante esta máquina es posible copiar sobre cualquier tipo de papel con excelente legibilidad, y tiene además la ventaja de que pueden copiarse páginas de libros o revistas sin desencuadernar el original. Es posible también reproducir dibujos hechos a mano, con máquina, estampados o trazados con grafio. Se produce cualquier número de copias deseadas en forma automática sin necesidad ni de alimentar el papel en que se copia, ni de mover el original. Dadas las grandes ventajas que este tipo de copiadoras ofrece, el Centro de Cálculo Electrónico desea ponerla a disposición de la comunidad universitaria cargando solamente el costo nominal por página copiada ($0.75 por página de tamaño carta o menor y $1.25 por página tamaño oficio o mayor) (Gaceta UNAM 15-3-1965, 6).

      Puede verse por la redacción de la nota cuán innovador era ese dispositivo en ese entonces, que ameritaba hasta un anuncio en la gaceta universitaria. Dado que el tipo de cambio en 1965 era de 12.50 pesos por un dólar, las copias en México costaban en ese entonces, sin intenciones lucrativas, el equivalente a seis y diez centavos de dólar, respectivamente. Considérese además que un dólar de 1965 es equivalente a 7.90 dólares de 2018. Puede deducirse de ello que en sus inicios la fotocopia era algo muy innovador y cómodo, pero no era barato en lo absoluto; tardó algunos años en convertirse realmente en una opción económica y masiva.

      Tan solo unos meses después, en la Gaceta UNAM del 22 de noviembre de 1965, se mencionó por primera vez la reciente adquisición de una fotocopiadora ya en la Biblioteca Central:

      […] Desde el pasado mes de octubre, funciona en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria una máquina copiadora automática que operan los propios estudiantes. Mediante una cuota módica, el interesado puede adquirir en unos cuantos segundos una copia de actas de nacimiento, documentos personales, reportes escolares, páginas de libros, periódicos, trabajos artísticos, etcétera, sin peligro de dañar el original (Gaceta UNAM 22-11-1965, 6).

      La