No es sinónimo de analizar, estudiar, evaluar u opinar, y falta a la lógica de nuestro idioma la locución valorar negativamente, dado que el vocablo significa ‘reconocer, estimar o apreciar el valor o mérito de alguien o algo’, es decir, que siempre conlleva el sentido positivo. Por ello, es una tautología (‘repetición inútil y viciosa’) añadir a este verbo el adverbio positivamente.
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Este muestrario de palabras nos da una idea de lo que pretendo transmitirles, queridos lectores. Ante la más mínima duda con el significado de una palabra, recurramos al diccionario y no nos quedemos en la ignorancia. El mundo se concibe a través de las lenguas, cuanto más amplio es el dominio de la materna, más rica será nuestra visión. Es una aventura bonita leer y sumar a nuestro armario más ropa léxica.
A continuación, reproduzco para ustedes lo que el profesor Ángel-Luis Pujante, catedrático emérito de Filología Inglesa de la Universidad de Murcia, me ha enviado al respecto:
Como creo que sigue investigando sobre este tema, me permito aportarle algunos casos de impropiedad que oigo y leo, y no solo en los medios, sino también en novelas y escritos semejantes (seguramente por influencia de los medios):
saga por familia, cuando, en su acepción moderna, significa «relato sobre los miembros de una familia que abarca dos o más generaciones».
importante por cuantioso, fuerte o peligroso. Usado especialmente en el parte meteorológico de los telediarios: lluvias importantes, tormentas importantes, bancos de niebla muy importantes. No sé si han llegado a decir «huracanes muy importantes».
plagado por repleto o, simplemente, lleno. ¿Qué tal «plagado de alegrías»?
Aprovecho para plantearle una duda respecto a la omisión del artículo en «el resto de medios» o «la mayoría de ejemplos» (en vez de «el resto de los medios» o «la mayoría de los ejemplos»), que aparece hacia el final de la introducción de su libro [se refiere a El lenguaje en los medios de comunicación]. No sé si estamos ante uno de esos casos que la RAE ha aceptado a regañadientes porque su uso está bastante extendido. Creo que resto de no seguido de artículo está resultando tan abusivo que ha dado pie a expresiones como «resto de personas», cuando para esto bastaría con «los demás». Además, veo que los medios están imponiendo esta omisión, o la han impuesto ya, en topónimos como «Reino Unido» (en vez de «El Reino Unido»), cuando en inglés no se omite el artículo en este caso u otros semejantes (The United Kingdom, The United States). Es más, no parece que otros hispanohablantes incurran en esta omisión: los argentinos, por ejemplo, llaman a su país «La Argentina», e incluso dicen «El Uruguay» y creo que «El Perú».
Aquí queda, pues, reseñada la aportación de este generoso colega universitario que ilustra también los errores en los que incurrimos quienes estudiamos el lenguaje de los medios y sufrimos una especie de contaminación insana.
Y, para concluir con este capítulo, un breve comentario sobre un titular televisivo aparecido en un programa del canal Tele5, que no tiene tampoco desperdicio. Recurrimos al sufrido Fulanito para ocultar el nombre del protagonista de la noticia, y que el amable lector rellene el hueco con el famoso o famosa de su elección (que ejemplos varios tendrá). Decía así el titular en cuestión: «Fulanito agrede a nuestros reporteros ante la impasividad de los vigilantes de seguridad».
Aparte de que impasividad no existe en el diccionario, lo que querían decir estos aguerridos profesionales de la comunicación que a diario nos informan de noticias realmente importantes para el desarrollo de la humanidad es que los vigilantes de seguridad hicieron el don Tancredo; o sea, que su pasividad o inmovilidad no impidió la agresión.
No solo se trata de un neologismo, sino de un neologismo —a la vez— impropio. No inventen, por favor, palabras nuevas sin sentido alguno. Dejen eso para comunicadores de la talla de Carlos Herrera, Ángel Expósito, María José Navarro, Goyo Jiménez, José A. Naranjo, Faustino Catalina, o escritores como Alfonso Ussía, Eduardo Mendoza, Javier Sierra, Ángela Vallvey…, o para los poetas Luis Alberto de Cuenca, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, a quienes admiro por su buen dominio de nuestro idioma. Ellos sí que tienen el don de la invención de vocablos otorgado por los dioses del Olimpo.
[2]. Las fuentes de donde las he extraído son mi libro El lenguaje en los medios de comunicación (2017) y el libro El español más vivo. 300 recomendaciones para hablar y escribir bien (2015), de la Fundación del Español Urgente (Fundéu).
[3]. Derivado de este verbo, los lectores recordarán el término elíptico. Viene a mi memoria un examen en el que un alumno escribió: «El sujeto está epiléptico».
La RAE, a veces, desbarra
Hay también otra serie de palabras de rancio abolengo y de significado añejo en nuestra lengua a las que, a mi modesto juicio, la RAE ha perjudicado dando pábulo (en el sentido de esta locución verbal, ‘echar leña al fuego’) al uso impropio que de ellas hace una colectividad o grupo de hablantes, bien por desconocimiento, bien por influencias ajenas al genio de nuestro idioma. No son muchas, pero extraeremos algunas.
La primera y más sangrante injusticia, en mi opinión, se ha cometido con el verbo enervar. Nacida del latín, enervare, la palabra tiene un ADN muy peculiar: el prefijo e-, ‘des’, y el sustantivo nervus, ‘nervio’. Supone, por tanto, una privación del nervio, y ello da lugar a que toda la vida haya significado «debilitar, quitar las fuerzas», que es como se encontraría una persona sin nervios. Ahora, la tercera acepción del DRAE reza «ponerse nervioso». Una persona que dice estar enervada debe contar con la buena cultura idiomática de sus interlocutores, bien para que le den un reconstituyente (si lo está en la primera acepción), bien para que le den un ansiolítico (si lo está en la tercera). Me explico. Si llego a casa y digo «estoy enervado», habrán de preguntarme en qué acepción me baso; si respondo que en la primera, mi hija quizá replique: «Tranquila, mamá, papá está sin fuerzas». Pero si afirmo que estoy pensando en la tercera acepción, deducirán que vengo alterado. Todo muy claro y fácil de comprender.
Junto a enervar, tenemos un verbo al que el mal uso del lenguaje jurídico-administrativo ha desprovisto de su esencia más propia y tradicional, me refiero a cesar, del que Sebastián de Covarrubias[4], que lo escribía con la doble ss de su étimo* latino, nos dice: «Parar, dexar de continuar alguna obra; del verbo latino cesso, as… No cesar, continuar, como no cessar de llover, vale llover siempre. Cessación a divinis, una censura rigurossísima, por la qual cessa en el lugar donde se pone, al dezir missa y las horas canónicas, con las demás penas», y cuyo significado tenía estas peculiaridades en el DRAE:
1. intr. Dicho de una cosa: Interrumpirse o acabarse. La lluvia no cesó hasta la noche.
2. intr. Dejar de desempeñar un cargo o un empleo. El entrenador cesará al final de la temporada. Cesar EN sus funciones, DEL cargo, COMO gerente.
3. intr. Con las preposiciones de o en, dejar de realizar la actividad que se menciona. No cesa DE mirarnos. Cesaron EN su empeño.
Es decir, que su significado primigenio y lógico conllevaba dejar de hacer algo o dejar de desempeñar un cargo. Su valor, por tanto, era intransitivo. Yo no podía «cesar a alguien», yo podía destituirlo, y era esa persona quien, por iniciativa propia, cesaba en un puesto que, hasta ese momento, desempeñaba.
Pero el lenguaje de la Administración es muy peculiar y se salta las normas de la gramática con una soltura impensable en otros aspectos de su función: no se salta las leyes, pero sí las normas lingüísticas, y eso sucedía, a mi juicio, con este verbo: imagino a un cargo político llegando a su casa y comunicando a su familia: «Me han destituido». «Pero ¿qué has hecho?», sería la pregunta lógica. Sin embargo, si esa misma persona dijera «me han cesado», a continuación,