LA DIVERTIDA AVENTURA
DE LAS PALABRAS
Fernando Vilches
LA DIVERTIDA AVENTURA
DE LAS PALABRAS
Del buen uso del español
Prólogo de
Carlos Herrera
La divertida aventura de las palabras
Del buen uso del español
© 2018, Fernando Vilches
© 2018, Arzalia Ediciones, S.L.
Calle Zurbano, 85, 3º-1. 28003 Madrid
Diseño de cubierta, interior y maquetación: Luis Brea
ISBN: 978-84-17241-33-9
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Índice
Más vale pasar un minuto por ignorante que toda la vida por idiota
Una cala en el español de América
Diacronía del lenguaje ortopédico
Neologismos
Neologismos herrerianos
Poder y fuerza de las palabras
Roces lingüísticos
El lenguaje deportivo
La pragmática* popular
Lo fashion, o la moda llega al lenguaje
Lenguas de especialidad
Las tildes
Sugerencias del día
Cartelería popular
Fraseología variada
Epílogo
Ultílogo
Agradecimientos
Glosario
Bibliografía
Sobre el autor
Títulos publicados por ARZALIA
A mi queridísimo tío Eduardo Rivas,
de quien soy deudor sin tiempo
In memóriam
Puntiyoso sovrino insoportavle,
guardián de la española hortografía,
bíctima lla de la monomanía
de querer que la jente escriva y havle
de forma correta y presentavle,
lla sea en prosa, lla sea poesía,
lla sea en el dezir de cada día
en papel, en las hondas o por cavle.
Al releer estas aberraciones,
tan desprovistas del decoro hermoso
que exige a nuestra hermosa lengua el arte
del buen decir que das en tus lecciones,
debo afirmar, sobrino puntilloso,
que, de no ser, habría que inventarte.
Eduardo Rivas
(Soneto a su sobrino Fernando Vilches)
Madrid, 24 de junio de 2012
Prólogo
Carlos Herrera
Las personas que nos dedicamos a la comunicación sabemos de la importancia de las palabras, de componerlas apropiadamente para confeccionar un discurso creíble en el que la coherencia, la cohesión y la adecuación son fundamentales a la hora de conectar con nuestros oyentes.
Llevo tantos años dedicado al noble oficio de contar sucedidos, historias, noticias (a veces terribles y dolorosas) y buenas nuevas también (aunque, desafortunadamente, más escasas) que el lenguaje se ha convertido para mí en un compañero inseparable de mis días en antena, donde cuento con un extraordinario equipo humano, y de mis soledades, en esas madrugadas donde, camino de la radio, voy rumiando las palabras que voy a escoger para ilustrar a mis camastrones (neologismo herreriano, como lo llama el autor de esta aventura, y recogido en ella) con noticias, comentarios, chascarrillos, temas de actualidad —políticos, deportivos y económicos (no todo va a ser política)—; y sucedidos sobre seres humanos, algunos, auténticas Personas, con mayúscula, y otros que, infelizmente, han llegado a personajes «públicos» (y lo entrecomillo a sabiendas) antes que a personas, personas humanas, como ha recogido alguna vez el autor de este ensayo en la sección que tiene los martes en mi programa.
El libro que tiene en sus manos, desconocido y respetado lector, es una mezcla de la pasión que siente Fernando Vilches por la hermosa lengua de Cervantes y de su dedicación a enseñarla a quien quiera acompañarlo en este empeño, tarea en la que lleva más de treinta y cinco años. Y en esa dilatada vida de docente, otro libro, El menosprecio de la lengua (el que da título a su sección en el programa), nos juntó en 1999 en el espacio que yo dirigía en Radio Nacional de España.
Tras un largo paréntesis en el que no volví a saber de él (Fernando se convirtió, según sus palabras, en un seguidor mío allá donde la vida profesional me ha llevado), un buen día de noviembre de 2017, en Producción habían leído una entrevista que le realizaron en La Razón y cuyo titular llamó la atención de nuestra sin par María Luisa, la jefa de ese departamento: «Si la RAE acepta cocreta, me hago italiano». Y le llamaron para cocretar una entrevista si le parecía oportuno.
Efectivamente, una mañana fría de ese mes que tan poco le gusta al profesor, apareció por la emisora de Madrid de Cope, con su libro bajo el brazo, trajeado y encorbatado como buen (y pelmazo, pensaron —seguro— cuando lo vieron llegar) profesor universitario para, en paráfrasis umbraliana, hablar —naturalmente— de su libro, ¡faltaría más!
La entrevista discurrió por derroteros poco académicos, nada solemnes ni, mucho menos, aburridos, hasta tal punto que, en hábil maniobra, me espetó que por qué no dedicaba unos minutos a la semana —o al mes— a hablar del buen