2. NUEVAS ECONOMÍAS O TRANSFORMACIÓN DEL CAPITALISMO
La crisis de 2008 mostró nuevamente las debilidades del sistema capitalista impulsado por las políticas neoliberales y la desregulación, en cuanto a la incapacidad de generar estabilidad económica y sostenimiento de los mercados. La crisis financiera tuvo múltiples reacciones en la sociedad, pero quizá la más importante se dio en el aprovechamiento de internet para crear espacios de transacción fuera del control de los Estados. El surgimiento de plataformas de intercambio basadas en criptomonedas y tecnologías de cadenas de bloques –blockchain– abrió paso para que se crearan nuevas posibilidades de interconexión entre la oferta y la demanda, no solo para bienes y servicios legales, sino para el tráfico de drogas y armas, lo que apoyó el lavado de dinero y el fortalecimiento del crimen organizado trasnacional (ver Orozco et al., 2021). En este contexto empezaron a emerger plataformas orientadas a dispositivos móviles con el fin de facilitar las transacciones en diversas actividades, como viajes, carros compartidos, finanzas, dotación de personal y prestación de servicios profesionales, música y video streaming, alojamientos, servicios a domicilio, y eliminación de intermediarios en la producción agropecuaria, entre otros, generando alrededor de 15.000 millones de dólares en ingresos, que según la PwC podrían alcanzar los 335.000 millones de dólares para 2025, lo que evidencia su potencial de crecimiento (Durán-Sánchez, Rama, & Álvarez-García, 2017). Sus promotores afirmaban que ofrece una mejor distribución del valor en la cadena de suministro, reduce los impactos ecológicos, y brinda un cambio de actitud de los usuarios hacia la propiedad y la necesidad de conexión social (Cheng, 2016). De esta forma, la era digital abría paso a la aparición de nuevos modelos organizacionales, novedosos sistemas administrativos y potencialidades de alto crecimiento por la facilidad de masificación de los servicios.
El desarrollo de una nueva forma de actividad económica ha sido tratado en la literatura desde dos enfoques. El primero, como el resurgimiento del sistema de eliminación preindustrial y formas de organización laboral precapitalista ahora impulsadas por tecnologías digitales (Acquier, 2018), un recrudecimiento de las condiciones más utilitaristas del capitalismo por medio de prácticas como la economía de plataformas, que son una vía de acceso de bajo costo basada en modelos que alteran y desestabilizan las relaciones laborales (Acquier, Carbone, & Massé, 2019). Se plantea un modelo “tecno-económico post-fordista-toyotista, que impulsa la desconcentración productiva en pro de la productividad, por encima de los modelos de integración […], mediante trabajadores polivalentes, tecnología multifuncional para la producción simultánea de varios productos y una línea de empuje” (Ramis, 2017, p. 230). El segundo, como respuesta a una evolución de la economía social impulsada por el detrimento de las condiciones sociales a raíz del capitalismo liberal basado en el consumismo de la década de 1980 ( Sánchez, 2016; Alguacil-Marí, 2017; Cañigueral, 2016; Chaves-Ávila & Monzón-Campos, 2018; Díaz-Foncea, Marcuello, & Monreal, 2016; Vicente, Parra, & Flores, 2017), postura en que sus defensores lo ven como una oportunidad para que los individuos se emancipen y progresen sin la necesidad de grandes estructuras (Acquier et al., 2019), con primacía de la generación de bienestar y la respuesta a necesidades sociales, soportado en la lógica del bien común (Ostrom, 2000; Ramis, 2017).
Esta nueva fase se caracteriza por tener mayor productividad, con modelos en donde la capacidad de control se ha disipado y plantean alternativas a los modelos capitalistas tradicionales basados en la propiedad privada, la racionalidad de maximización de rentas y la libertad de mercado, el capital como inversión de recursos en una función de utilidad de los factores de producción, donde se orienta la racionalidad pero incorporando la tecnología y las aplicaciones (Pastré & Vigier, 2009, p. 31). En todas las modalidades de nuevas economías se ajustan los procesos de control en la relación y la concentración de la propiedad y por ende los términos de poder, pero aún existe un debate sobre su reconocimiento como modelo económico. Se puede ver como un recrudecimiento del capitalismo en su expresión más salvaje, con casos como los de Uber, Picap, Rappi o Delivery, en los cuales, si bien los medios de producción y la fuerza laboral no pertenecen a la empresa, el poder y manejo de las plataformas y de la información sí son controladas por esta, y es ella quien establece las condiciones de la relación, remuneración, permanencias y sanción según demanda y evaluación de los participaciones, llevando a las críticas y acusaciones sobre competencia desleal y explotación laboral. También se encuentran iniciativas como los laboratorios de creación colaborativa, las iniciativas de consumo por demanda, y por acuerdo (GIC), Airbnb, entre otras, en que la plataforma de contacto solo cumple ese rol, el contacto, pero la negociación entre los participantes la hacen ellos directamente, estableciendo las condiciones del negocio y controlando el cumplimiento o la sanción en el mismo mediante procesos de evaluación dados a conocer al público en general de forma inmediata, en lo que Acquier llama una erosión en los límites entre mercado y empresa y que contradicen según él los postulados de Coase y Williamson sobre los costos de transacción, lo que genera una coordinación entre estas partes, en lugar de una negociación (Acquier, 2018).
Los nuevos modelos de negocio profesan mayor crecimiento y promueven nuevamente la poca participación estatal (Acquier, 2018, p. 18); se orientan hacia prácticas de responsabilidad social empresarial, principios de sostenibilidad y eficiencia energética y la productividad de los materiales para la sostenibilidad, en lugar de pequeñas mejoras incrementales (Bocken et al., 2014), así como procesos de producción flexible y automatizada que requieren menos mano de obra, con estructuras organizacionales más pequeñas, y promueven lógicas de autocontrol y mayor compromiso de los trabajadores, que pueden verse como un resurgimiento del taylorismo a través de la tecnología, en donde nuevamente se cambia el rol del trabajador, que es ahora productor y consumidor-prosumidor (Stępnicka & Wiączek, 2018b), con la diferencia que el control es ejercido por la tecnología y la autogestión de los integrantes del sistema en tiempo real, y donde el dominio no se concentra solo en los dueños de los medios de producción, sino en quienes coordinan los algoritmos que facilitan la relación entre las partes (Acquier, 2018). Estos algoritmos son una