Entonces, sin pensarlo mucho más, el hombre decide dirigirse al río que vio hace un tiempo. Pero antes de salir de su casa, saca tres lingotes de hierro ya endurecidos de su horno de piedra y crea una cubeta de hierro con ayuda de su mesa de trabajo y su libro, con la finalidad de poder traer agua del río por si en algún momento llegara a necesitarla. Por ejemplo, usarla para enfriar la lava que había visto en la gran cueva a un punto en el que no sea peligrosa.
Una vez crea la cubeta de hierro y la guarda en su pantalón, el hombre sale de su casa y les da unas cuantas semillas más a las gallinas de su corral para que sigan poniendo más huevos. Posteriormente, ahora sí se dirige en la dirección hacia donde supuestamente se encuentra el río, al que por fortuna encuentra después de un rato caminando mientras observaba sus alrededores, quedando maravillado en el instante en el que llega y ve las calmadas corrientes de agua cristalina.
Al contemplar del río hasta donde alcanza su vista, reconoce que este es bastante extenso, un poco ancho y no tan profundo; con aguas tan transparentes que incluso se puede apreciar todo el fondo. Pero más increíble aún fue el darse cuenta de la presencia de peces nadando a lo largo de este cuerpo de agua.
Instantáneamente, al identificar el río como una nueva fuente de alimento, en el rostro del hombre se dibuja un gesto de alivio, ya que en algún otro momento podría volver para pescar y alimentarse de los peces que pudiese capturar. Pero por ahora, con gran satisfacción, entra al río y se da un baño relajante mientras nada junto con los peces.
CAPÍTULO 3
Acechando desde las sombras
De camino a su hogar, curiosamente, el hombre vislumbra un rebaño de ovejas salvajes cubiertas de lana blanca pastando a espaldas de su casa, por lo que, obviamente, corre hacia ellas para intentar atraerlas a su corral, aunque lo único que consigue es espantarlas y alejarlas en la dirección opuesta. Y como no tiene nada que sirva para llamar su atención como con las gallinas, no tiene otra opción más que dejar de molestarlas hasta descubrir cómo atraerlas hacia el corral.
Retomando su camino a casa, pensando aún en las ovejas, imagina alguna forma para llamar el interés de esos animales, justo como hizo con las gallinas al seducirlas con semillas, solo que en este caso las ovejas fijan su atención en el pasto que abunda por todo el campo, por lo que el hombre no conseguirá atraerlas con algo que ellas mismas encuentran con gran facilidad; así que el césped no servirá para esto.
Al ya estar en la comodidad de su hogar, el hombre continúa con sus demás labores, como sacar los lingotes de hierro de los hornos de piedra y terminar de construir su casa, expresamente, en concluir el techo de una vez por todas. Y, mientras tanto, sigue pensando en el tema de las ovejas en busca de algo que le pueda servir para atraer su atención y encerrarlas en su corral.
Luego de bastante tiempo divagando en sus pensamientos, afirma que las ovejas no se interesarán en carne ni manzanas, sino solo en el pasto simple, del cual solo puede conseguir semillas, mismas que sirven para atraer a las gallinas, y aunque lo más seguro es que no consiga lo mismo con las ovejas, podría utilizarlas para cultivarlas de alguna forma, y así conseguir pasto de mejor calidad que sea de sumo interés para las ovejas, surgiendo esta idea por la receta para crear azadas que describe su libro, precisamente, para este tipo de actividad; ya sea de madera, piedra o hierro, con la que podría acomodar la tierra del campo de una forma en la que pueda cultivar las semillas que tanto les fascinan a las gallinas.
Con una idea clara en mente y un largo día por delante, el hombre, después de terminar con sus tareas incompletas, se dirige directamente a su mesa de trabajo para crear una azada de hierro, y enseguida sale de su casa en busca de un buen lugar para sus cultivos, siendo este a un costado de su hogar, donde clava de inmediato su azada en la tierra fértil para amoldarla de la mejor forma para que las semillas que plante puedan brotar sin problemas. Al terminar, lo que falta ahora son las semillas, así que comienza a buscar más de estas por toda la zona hasta conseguir suficientes. Y una vez las consigue, las coloca en los surcos de su campo de cultivos.
Curiosamente, luego de terminar de plantar las últimas semillas, el hombre se asegura de no haber olvidado ninguna, percatándose así de que las primeras que plantó salieron a la superficie, lo cual es extraño, pues juraría haberlas cubierto por completo con tierra, mas imagina que solo debió haber sido un descuido suyo, así que vuelve a enterrarlas. Pero en cuanto lo hace, al voltear a un costado, observa lo mismo con las otras semillas que plantó, viéndolas salir de la tierra una tras otra, como si la tierra las estuviera rechazando.
Ante tal reacción, el hombre comprende que algo está haciendo mal. Seguramente olvidó un paso muy importante, algo que debe estar omitiendo. Pero por más que piensa en cómo hacerlas crecer naturalmente, no encuentra la solución, lo cual es muy frustrante, ya que se supone que tienen un lugar adecuado, moldeado y expuesto a los rayos del sol; características ideales para el desarrollo satisfactorio de estos cultivos. Aunque simplemente no sucedía.
Por otra parte, la falta de comida y el desgaste físico comienzan a afectar el raciocinio del hombre, y al ver que sus cultivos literalmente no están dando frutos, decide dejarlos a un lado y aprovechar la luz del día restante para conseguir alimento más rápido. Y como todavía no quiere sacrificar más gallinas para este propósito, planea ir al río a intentar atrapar algunos peces… “Los peces del río… ¡Eso es!”, reflexiona el hombre, comprendiendo que el ingrediente que le falta a sus cultivos para que las semillas germinen es la fría y refrescante agua del río. Y al ser una especulación lógica, no duda en regresar a su campo de cultivos, cavar un agujero en la tierra e, inmediatamente después, verter el agua del río que antes recogió con su cubeta de hierro, observando así a la tierra de alrededor “absorbiendo” uniformemente el agua hasta alcanzar a las semillas, las cuales, ahora con todos los factores que requieren, poco a poco vuelven a integrarse por sí solas en la tierra húmeda y fértil, divisándose inclusive un pequeño tallo verde brotando de una semilla.
Lamentablemente, el agua que trajo consigo no es suficiente para distribuirse y humedecer toda la tierra en la que plantó la semillas, y, por lo tanto, algunas de ellas se mantienen aún en la superficie. Por consiguiente, el hombre decide regresar al río para traer más agua en su cubeta.
Así es como el hombre, muy emocionado, logra viajar dos veces al río y volver a sus cultivos trayendo más agua, pero en la tercera vez que llega al río, por su descuidado control de su apetito por el conocimiento y la experimentación, pasa por alto el transcurso del tiempo, dándose cuenta, de la peor manera, de que el sol está por ocultarse, percibiendo cómo lentamente la luz natural del sol va desapareciendo y toma su lugar la oscuridad de la noche que se aproxima rápidamente…, y con ella los monstruos. Por lo cual, él sabe que tiene que apresurarse a llegar a la protección de su casa, pues, por tantas distracciones que tuvo durante el día, no pudo centrarse en lo más importante: su vida misma, la cual corre peligro al andar en el exterior rodeado de criaturas monstruosas, sin olvidar que al