La congruencia propia de las formas de vida no debe confundirse ni con la conversión generativa en general (esa es solamente una de las propiedades), ni con las conversiones «conformistas». En el ejemplo precedente, la conversión «conformista» es la que no añade nada de un nivel al otro: la negación no engendra sino su estricto equivalente, la noconjunción; y la conversión no conformista es la que hará corresponder, por ejemplo, la negación con la conjunción. Una y otra de las dos soluciones son potencialmente congruentes, porque la congruencia se mide por la capacidad de una forma de vida para reproducir en todos los otros niveles esas correspondencias, sean conformistas o no. La calificación «conformista» y «no-conformista» se debe entender aquí en el sentido en que las selecciones y las correspondencias propuestas añadan o no añadan articulaciones y relaciones significantes al momento de la conversión. Esta calificación sin apreciación ética no deja, sin embargo, de tener consecuencias éticas, ya que permite caracterizar el grado de «inventividad» de las formas de vida, así como el grado de discordancia y de tensión que afecte a tal o cual selección congruente.
Si la coherencia es lo propio del esquema sintagmático y, por tanto, del plano de la expresión de la forma de vida; la congruencia caracteriza el plano del contenido, considerado en la diversidad ordenada de los estratos del recorrido generativo. Sobre el conjunto de esos estratos, desde las oposiciones semánticas y los valores elementales hasta las organizaciones narrativas, e incluso hasta las particularidades de la enunciación o de las manifestaciones figurativas y sensibles, una forma de vida impone, en efecto, lo que hemos llamado antaño de manera aproximativa una deformación coherente5, y que hoy sería más apropiado llamar una selección congruente.
Una forma de vida puede ser caracterizada por un tipo de equilibrio o de desequilibrio interno de la función semiótica, por un tipo de mediación propioceptiva, por los roles narrativos modales, actanciales y pasionales, etc. La selección congruente de todas esas particularidades proporciona un efecto de individuación que no concierne necesariamente a un actante, individual o colectivo, sino más generalmente al proceso de producción de sentido. Al respecto, una selección congruente podría definirse como una «conmutación en cadena», una conmutación contagiosa entre los diferentes niveles de análisis. Según el principio de congruencia, una selección operada en un nivel cualquiera entraña una cadena de selecciones sobre los otros niveles. El conjunto aparece globalmente como congruente, con la reserva de que una forma de vida identificable tome a su cargo la intencionalidad de esa conmutación en cadena.
El razonamiento puede ser «rizado» por un retorno sobre la coherencia del esquema sintagmático (por ejemplo, la «buena forma» de un esquema canónico). Esa coherencia desencadena un proceso de estabilización esquemático y de reconocimiento, confirmado por la congruencia de las selecciones por el lado de los contenidos. En suma, la coherencia del plano de la expresión y la congruencia del plano del contenido se refuerzan la una a la otra en el proceso de individuación y de reconocimiento de la forma de vida.
Desde esa perspectiva, la coherencia del esquema sintagmático y la congruencia de las selecciones [en el plano del contenido] convergen para manifestar la existencia de un proyecto de vida subyacente. Podríamos ilustrar este punto apoyándonos en el caso del absurdo. El absurdo es una configuración semiótica que parece ser el resultado de una acumulación de incoherencias y de insignificancias, pero que está, sin embargo, organizado como una forma de vida, que presenta todas las características de congruencia en las selecciones operadas, y de coherencia en la deformación de los universos semióticos que de ahí resultan.
Para eso tenemos que superar la simple constatación cognitiva (incoherencia, insignificancia), a fin de descubrir un estilo ético y estético que restaure de alguna manera el «sentido del no-sentido», como en Camus (L’absurde), en Sartre (La Nausée), en Ionesco (Rhinocéros) o en Céline (Voyage au bout de la nuit). Desde el momento en que el «sentido de la vida» no es ya accesible por la vía cognitiva, la forma de vida propone una vía estética y sensible, que reposa, en lo esencial, sobre las particularidades de la manifestación figurativa. Es decir que, si el mundo es incoherente respecto de las normas establecidas y de las selecciones «conformistas», el conjunto de las selecciones operadas en el recorrido generativo no deja de obedecer a un principio de congruencia que garantiza el efecto intencional.
Podemos anotar como características de las selecciones congruentes propias de esta forma de vida particular, al menos en los cuatro autores mencionados, las propiedades siguientes:
1. El desequilibrio entre los dos polos de la función semiótica, debido a una proliferación del plano de la expresión (lo demasiado lleno del significante) y a un enrarecimiento correlativo del plano del contenido (la vacuidad del significado): los rinocerontes proliferan en Ionesco, como las balas y las agresiones procedentes de todos los horizontes en Céline; en proporción inversa, en uno como en otro, se produce el vaciamiento de los contenidos y el enrarecimiento de los valores semánticos y de las emociones.
2. En consecuencia, el campo de presencia del sujeto sensible a lo absurdo se encuentra afectado, ya sea por una densidad excesiva (desde el punto de vista exteroceptivo), ya sea por una vacancia extrema (desde el punto de vista interoceptivo). Esta diferencia se siente como una estesis paradójica.
3. Desde ese momento, el cuerpo propio se encuentra sometido a una experiencia problemática: se esfuerza en vano por reunir el mundo exteroceptivo y el mundo interoceptivo, para hacer de ellos respectivamente un plano de la expresión imposible entre dos mundos inconmensurables. Esa experiencia del cuerpo propio se traduce, por ejemplo, en Sartre y en Céline, por la náusea, o en Ionesco, por experiencias somáticas esquizoides. Estos dos tipos de manifestaciones figurativas y somáticas específicas del absurdo traducen en la experiencia corporal la imposibilidad de la mediación propioceptiva entre expresión y contenido.
4. La dimensión narrativa también es afectada, puesto que, si la cuantificación es desregulada, la liquidación de la carencia solo puede contener un exceso, el cual apela a su vez a una insuficiencia, o a la inversa. El desequilibrio ponderal de la función semiótica engendra en cada ciclo un desfase en la intensidad de la búsqueda y confrontaciones polémicas, de suerte que el devenir del relato absurdo no puede ser más que un proceso sin fin de exacerbación de frustraciones y de conflictos. El esquema sintagmático del absurdo se caracteriza, pues, por una iteración-amplificación, como ocurre con Sísifo subiendo una y otra vez su piedra.
5. En la dimensión modal y pasional, el sujeto puede escoger entre, de un lado, (i) asumir el absurdo y convertirse en una parte del mundo absurdo (como lo muestra la transformación de los personajes en rinocerontes, en Ionesco, y también la proliferación contagiosa de las modalidades deber y querer en el discurso de los personajes); y de otro lado, (ii) rehusar asumir, proclamar su irresponsabilidad (como lo hace Bérenger en Rhinocéros, bajo la forma del no deber y del no querer). Por lo que se refiere a Céline, la sola opción se presenta entre la muerte (fin de la perseverancia) y la abyección (el precio que hay que pagar por perseverar). Esto equivale a una alternancia entre huir de la angustia del absurdo, mezclándose con la incoherencia del mundo para no percibirla más; o vivirla indefinidamente en actitud de espectador impotente y desesperado.
El absurdo así concebido es, pues, una forma de vida caracterizada por la fuerte identidad y coherencia de su esquema sintagmático (propiedades rítmicas, cuantitativas, narrativas, etc.), y por la congruencia que se produce entre los diferentes niveles de su contenido (aquí, niveles semiológico, estésico, somático, narrativo, modal y pasional).