Con respecto a estas últimas, sabemos ya cómo se puede transformar un simple «curso de acción» insignificante y que parece aleatorio en una «práctica semiótica» stricto sensu. Es necesario aplicarle cierta dosis de programación y de ajuste13, para el encadenamiento de sus diferentes fases, para establecer las relaciones entre sus actantes, y para asegurar sus relaciones con los cursos de acción concurrentes. De esa manera se obtiene un esquema sintagmático que es al final una «manera de hacer para seguir su curso»14. Seguir su curso, en este caso, consiste en no interrumpirse, en no cambiar de curso de práctica, en resistir a los desvíos, en negociar los obstáculos, etc. El curso de la práctica persiste, y los actantes implicados en las prácticas perseveran. La programación y el ajuste son, pues, las dos vías complementarias de esa persistencia-perseverancia más general.
Si el conjunto de esos actos y peripecias constituye un esquema identificable y suficientemente estable, este último forma una manera de persistir y de perseverar global y típica, que es comparable a otras maneras de perseverar, y cuyo estilo figural corresponde a tal tipo de práctica más bien que a tal otro. Si luego se pone ese esquema sintagmático en relación con contenidos temáticos y figurativos, y con sistemas axiológicos, con una ética y con una estética, y con estados pasionales; entonces, se obtiene una práctica semiótica debidamente constituida.
Lo mismo ocurre, en un plano de inmanencia de nivel superior y con un alcance más general, con las formas de vida, en las que, por principio, los elementos constituyentes (prácticas, estrategias, actantes, fases de acción) deben estar articulados según determinados tipos de relaciones, según el tempo y de acuerdo con ritmos adecuados para configurar un esquema reconocible, el cual, al acoger contenidos temáticofigurativos, axiológicos y pasionales, accederá al estatuto de forma de vida.
Vivir comporta una dimensión importante y problemática mucho más rápida que la práctica en sentido estricto: una «vida en curso» está limitada en los dos extremos de la cadena, uno realizado (el nacimiento), el otro, potencial (la muerte), pero entre esos dos límites el curso de la vida puede ser interrumpido en todo momento, puede encontrar obstáculos, y debe hacer frente a todo aquello que pueda torcer el sentido y la dirección. La forma de una vida se supone que responde a cuestiones de inspiración modal, axiológica y pasional, que puntúan el desarrollo sintagmático: «¿cómo, por qué, en qué condiciones, en nombre de qué continuar?». En el caso de las prácticas, lo que uno se esfuerza por continuar es solamente un curso de acción; con las formas de vida, lo que nos esforzamos por continuar es la vida misma, o al menos una de sus dimensiones constitutivas.
Spinoza (2007) resume ese principio estructural en una sola fórmula: perseverar en su ser, y hace de ella una regla elemental y profunda, a partir de la cual engendra un sistema ético completo. Y, si lo siguiéramos en este punto, la forma misma de la perseverancia en el curso de existencia sería el modelo de todos los demás tipos de perseverancia, y en particular de la perseverancia en un curso de acción, el esquema dominante de las prácticas.
La fórmula de Spinoza, en efecto, condensa varias dimensiones de la «vida en curso»: perseverar no se limita solamente a «continuar», sino que es preciso «continuar contra, o a pesar de…» algo que impidiera continuar. El actante perseverante es, pues, competente, dotado de las modalidades que le permitan a la vez apreciar los obstáculos y superarlos. «En su ser» puede ser comprendido de dos maneras: ser como existente (predicación absoluta) y ser como identidad (predicación atributiva); pero ambas acepciones pueden tanto combatirse recíprocamente como sostenerse mutuamente. «Perseverar en su ser» condensa, pues, igualmente dos dimensiones al mismo tiempo solidarias y antagónicas, es decir, en tensión permanente: de un lado, (i) se trata sin duda de «continuar un curso de vida a pesar de X…» y, del otro (ii), de «continuar siendo lo que se es» a través de todas las fases de ese curso de vida.
La primera dimensión (i) es la de la organización sintagmática del curso de vida. La segunda (ii) es aquella, ya explorada por Paul Ricœur (1990), de la permanencia de la identidad a todo lo largo de ese mismo curso sintagmático: permanencia de idem por repetición, redundancia y recubrimiento; permanencia de ipse por confrontación con la alteridad, mantenimiento de una imagen de sí mismo y cumplimiento de una promesa (pp. 138-148). Las dos dimensiones están en tensión la una con la otra, puesto que cada peripecia del curso de vida que continúe, cada obstáculo encontrado y franqueado, es también una amenaza o un reto al mantenimiento de la identidad del ser; y, recíprocamente, el mantenimiento de la identidad es una exigencia complementaria para continuar el curso de vida. Las realizaciones concretas conjugan necesariamente esos dos principios, sabiendo que el curso de vida así concebido es siempre, de hecho, una adaptación permanente a un entorno que, también él, por codeterminación, evoluciona y se adapta.
En los dos polos extremos de esa tensión, una u otra de las dos dimensiones se encuentra comprometida: por un lado, cesar de vivir, interrumpir el curso, es una manera radical de permanecer indefinidamente «el mismo», más allá de la vida, sin tener que afrontar la alteridad; por otro lado, renunciar a ser sí mismo, renunciar a la permanencia de la identidad, es también una manera de asegurar una prosecución del curso de existencia, donde cada obstáculo no será sino una ocasión de cambiar para persistir.
Al final, el resorte fundamental de las formas de vida es relativamente simple, y procede de uno de los principios axiológicos más universales, más allá de naturaleza y cultura, que reposa en el siguiente razonamiento elemental: si algo pasa, es por alguna razón, y si esa cosa debe continuar y persistir, es como mínimo para cumplir y hacer que llegue a ser, in fine, esa razón.
Por un giro brusco típico del «vivir», las condiciones requeridas para que un proceso siga su curso se han convertido en motivación y en finalidad de ese proceso. Es, en suma, una condición necesaria convertida en intencionalidad15. Evidentemente muchas otras axiologías pueden intervenir sobre las formas de vida, y conducir a cuestionar su curso o a confrontaciones más radicales, pero la axiología que siempre es la más solicitada «par défaut» [por carencia] es esta: persistir y perseverar en su curso.
Por consiguiente, las axiologías elementales, las formas pasionales y las éticas y estéticas asociadas a las formas de vida tendrán todas alguna relación con ese principio de persistencia en el curso de existencia. Y, como lo hemos indicado ya, ese principio se aplica igualmente a cada una de las prácticas particulares integradas al seno de las formas de vida.
La tipología de los «estilos» de usuarios del metro, según el capítulo «Êtes-vous arpenteurs ou somnambules?» [¿Son ustedes agrimensores o sonámbulos?] de Jean-Marie Floch (1990), sigue siendo una de las más bellas descripciones de elección de formas de vida, a partir de una experiencia compleja que consiste en atravesar diversas distribuciones de un recorrido en los corredores y pasillos subterráneos del metro hasta llegar al andén y a los vagones. Su tipología de usuarios se basa precisamente en la categoría continuo/discontinuo. En esta ocasión, la «continuidad» y la «discontinuidad» son las del recorrido, según que el usuario acepte o no las detenciones y las pausas propuestas o sugeridas por los diversos lugares, los aparatos y los afiches que señalen el camino.
Sin duda, los usuarios de la Compañía Arrendataria Autónoma de los Transportes Parisinos (RATP) que se detienen definitivamente y/o residen en el metro no son legión, y su caso es marginal o desesperado, pero cada usuario puede estar más o menos tentado de suspender aquí o allá el «curso» del desplazamiento comenzado, o preocupado por continuarlo a toda costa sin flaquear. Cada cual va más o menos distraído de su meta (alcanzar la próxima conexión para dar un paseo por la ciudad); cada cual va más o menos concentrado en su rol viajero, más o menos sensible a las solicitaciones que asaltan sus otros roles y que proponen recorridos temáticos.
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