Formas de vida. Jacques Fontanille. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jacques Fontanille
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789972454608
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de la competencia2. Asimismo, como escribía Montaigne, la muerte no es más que el «fin» de la vida, y no la «meta»: para dar sentido a ese fin, el esquema narrativo lo sustituye por el conjunto de las fases de reconocimiento y de retribución3.

      La «forma de vida», al proyectar sobre el «curso de vida» un esquema sintagmático, determina, decide, en suma, la naturaleza, el número, el tamaño y la composición de los segmentos y de las articulaciones consideradas como pertinentes para poder acoger el «sentido de la vida». El «curso de vida» es una sustancia; la proyección de un esquema sintagmático sobre ese curso hace de él una «forma»; y esa forma es susceptible de funcionar luego como una «forma de la expresión» que puede ser asociada a una «forma del contenido». En este caso, para el segmento de la «sanción», los contenidos son los valores proyectados, ya sea sobre el sujeto, o sobre el objeto que le es atribuido.

      Esa forma elemental será complejizada, hasta cuestionada, y presentará alternativas. Lo que se ha denominado, por ejemplo, «viraje modal» en semiótica ha permitido sustituir un inventario relativamente fijo de actantes, y una esquematización narrativa cerrada, por una mayor diversidad de roles modales. Gracias a la abertura de la combinatoria modal, la descripción narrativa se ha afinado y se ha ido adaptando progresivamente a la diversidad de los discursos concretos. De pronto, la inestabilidad y la variación han ganado todas las fases del esquema narrativo canónico: la del contrato y la de la manipulación, y, más generalmente, la de la «calificación del sujeto», especialmente bajo la influencia de la semiótica de las pasiones, pero también la de la acción y la de la sanción, gracias a la diversidad de «devenires» de la identidad modal.

      El análisis de la dimensión sensible ha puesto de manifiesto la aparición de otros tipos de alternativas: sometido, por ejemplo, a los esquemas específicos de la aprehensión sensorial de los valores figurativos, el curso de vida adquiere forma bajo la exigencia de los recorridos de la estesis, que comprenden igualmente fases de conjunción y de disjunción, pero sin considerar la calificación ni la sanción, es decir, fuera de los marcos fijados por el esquema narrativo, y que desarrollan, en lugar del esquema narrativo, las afecciones sucesivas del cuerpo propio del sujeto sensible. Concebido para dar cuenta de las microsecuencias de la experiencia sensible, ese tipo de esquema «estésico» puede también, como lo ha demostrado Greimas en De la imperfección (1990), por generalizaciones sucesivas, acceder al rango de «forma de vida».

      Esto quiere decir que se puede considerar, por ejemplo, la construcción del «sentido de la vida» como un gesto estético, y que, con esta condición, el «estilo» semiótico del esquema sintagmático que se impone es un estilo sensible. Así ocurre, principalmente, con el beau geste [el bello gesto], que trata de inaugurar una nueva ética sobre el fondo de una ruptura estética: ese estilo sensible y estético se convierte, entonces, en una expresión, que recibe por contenido principalmente valores y pasiones.

      Esas dos variantes, que reúnen y asocian las estesis, la combinatoria modal y los estados propioceptivos del sujeto sensible, han dado lugar a la semiótica de las pasiones, cuyo principal aporte no consiste en el microanálisis de tal o cual tipología de figuras pasionales, sino, al contrario, en el despeje de esquemas sintagmáticos de recorridos pasionales. Esos recorridos sintagmáticos de la pasión, que comprenden especialmente fases de sensibilización (despertar propioceptivo, disposición afectiva), de emoción y de moralización, son aptas para estructurar tanto segmentos textuales restringidos como cursos de vida completos. Es posible ahora fundar el «sentido de la vida» en formas sintagmáticas surgidas del esquema patémico canónico (Greimas y Fontanille, 1994, pp. 223-228; Fontanille, 2006), y caracterizar, con base en sus variantes, las configuraciones pasionales y estéticas propias de cada una de las culturas individuales y colectivas.

      Poco importa, sin embargo, la diversidad de las esquematizaciones posibles, pues lo que cuenta por el momento es solamente el principio sobre el cual aparece, en el razonamiento semiótico, una «forma de vida»: un esquema sintagmático es elegido como plano de la expresión y proyectado sobre un curso de vida; y le son asociadas configuraciones modales, pasionales y temáticas como plano del contenido. Se trata de la formación de una semiosis en toda regla, gracias a la reunión de los dos planos de un lenguaje. Los esquemas proyectados pueden variar y alternar, así como los contenidos asociados, pero el principio de constitución de una forma de vida como semiótica-objeto permanece constante.

       Una vida semiótica es una forma congruente

      Si una forma de vida se define, desde un punto de vista semiótico, ante todo como un esquema sintagmático en el plano de la expresión; por ese mismo hecho, se rige también por un principio de coherencia, exactamente de la misma naturaleza que el que prevalece para la coherencia isotópica. Esa coherencia, en efecto, garantiza como mínimo la recurrencia de los mismos actantes a lo largo de todo el recorrido, así como la permanencia de los enunciados de estado que no son afectados por las transformaciones en curso; en suma, una estabilidad del «fondo» sobre el cual se despliega la «forma» sintagmática puesta en la mira. Sin embargo, eso sería satisfacerse con poco si no dijéramos más acerca de esa propiedad tan general, que, ciertamente, es indispensable para el «sentido de la vida», desde el momento en que aquella lo hace posible, aunque no basta para caracterizar apropiadamente la manera como una «forma de vida» se impone a la atención.

      Porque las «formas de vida» se imponen principalmente por su congruencia. Recordemos brevemente algunos elementos de definición. La coherencia es una propiedad del eje sintagmático: se despliega en cierta manera «a la horizontal», por recurrencia y por recubrimiento de las unidades de un recorrido sintagmático cualquiera. La cohesión es igualmente una propiedad del eje sintagmático, en el que procede por referencias internas (por ejemplo, con la anáfora o con la catáfora).

      La congruencia, en cambio, es una propiedad del eje paradigmático, por el hecho de que los diferentes paradigmas y las diferentes categorías, dispuestos en estratos jerarquizados, se supone que participan de un mismo proceso de generación de la significación, «convertidos»*, cada uno de ellos, al pasar de un nivel a otro. En un conjunto de propiedades semióticas congruentes, hay concordancia, por ejemplo, entre un rol narrativo y sus cualidades sensibles, entre valores semánticos y estados pasionales, entre maneras de decir y maneras de obrar, etc.

      La «conversión» entre los diferentes niveles del recorrido generativo de la significación es una operación mal dilucidada por la teoría semiótica, ciertamente, pero conocemos al menos la regla de base. En la conversión de las categorías de un nivel al otro (por ejemplo, entre las operaciones de negación y de afirmación que recaen sobre los trazos semánticos elementales, de una parte, y las operaciones de conjunción y de disjunción que recaen sobre las estructuras narrativas, de otra parte), se supone que conservan los contenidos así traspuestos. Y se supone igualmente que enriquecen la significación proyectándolos sobre nuevas distinciones y sobre nuevas relaciones, en número más amplio que el del nivel precedente. En breve, las entidades sometidas a una conversión son a la vez isótopas (conservan las mismas sustancias del contenido) y heteromorfas (esas sustancias adoptan formas diferentes)4.

      Es necesario, entonces, preguntarse qué es lo que la congruencia añade a la conversión: ¿se podrían concebir conversiones que no fueran congruentes? La respuesta es evidentemente positiva, porque la conversión no implica por sí misma ni preferencia, ni selección, ni ponderación de las estructuras que traspone. Asegura globalmente la trasposición de las operaciones de conjunción y de disjunción narrativas, pero solo globalmente.

      Imaginemos ahora que a cada nivel le sean impuestas orientaciones axiológicas que ponderen diferentemente los distintos términos de la estructura. En la categoría vida/muerte, donde el término «muerte» es el resultado de una negación (no-vida); después de una afirmación (muerte), la ponderación axiológica puede recaer sobre la negación, y sobrevalorar la posición «no-vida»*. Cuando se trata de la conversión de operaciones narrativas, parece obvio que la ponderación axiológica recaiga igualmente sobre la operación que corresponde