El día de los vampiros
Si la violencia de amor entre los protagonistas de la cinta de Vidor se dispara en un fuego cruzado, la que ejerce Fando contra Lis es viril y abusiva. Sin embargo, otras formas de agresión en el filme poseen un lado vampírico. Una de las escenas que expone una succión de la sangre de la juventud es aquella en la cual tres ancianas están sentadas en una mesa jugando cartas y una de ellas besa en la boca a un hombre joven, fornido y con bigotes, semidesnudo, tratado como un mero amante o como una mascota sexual.
Dos de ellas sacan melocotones de recipientes metálicos y los ponen entre sus bocas para morder y succionar los frutos con los labios de aquel hombre. La estrambótica secuencia, al igual que la ya referida Desistfilm, es acompañada de un incómodo zumbido. Esas imágenes exhiben un poder y una turbación que desemboca en uno de los momentos más “psicoanalíticos” de la película. Una de aquellas adultas mayores le dice a Fando “maricón” mientras aprieta uno de los melocotones hasta destruirlo.
Las viejas vampiresas se alimentan con la juventud a través de la masticación de la fruta, pero también logran, aparentemente, abducir la masculinidad de Fando destruyendo con las manos uno de los melocotones como si fuera un testículo. El protagonista es humillado al sentir que se le arrojan varios melocotones, y de pronto aparecen otras mujeres, en su mayoría más jóvenes: una joven de raza negra y con bikini que usa un látigo u otras con apariencia masculina, vestidas con saco, corbata o pantalón. Ellas cargan en sus manos otras figuras testiculares, unas grandes esferas negras, como las bolas de bowling, y las lanzan para derribar a Fando, no como si él fuera un palitroque sino un falo.
Los personajes de Jodorowsky están caracterizados por la doblez. Fando, por un lado, maltrata con rabia machista a la frágil y discapacitada Lis; por otro, las mujeres ponen en cuestión o amenazan su masculinidad. Siendo un cine que plantea lo masculino y lo femenino como elementos que conviven en pugna, una en la que incluso se impone lo femenino, avizora algunos de los rasgos feministas que se encuentran en el cine contemporáneo, con personajes de mujeres que se introducen en géneros o tipos de filme característicamente protagonizados por un hombre para ocupar la posición de este. La cinematografía de las últimas décadas presenta personajes como las de Viólame de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi (Baise-moi, 2000), que se introducen en las claves del cine criminal para irrumpir en acto de revancha en el género y en acto castrador: el asesinato de un hombre puede ser seguido por un encuadre que muestra el corte con cuchillo de un embutido con forma fálica.
Aquellas esferas negras derriban a Fando y más mujeres aparecen a su alrededor burlándose de él. Si hay un cineasta que ha dejado una marca profunda en el cine de Jodorowsky, ese es Federico Fellini, esa presencia femenina y sofocante que experimenta el protagonista tiene claros ecos de la escena en que las mujeres de toda la vida del personaje de Marcelo Mastroianni lo rodean en 8½ (1963). Sin embargo, Jodorowsky lleva la representación de lo femenino al extremo, con mujeres que son humillantes y castigadoras, hasta masculinas. En una secuencia posterior, Fando y su pareja son rodeados por travestis, quienes mueven los labios como para hablar pero su voz se escucha como ruidos de fierro o animales. Las mujeres de Fellini no pierden su feminidad; las de Jodorowsky sí, hasta el punto de encontrar hombres que se visten y se maquillan como mujeres, o que adquieren rasgos no humanos. Eso termina arrastrando a los protagonistas. Cuando los travestis ponen la ropa de Lis a Fando y viceversa, ella lo besa de modo masculino.
El conflicto de Fando es la duda de su masculinidad, y su tiranía hacia Lis una forma de ocultarla. Aquellas mujeres que lo asedian con las esferas negras, o los propios travestis, lo enfrentan a sus inseguridades viriles, ocultas bajo la violencia hacia su pareja. Ello explica que su crisis de identidad lo posicione a continuación frente al nicho donde se encuentra su padre. Al verlo, Fando desmaya, pero las mujeres que se rieron de él y lo atacaron sacan de la tierra el cuerpo polvoroso de papá y en su lugar colocan el del protagonista.
La humillación de la que Fando es objeto sugiere que su masculinidad murió con la de su propio padre, que aparecía en el nicho. Sin embargo, dicho padre, que actúa como muerto que vuelve a la vida, besa a cada una de las mujeres que sacaron su cuerpo de la tierra y pusieron en su lugar el de Fando. Haciendo una ronda, el padre se aleja de Fando, que yace en el hueco mortuorio, impactado ante la capacidad del padre de rodearse de varias mujeres, como algo que anhela para afirmar su condición masculina.
Por eso el padre, al alejarse de los llamados de Fando, representa algo inalcanzable, por lo que el protagonista cruza los brazos como un muerto puesto a descansar. Más bien es Lis quien hace caso de sus gritos, quien aparece absorbida por encuadres de aire excéntrico, de fuerza sensual pero a la vez siniestra, acompañados de un ruido de fondo incómodo, disonante, metálico. En esos encuadres, aparece un hombre mayor con un paño en la zona genital, semejante al de Cristo, que mecánicamente baja su brazo alzado, como un cura salido de algún sanatorio y que aún quiere dar la bendición, que a la vez parece estar señalando una carretilla. En esta hay varios cráneos de animales entre los que se encuentra el cuerpo de Lis con los senos descubiertos y los brazos extendidos como en una cruz.
Fando y Lis son niños devorados por monstruos adultos que les succionan la carne, la piel, hasta dejarlos como osamenta animal. Aquella secuencia que impacta por su visión surreal de Lis como mujer crucificada, es también una imagen de horror, que antecede algunas de las más famosas del género de terror, como aquellas en que jóvenes chicas destinadas a morir se ven rodeadas por huesos animales, con una banda sonora también compuesta de efectos sonoros metálicos y desquiciados, en Masacre en Texas de Tobe Hooper (The Texas Chain Saw Massacre, 1974).
Los restos óseos, como en aquel clásico de culto y de aparición posterior, son el anuncio de la muerte y por ello en seguida se ve a Lis echada sobre el lomo de un caballo que cabalga con un niño que lleva al animal con una soga. Lis es trasladada sin ser vista, casi desnuda, como una Lady Godiva, sobre un animal que simboliza el tránsito de la vida a la muerte, a la manera de un ser ctónico, propio de las visiones mortuorias de la mitología griega.
Los seres malignos de cuentos de hadas en Fando y Lis mutan en desacralizadores de cuerpos, los usurpan como parte de una estética del vaciado, como la clara que se escurre de los huevos que crujen con las manos, en los encuadres que intercalan el acoso sexual de Lis durante su niñez, o los melocotones apretados por las ancianas, con el interior de los frutos que se desparrama y cae en la tierra. Ello se ve plasmado también en la escena en que un hombre con chompa, de grueso cuerpo y barba espesa, quien después de besar una muñeca como un pedófilo, saca un cuchillo y le abre la entrepierna. Al interior de aquella abertura, de la que extrae la paja de su interior, el hombre introduce serpientes, animales de pecaminosa connotación religiosa. El cuerpo de la muñeca es vaciado, pero a la vez embalsamado con una malignidad remota y original.
La pareja protagónica realiza un viaje de descubrimiento de un mundo hórrido ante los círculos del infierno occidental. Parte de ese infierno también está dentro de ellos. Cuando Lis es arrojada con cráneos animales de una carretilla por parte de un hombre obeso y de apariencia temible, ella se relame los labios eróticamente. En una escena posterior hace lo mismo y hace gestos lascivos, como en el primer plano del hombre con baba que chorrea de su boca y blanquea sus ojos deseosos por poseer una mujer en Un perro andaluz. Mientras tanto, Fando, en otro acto de fetichismo buñuelesco, lame los pies llenos de suciedad de su compañera de viaje.
La vampirización de Lis también se ve expuesta en aquella secuencia en que un hombre canoso lleva de la mano a otro más joven, que tiene lentes y sin embargo no puede ver, que suplica: “un poco de sangre por amor a Dios”. El cuerpo dócil de Lis ofrece la posibilidad de conseguirla, con la aprobación de Fando. El hombre de cabello plateado limpia con alcohol y algodón la piel que cubre las venas de Lis y con una jeringa le extrae la sangre. La banda sonora amplifica el sonido del goteo de la sangre que la aguja circula. Así, expulsa el líquido en una copa de vino y toma la sangre con un placer