Sin miedos ni cadenas. Vanesa Pizzuto. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Vanesa Pizzuto
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877984880
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gratitud.

      Señor, quiero que la gratitud se convierta en un hábito diario, un reflejo natural en mi vida. Sé que para desarrollar esta capacidad necesito humildad y práctica. Por eso, te pido que me libres del egoísmo. Renuévame, inunda mi corazón con gratitud. Abre mis ojos para que vea todo lo que me has dado y mis labios para alabarte.

      Dios no te llama al éxito, sino a la fidelidad

      “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Prov. 24:16).

      Después de trabajar durante días en un nuevo proyecto misionero radial, mi jefe me llamó por teléfono para darme su opinión. Con delicadeza y honestidad, me dijo, básicamente, que debía empezar todo de nuevo. “No está peor que antes,” dijo, tratando de hacerme sentir mejor. “Estoy seguro de que el producto final será muy exitoso”. Llegué a casa deprimida, preguntándome si realmente tenía la capacidad de hacerlo o si mi jefe se había equivocado al elegirme para el proyecto.

      ¿Cómo puedes descubrir si estás basando tu vida en el éxito? Es sencillo: lo estás haciendo si te quedas atascada en el dolor y la decepción del fracaso. Si tu sentido de dignidad está basado en el éxito, vas a intentar no fracasar nunca. Como esto es imposible, evitarás correr cualquier riesgo que te exponga, escogiendo tareas que no te desafíen o renunciando ante la primera señal de adversidad.

      Nelson Mandela, el famoso activista y abogado sudafricano, dijo: “No me juzgues por mis éxitos. Júzgame por las veces que me caí y volví a levantarme”. Hoy te recuerdo, y me recuerdo a mí misma, estas palabras. Los fracasos nos enseñan; no son tiempo perdido. Sacudirnos el polvo y volver a levantarnos después de otra caída nos hace crecer mucho más que el éxito.

      Pero tan importante como volver a levantarse es reconocer que Dios nunca nos llamó a ser exitosas, sino fieles. Considera la vida de Juan, el Bautista. Al momento de su muerte, muy pocos lo habrían llamado. Sin embargo, Jesús dijo: “Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista” (Mat. 11:11, LBLA). El mundo aplaude el éxito, pero Dios aplaude la fidelidad. Juan el Bautista fue fiel hasta la muerte y Jesús lo aplaudió.

      Quiero vivir con en el aplauso del Cielo como única meta. Quiero vivir de tal manera que un día pueda oír al Padre decir: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. (Mat. 25:23, LBLA).

      Señor, ni la dulzura del éxito ni la amargura del fracaso me definen. La sangre de Cristo Jesús me define. En los días en que todo me sale mal, recuérdame que me llamaste a ser fiel, no exitosa. Y en los días en que las cosas me salen bien, recuérdame que la única gloria por la que vale la pena vivir es la tuya.

      “Graciocracia”

      “Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?” (Mat. 20:13).

      La meritocracia no es tan bonita como pensamos. Uno de los grandes problemas de este sistema es que hace que los ganadores tiendan a creer que su éxito se debe exclusivamente a su talento y esfuerzo personal. Tendemos a ignorar los elementos aleatorios, como los factores genéticos, las limitaciones geográficas y las condiciones históricas de un período determinado. Haber nacido inteligente, por ejemplo, se debe a una compleja combinación de factores socioculturales y genéticos sobre los cuales no tenemos control alguno.

      Creer que el éxito se debe exclusivamente a nuestro talento y esfuerzo puede volvernos insensibles para con los que fracasan. Si nuestro éxito se debe solo al esfuerzo, razonamos, el fracaso de otros se debe a su pereza. Cuando observamos países enteros a través de este marco interpretativo simplista, podemos asumir que su pobreza se debe a una falta de iniciativa y no a complejos sistemas sociales que perpetúan la desigualdad.

      Cuando Jesús relató la parábola de los obreros de la viña, estoy segura de que quienes lo escuchaban pensaron: ¡Eso no es justo! Los que trabajaron menos no deberían recibir la misma paga (Mat. 20:1-16). Pero Jesús diseñaba sus relatos con un giro inesperado de la trama a propósito, para revelar verdades del Reino de los cielos. En esta parábola, Jesús demostró que el sistema de gobierno celestial no es “meritocrático” sino “graciocrático”. Dios busca a los perdidos, contrata a obreros sin talento, les paga de más y les da a su Hijo… completamente gratis. Al cetro del gobierno celestial lo mueve la misericordia, no el mérito.

      Dominique DuBois Gilliard, el autor y activista de Derechos Humanos, en su artículo “The Implications of Meritocracy on the Church”, escribe: “La meritocracia es una cosmovisión cancerosa. Es contraria al evangelio y compromete nuestra visión. […] Distorsiona cómo nos vemos y cómo nos relacionamos e interactuamos con nuestro prójimo. […] Nos otorga un falso sentido de superioridad moral con el cual acusamos a los demás y los menospreciamos”. Como embajadoras del Reino de los cielos, debemos vivir reflejando las leyes del gobierno al cual representamos. ¡Hoy tú puedes ser una embajadora de la gracia!

      Padre, ayúdame a recordar que, si tuviera lo que merezco, no estaría viva hoy ni tendría esperanza de vida eterna. La paga del pecado es muerte, pero tu regalo es la vida eterna por medio de Cristo Jesús.

      Síndrome del impostor

      “Dios contestó: Yo estaré contigo. Y esta es la señal para ti de que yo soy quien te envía: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, adorarán a Dios en este mismo monte” (Éxo. 3:12, NTV).

      ¿Habrá sido un error que me contrataran?, pensé. Durante mi primer año de trabajo para la Radio Adventista de Londres, esta duda me perseguía. Aunque la gente me decía cuánto disfrutaba de las entrevistas de mi programa de radio, yo creía que lo hacía solamente por ser amable. Estaba obsesionada con todos mis errores y absolutamente convencida de que otra persona haría un mejor trabajo. ¡Lo peor es que pensaba que mi actitud era humilde! Estoy segura de que como esposa, madre o profesional alguna vez te sentiste así, mientras que luchabas con el síndrome del impostor.

      El “síndrome del impostor” te hace creer que tu trabajo, tus hijos, tu marido o tus amigas se merecen a alguien mejor que tú. Sin embargo, como este sentimiento no es humildad auténtica, sino baja autoestima enmascarada, en lugar de acercarnos a Cristo y motivarnos a mejorar, nos incita a rendirnos. Ya que no puedo hacerlo perfectamente, es mejor que lo haga otra, pensamos, con mentalidad derrotista. Moisés tuvo el mismo problema. Mientras que pastoreaba en Madián, Dios le dio una misión extremadamente difícil: enfrentar a un rey tirano y pedirle que liberase a la mano de obra esclava (Éxo. 3). Para contextualizarlo, imagina que Dios te envía a enfrentar al comandante de una fuerza paramilitar para demandarle que libere a todos los niños soldados. ¿Lo harías?

      Aterrado, Moisés comenzó a enumerar todas las razones por las cuales él no era el mejor candidato, e incluso le pidió a Dios que enviase otra persona. Lo que más me gusta de esta historia es cómo Dios responde. Dios no enumera los logros de Moisés, ni le dice que lo escogió por tener el mejor curriculum vitae. Dios simplemente dice: “Yo estaré contigo” (3:12, NTV).

      Si Dios te llamó a ser madre, a un trabajo desafiante o a tolerar a una persona difícil de tratar, y no te sientes capaz, recuerda que no se trata de tus credenciales. Dios no nos llama por nuestras habilidades extraordinarias, sino para transformarnos en mujeres extraordinarias a través del llamado. Es probable que la misión que recibamos nos obligue a crecer justamente en el área que más crecimiento necesita. A lo que sea que Dios te llame, la verdadera credencial que necesitas es que él te diga: “¡Yo estaré contigo!”

      Señor,