Cuidarnos a nosotras mismas, como mujeres, nos hace sentir culpables y egoístas. El mensaje cultural es que debemos priorizar las necesidades de los demás… siempre. Pensamos que vivir con continuo dolor de espalda y agotadas es normal, que es una “medalla de honor” que demuestra cuán buenas esposas, madres y amigas somos. Sin embargo, cuando no cuidamos de nosotras mismas, tampoco podemos cuidar bien de los demás.
Sonia Castro es mamá de una nena con discapacidad. En su libro Mamá sustentable, Sonia escribe: “Por muchos años, mis decisiones se basaban en lo que era mejor para Rocío: qué comida le hace mejor, qué terapia le hace mejor […] No importaba si eso significaba pasar más tiempo en la cocina, o que yo durmiera mal. Faltaban en esa ecuación mis propias necesidades, y como ese desequilibrio no funciona a la larga, el sistema terminó por quebrarse”. Finalmente, Sonia notó que vivir así la deprimía y la volvía irritable. Para ser una mejor mamá, debía tomar en cuenta sus necesidades también. Ponerte la máscara de oxígeno primero implica aceptar tus límites. Significa aceptar que eres humana y que no tienes fuerzas y recursos ilimitados como Dios. No es ser egoísta, sino humilde.
Señor, ayúdame a aceptar mis límites y a honrar mis necesidades.
11 de marzo
Santa siesta
“Jesús estaba dormido en la parte posterior de la barca, con la cabeza recostada en una almohada. Los discípulos lo despertaron: ‘¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?’ gritaron” (Mar. 4:38, NTV).
Muchísimas mujeres, especialmente las mamás, no pueden descansar sin sentirse culpables. ¡Hay demasiadas cosas para hacer! Tomarse unos minutos para sentarse a leer o dormir una siesta es un lujo. Son recompensas que pueden darse a sí mismas solo cuando todos los quehaceres están terminados. Realmente no sé de dónde sacamos todas estas ideas, cuando Jesús nos dio un ejemplo tan fantástico acerca de cómo dormir la siesta. Estoy segura de que conoces la historia. Jesús y sus discípulos se suben a una barca para cruzar el mar de Galilea. De pronto se desata una tormenta feroz, pero Jesús está durmiendo la siesta. Los discípulos comienzan a sacar agua a baldazos, ¡mientras que él ronca! Aterrados, finalmente lo despiertan y Jesús calma la tempestad. “Luego él les preguntó: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?’ ” (Mar. 4:40, NTV).
Jesús duerme en medio del caos reinante, porque sabe que la idea de esperar hasta que todo esté terminado es absolutamente irreal. “Con demasiada frecuencia, soy como todos los demás en el barco”, escribe Shala Graham en el artículo “The Holy Work of Napping”. “Veo claramente la tormenta de mi lista de quehaceres desatarse a mi alrededor, y por eso pienso que dormir la siesta es irresponsable o egoísta para con las personas que me necesitan. En esos momentos, creo que Jesús me preguntaría a mí lo mismo: ‘¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Aún no tienes fe?’ ” Descansar nos obliga a creer que es Dios quien sostiene nuestros hogares, y no nosotras mismas. Tomar una siesta nos fuerza a aceptar que nuestras energías son limitadas y a renunciar a nuestras expectativas perfeccionistas. Descansar cuando lo necesitamos es un acto de humildad y obediencia.
Señor, como la culpa que siento cuando necesito descansar es falsa, renuncio a ella. Yo no soy omnipotente, y cuando ignoro a mi cuerpo que me pide descanso estoy cometiendo un grave error. Hoy me comprometo a descansar cuando lo necesite, aun si no todas las tareas están terminadas. Voy a hacer oídos sordos al miedo que me dice que todo se desmoronará si me atrevo a detenerme, y voy confiar en ti. Por grande que sea la tormenta, contigo en mi barca no hay razón para temer.
12 de marzo
¿Y si me equivoco?
“Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Gén. 12:2, NVI).
Cada vez que pensaba en la decisión que debía tomar, se me estrujaba el estómago. Aunque debía elegir entre dos buenas opciones, sabía que esta decisión cambiaría mi vida. Oraba incesantemente, pero no sentía paz. La mentira que alimentaba mi miedo era creer que si no tomaba una decisión perfecta, arruinaría para siempre el plan de Dios para mi vida.
Si me equivoco, ¿arruino el plan de Dios? ¿Son mis errores más poderosos que su misericordia? Dios no es un dictador, sentado en el cielo, que pretende que atravesemos en puntillas de pie un campo minado para descubrir su voluntad. Cuando damos un paso en falso, cuando nos equivocamos, el plan de Dios no vuela en pedazos. Como dice el abogado y autor Bob Goff en su libro Love Does [El amor hace], “Dios no nos quiere más cuando somos exitosos, ni menos cuando fallamos. Él se deleita en nuestros intentos”. Dios es un Padre que enseña a un niño a caminar. Cuando nos tropezamos, él nos sacude las rodillas, nos besa las heridas y nos ayuda a continuar.
La Biblia está llena de historias de lo que Dios hace para redimir nuestros errores, y aun nuestra rebeldía. Cuando Abraham y Sara dudaron de la promesa y decidieron tener un hijo a través de su sierva Agar, Dios no los abandonó. Por supuesto que hubo consecuencias dolorosas. Pero, aun así, Dios cumplió su plan. ¡Dios es más poderoso que nuestras equivocaciones! Cuando el rey David asesinó a Urías para quedarse con su esposa, Dios no lo abandonó tampoco. Cuando David pidió perdón, Dios redimió su rebeldía.
No estoy abogando para que cometamos errores innecesarios o pasemos por sufrimientos que podríamos evitar. Tampoco estoy intentando darte una excusa para que tomes malas decisiones, o que+ desobedezcas a Dios deliberadamente. Lo que sí estoy diciendo es que no necesitamos vivir en continuo estado de pánico. El cumplimiento del plan de Dios para tu vida no depende solo de ti, ni de tu capacidad de tomar decisiones perfectas todo el tiempo. En medio de tus errores, Dios sigue al control. En las palabras de Lisa Bevere, en Without Rival [Sin rival], “si crees que has arruinado el plan de Dios para tu vida, descansa en esto: Tú, mi hermosa amiga, no eres tan poderosa”.
Jesús, gracias porque tu misericordia es más poderosa que mis errores.
13 de marzo
Tropezones y caídas
“Aunque tropiecen, nunca caerán, porque el Señor los sostiene de la mano” (Sal. 37:24, NTV).
Rebecca Sharaya se dedica a la musicoterapia. Durante años, sin embargo, su amor por la música estuvo velado por un problema: el perfeccionismo. Su deseo de tocar cada pieza musical sin cometer ni un solo error la llenaba de ansiedad y preocupación. Aunque sus padres le dijeran que había dado un buen concierto, ella podía recordar cada error, cada nota equivocada con agudísima claridad. Fue justamente su trabajo en musicoterapia lo que la ayudó a cambiar, al observar las terribles consecuencias de esta tendencia en sus pacientes. Las mujeres que, como Rebecca, tenemos tendencia al perfeccionismo, solemos mirar al plan de Dios para nuestra vida a través de este marco interpretativo. ¡Pensamos que no podemos errar ni una sola nota! En su artículo “Hearing the Beauty of Imperfection”, Rebecca escribe: “Siento que tengo que hacerlo [todo] perfecto porque Dios, el artista divino, debió haber escrito la sinfonía de mi vida para que sonara de cierta manera. Aun cuando no tengo la partitura, me