»Antes de arrojarlo fuera del coche, un tipo que iba a su lado y al que, claro, no pudo ver la cara, pero Andoni estaba seguro de que sería Juan, le amenazó poniéndole la pistola en la cabeza, diciéndole que si volvía a saber de él, de su hermana o de cualquiera de su familia, él mismo se encargaría de meter una bala en la cabeza de cada uno. Que no quería saber nada de ellos en la puta vida. Después, pararon el coche y lo empujaron, dejándole allí desorientado. Nadie más sabe esa historia. Cuando ya fue evidente el embarazo de Leire, se desataron chismorreos que, lógicamente, nunca lograrían atinar con la identidad del padre. Alguna amiga algo sabía de que había sido medio novia de un tipo de Bilbao y desde ahí es fácil crear un relato. Un tipo que la dejaría embarazada, la abandona y ahí queda todo. De toda esta historia que te he contado, me fui enterando años más tarde por lo que me contarían Leire y Andoni.
Julen hace rato que ha terminado el botellín de cerveza. Kattalin le hace un gesto a Piru para por fin irse juntos.
—Menuda historia, ¿eh? Si quieres, lo dejamos para otro rato. Ahora quiero desconectar, divertirme y te recomiendo que hagas lo mismo, sobrinito.
Kattalin besa la mejilla de Julen y sale del bar agarrándose al talle de Piru, cruzando la calle y subiendo a su Ford Fiesta negro aparcado enfrente. Pocos minutos después, irán llegando los amigos de Julen. Será otra noche de cervezas y de risas, otra noche de rock and roll, como ahora sugiere, desde otro de los cortes de un disco de Barricada, el Boni, uno de sus dos vocalistas.
En algún momento de la noche, saldrá el asunto del servicio militar y aunque, a veces, en la cuadrilla, alguno proclama el dicho de «la mili con los milis» sustituyendo de manera sarcástica, o quizá no, la obligatoriedad de realizar el servicio de armas en el ejército español, por una supuesta militancia en ETA militar, él no contempla tal opción y tampoco huir a Iparralde5 para eludir la justicia militar española. Así todo, tiene decidido seguir con su propósito, aún a costa de mancillar el ánimo de su pequeña familia. Convencido de que eso es parte del precio que pagar por hacer valer su libertad.
Kattalin regresa a casa la noche del domingo. Pasa por el cuarto de su madre a darle las buenas noches y hace lo mismo al acercarse al de Julen, encontrando a su sobrino consultando un par de mapas que tiene desplegados sobre la cama. Está sentado en mitad del colchón con las piernas cruzadas y apaga un cigarrillo en un cenicero que tiene en la mesita al ver entrar a su tía.
Ella se sienta a su lado, reconociendo en su rostro a un tipo cada día más extraño que va dejando de encajar en sus vidas.
—Qué, ¿planeando una excursión?
Julen recoge torpemente los mapas hasta que, tras varios intentos fallidos, consigue doblarlos por los pliegues correctos para guardarlos.
—Qué va, pasando el rato —miente.
—Ya.
—¿Y qué tal vosotros por Bilbao? No tienes buena cara, pareces enfadada.
—¿En serio? Pues solo estoy cansada. Apenas he dormido un par de horas.
Estira la mano hasta el paquete de Lucky de su sobrino. Enciende un cigarrillo y exhala una profunda bocanada de humo hacia el techo de la habitación.
—Bueno, puede que sí esté un poco cabreada.
—Te has mosqueado con Piru.
—Puede. He visto en las noticias del mediodía las imágenes del entierro del policía que ametrallaron el viernes.
Julen asiente sin extrañarse de los repentinos bandazos que podía dar su tía en cualquier conversación, cambiando el sentido de la misma. Aspira una nueva calada y prosigue hablando.
—La tele mostraba la cara de una chica joven. Tenía lágrimas e intentaba disimular su congoja delante de tanta gente. Quizá fuese la mujer del muerto, su novia, su hermana… y yo sé perfectamente cómo se siente. La tele busca siempre cosas así cuando ven que les conviene, es un espectáculo, pero el dolor de ella es real. Me pregunto qué habría pensado ella de nosotros, de mis hermanos muertos antes de que la muerte se sentase a su lado. ¿Y sabes qué creo? Que el dolor nos ha hecho iguales. Ahora llegará el odio, y en eso también nos pareceremos. La cosa es que detesto vivir con rencor, pero forma de tal manera parte de mí, que pienso que nunca podré librarme de él.
Julen agacha la mirada incómodo y se levanta dejando los mapas entre los vinilos que descasan sobre una repisa. Abre la ventana para ventilar un poco la habitación y se apoya en ella, dando la espalda al exterior.
—Aunque joda, hay que mirar al futuro, tía, no es bueno estar siempre reviviendo el pasado.
—Ni sabes de lo que hablas, ni creo que pienses lo que dices.
—Pues explícamelo, además, tenemos pendiente concluir la conversación de ayer, pero claro, igual has reculado y me dices que no puedes, como se lo has jurado a amama…
—No te pongas irónico conmigo, chico.
—Y tú no me llames chico.
—Vaya, parece que no tengo el día. Mejor me marcho a dormir.
—Pues igual sí.
Kattalin se levanta de la cama con cierto aire de decepción, un gesto que Julen conoce bien.
—Espera, tía. He sido un poco borde.
—Dice mi ama que debemos conseguir que la rabia no anide en ti, que puedes despegarte de la peste que arrastramos, porque es una peste, te lo aseguro. Está convencida de que, por tu manera de venir al mundo, estás condenado a caminar por el borde de un precipicio.
—¡Joder! ¿eso dice amama?
—Sabe apartar el dolor o la alegría, ¡lo que sea! En su manera de racionalizar, aunque parece, a veces, que tarda en reaccionar, toma sus decisiones siempre bajo el influjo de la lógica.
—Me cuesta seguirte. Me quieres contar algo, pero al tiempo haces todo lo posible por despistarme.
—¡Ay, pero qué listo que eres! —le contesta burlona, recuperando su sonrisa.
—A lo mejor madre e hija no sois tan diferentes.
—¿Eso crees?
—Puede. ¿Por qué no pruebas a hacerte caso y me cuentas todo? Yo creo que quieres hacerlo.
—Buen intento, pero no cuela.
—Yo no tendría secretos así contigo.
Kattalin, le sostiene la mirada retadora.
—Ah, no, ¿eh? ¿Y qué hacías mirando esos mapas?
Julen se muerde el labio, sopesando la conveniencia de una excusa o una mentira, para convencerse finalmente de la inutilidad de ambas opciones.
—Buscaba el pueblo de Juanito. Solo por curiosidad.
—¡Ya! Venga, prueba de nuevo.
—En serio, ¿sabes que tiene un nombre rarísimo?