Dolor. Francisco Panera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Panera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418726187
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acierto hacer caso a la oferta que me hicieron y cambiar el carbón por esto. Además, ya me ves, ya no vengo negro.

      —Bueno, es verdad, ahora que lo miro, el polvo de su pelo es de otro color… ¿de cuál es?

      —De cualquiera que se te pueda ocurrir.

      Juanón frunció el ceño. Si su padre se creía que le iba a marear con acertijos para niños estaba muy equivocado.

      —El Pozo de la Virgen Dolorosa, lo abrió un industrial que tiene un par de pozos más de carbón cerca de La Robla.

      —Eso no era una mina, era una cueva, dicen que todo el mundo lo sabía aquí, en Villanueva, además, por eso nuestro pueblo se llama así: Villanueva de la Cueva.

      —Claro, aunque la cueva esté a media legua monte arriba.

      —Eso usted sabrá, que sube y baja todos los días.

      —Ya cuando era un crío la llamaban la cueva de los colores, pero la verdad es que nunca vimos más que algunas tonalidades de rojos u ocres por las paredes húmedas. El secreto estaba más adentro.

      —¿Más adentro?

      —Si, pero vamos a ver ¿tú sabes quiénes fueron los romanos?

      —¡Pero qué, dice padre! ¿Y a qué viene ahora con los romanos? Claro que sé quiénes fueron. Los que ayudaron a los judíos a crucificar a Jesús, los que vinieron a invadir España, pero entonces Viriato…

      —Vale, vale, ya veo que pones atención en la escuela. Pues resulta que hace muchísimos siglos, en la antigüedad, cuando estuvieron aquí ya conocían y trabajaban esa cueva o, mejor dicho, esa mina.

      —¿Y qué buscaban?

      —Pues oro, plata y hierro, principalmente, y algo encontraron, pero está muy disperso.

      —¿Eso qué es?

      —Que está tan esparcido por entre los minerales que es muy difícil de aprovechar. Pero no había solo esas materias, sino otras menos comunes. Supongo que en aquellos tiempos, como no les sería muy rentable, abandonarían esta explotación y así quedó, como una cueva por el resto de los tiempos. Pero ya hay maneras, al menos eso dicen, de poder separar esos minerales para aprovecharlos. He oído que el dueño de la mina se ha asociado con una empresa inglesa que tiene minas por el sur, por Huelva, y que van a exportar el mineral que extraigamos a Londres.

      —Londres, capital de Inglaterra.

      —Eso es. Si consigo permiso para que bajes conmigo, vas a ver piedras amarillas, verdes, azules que llaman cuarzos, otras de aspectos muy raros que tienen en su interior puntitos diminutos, casi como polvo que brillan como demonios a la luz de los faroles. No nos lo dicen, pero yo creo que es oro, otras tienen cobre. Imagínate, Juanón, entrar en un corredor oscuro y que, a medida que vas avanzando, las luces de los faroles te revelen unas paredes de multitud de colores y, cuando estás en otra galería, estos tonos cambian porque ya estás frente a otra veta de minerales distintos. Dicen que esta mina es una rareza, que no existe otra igual en España y debe de haber muy pocas en el mundo.

      —Sí, padre, pero no deja de ser una mina.

      —Eso es verdad y el trabajo es tan duro como en cualquier otra.

      —Bueno, pero igual es bonito de ver, puede que tenga razón. Creo que sí, que me gustaría verla.

      —¡Claro que sí!, ahora vamos a dormir.

      —Sí, a dormir.

      Muchos años después, el día que Juanón, ya convertido en hombre, tuviese en brazos a Julio, su primer hijo, recordaría aquella conversación sucedida en víspera de la muerte de su padre.

      Faltaban aún tres horas para amanecer y Juan, antes de salir de casa, se acercó al camastro de Juanón para besar con delicadeza la mejilla de su hijo. Los pelos erizados de su descuidada barba incomodaron al pequeño. A pesar de ello, agradecido por el gesto, fingió seguir dormido. Luego, lo último que escuchó Juanón de su padre fue la tos seca que se le despertaba todas la mañanas. Una tos que se fue haciendo cada vez más débil a medida que se alejaba de casa tras cerrar la puerta. Juanón, imaginando el sonido de las botas de su padre al hundirse en la nieve, paso a paso hasta encontrar la empinadísima senda que le conduciría hasta la boca de la mina, se quedó dormido.

      Varias horas después, cuando iba de camino a la escuela, escuchó voces alteradas que venían de junto la fuente del lavadero de Villanueva. Al pasar por delante, vio a un vecino que llenaba un cubo de agua y que lo soltaba derramándose el líquido al llevarse las manos a la cabeza mientras atendía a las explicaciones nerviosas de un minero, a tenor del atuendo que llevaba, idéntico al de su padre. Después los dos hombres se encaminaron a distintas casas a recabar la atención de los vecinos. Juanón se sumó al grupo preocupado por saber qué estaba ocurriendo y en pocos minutos, ya estaba en compañía de una docena de hombres y mozos del pueblo, ascendiendo por el camino hacia la mina. Por lo visto, poco tiempo después de empezar el trabajo de la jornada, se había producido un derrumbe y tres mineros habían quedado atrapados.

      A pesar de la insistencia de los vecinos hacia el minero que encabezaba al grupo que se dirigía a colaborar en el rescate este, o no sabía, o no quiso darles aún la identidad de los accidentados.

      Así fue como, por vez primera, los pies de Juanón pisaron la aldea que se había levantado justo frente a la boca de la mina. Una docena de construcciones que acompañaban a un edificio de barracones, una oficina para la gerencia y otros ya de uso industrial para el lavado y selección del mineral, un pequeño poblado, el más alto que hubiese en toda la cordillera del cantábrico, a más de 1500 metros de altura y que todos allí conocían por el nombre de Dolor.

      El nombre de aquel remoto lugar, uno que nunca llegaría a figurar en ningún mapa, quizá tan solo como referencia a la mina, pero, si acaso, solamente en la documentación de alguna empresa minera, como tantos otros topónimos, tenía un origen difuso, a pesar de llevar la mina en funcionamiento unos veinte años.

      El empresario que se hizo con la titularidad de aquella vaguada donde se encontraba la boca de la mina, a refugio del Bodón, una montaña tan alta y escarpada que solo en días despejados ofrecían la vista de sus cumbres, bautizó a aquella explotación como Pozo de la Virgen Dolorosa y él mismo labró sobre un tablón de roble, aquel nombre que colocó a modo de cartel justo donde el camino de subida desde Villanueva de la Cueva, abandona la pendiente y se torna llano hacia una planicie de unos quinientos metros de largo por algo menos de ancho. Un lugar en el que, primero, levantaría las construcciones necesarias para dar servicio a la mina, como un barracón para los trabajadores, pues la propia climatología, dura como pocas, impedía a sus trabajadores el ir y venir a sus domicilios a diario. También construyó una carpintería, una fragua, un taller, los descargaderos de material, el castillete sobre el pozo y, a lo largo de todo el camino de subida, una serie de torres que, por medio de cables, harían descender en pequeñas vagonetas suspendidas el mineral extraído hacia un descargadero construido a las afueras de Villanueva.

      Como había espacio suficiente y el barracón se quedó pequeño, consintió en arrendar parcelas a algunos mineros y que estos se levantasen allí sus pequeñas casuchas. Es así que, con los años, llegaron a morar en los alrededores de la mina más de una docena de familias.

      El propietario se enorgullecía de su logro. En pocos años, un pequeño pueblo se había levantado en aquellas alturas y todos sus moradores, de una u otra manera, trabajaban para él o dependían de él y su empresa.

      Pero un lustro atrás abandonó aquel proyecto vendiendo toda la explotación a un joven empresario madrileño. Descendiente de una acaudalada estirpe emprendedora y ávido por abrir nuevos horizontes al margen de los negocios de su padre, se inició a sus veintiséis años, con aquella adquisición, en el lucrativo negocio de la minería. Un proyecto al que se irían sumando, después, otras pequeñas explotaciones, así como con talleres mecánicos para el mantenimiento de su maquinaria. Un personaje al que todos llamaban don Gil.

      Pero la venta con la que don Gil se hizo con el pozo de la