Dolor. Francisco Panera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Panera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418726187
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avisar de que estás en casa —le censura su tía.

      —No me habréis oído, estabais en la cocina. Por cierto, Piru te está esperando.

      —Ese Piru y tú…

      Le comenta Begoña a su hija, que está unos pasos por detrás de ella en el pasillo. Las dos se habían acercado sospechando que Julen estaba ya en casa al darse cuenta de que el calentador de butano llevaba un rato encendido.

      —Solo es un amigo.

      —¿Y cómo de amigo? —le cuestiona a la hija con una sonrisa que le desaparecerá en cuanto escuche su respuesta.

      —Lo justo para follarlo de vez en cuando y quitarme el estrés.

      —¡Joder! ¡Pero qué basta eres, tía!

      Julen sale del baño con una toalla enrollada a su cintura y la ropa hecha un ovillo mientras Begoña regresa a la cocina negando con la cabeza, prestando atención a las patatas que está friendo para hacer una tortilla.

      Kattalin aguarda un poco a que su sobrino comience a vestirse y asoma la cabeza por la puerta de su cuarto.

      —Entonces, ¿vienes del Txoriburu?

      —Sí, dice Piru que su hermano se encarga hoy de la barra.

      —Le sustituye alguna vez para que libre.

      —Anda, calla, a ver si crees que por eso se escandaliza, que tenemos confianza, a pesar de que a mis treinta y dos años aún me ve cómo una chiquilla.

      Julen, tras abroncarse unos vaqueros y ponerse una camiseta, se agacha debajo de la cama a buscar sus deportivas.

      —¿Y qué plan tienes para hoy?

      —Pues estar con la cuadrilla por aquí, ¿y tú?

      —Vamos a Bilbao y nos quedaremos en una pensión del casco viejo. Por cierto, ¿dónde has estado todo el día?

      —En Bilbao también.

      —¿Y haciendo qué?

      Visto que su tía le confía sus planes, él hace igual. Tras el relato, Kattalin se sienta en la cama claramente contrariada, revelando un poso de amargor en la expresión de su rostro.

      —¿De veras quieres conocer al cabrón de tu padre?

      Julen se acerca hasta la puerta del cuarto y la cierra. Sabe el rencor que albergan las dos únicas mujeres que conforman su familia y no quiere que su abuela escuche la conversación.

      —¿Qué hay de malo en conocer la verdad?

      —¿Pero qué verdad? ¿La suya? Vamos, ¡no me jodas!

      —Ni suya ni no suya. Nunca me decís nada más allá de lo de siempre y creo que ya tengo edad para entender todo.

      —En eso estoy de acuerdo.

      —Entonces, ¿qué pasa?

      —Pasa que mi ama me hizo jurar que nunca te diría nada. Sabe que no estoy de acuerdo, pero ella es de otra época y ya sabes. Créeme cuando te digo que, de vez en cuando, me pregunta si he roto mi promesa.

      —Joder, es para mandaros a la mierda.

      —¡A ver qué dices! Por favor.

      La voz hostil de Kattalin muda a un tono más suave, triste. Él permanece en silencio, mirándola, pero su tía no dice nada. Se acerca a la ventana, la abre, y tras encenderse un Lucky, apoya los codos en el alféizar perdiendo la mirada en el rielar de la luz de las farolas, en las aguas del puerto. El aroma del tabaco despierta la ansiedad en Kattalin, que se hace un sitio a su lado en la ventana, tomando el cigarrillo de entre los dedos de su sobrino y propinándole un par de caladas antes de devolvérselo. Exhala el humo y pierde ella también la vista por la estela lechosa de un pesquero que acaba de entrar en puerto.

      —¡Que le den por culo a la promesa! Ese hombre engaño a tu ama, nos engañó a todos. Leire no sabía que era Policía secreta ¡nada menos! Le dijo que era perito o no se qué y que trabajaba en no se cuál fábrica por Barakaldo. Normalmente, quedaban los domingos en Bilbao.

      —¿Como se conocieron?

      —Leire dijo que lo conoció en las fiestas de un barrio de Bilbao. Yo era una cría entonces, piensa que tu ama me llevaba a mí diez años.

      —Entonces, ella tendría unos veinte.

      —Veintiuno. Quería ser independiente y logró trabajo en una fábrica de Bilbao. La cosa es que, tras un tiempo de relación, comenzaron a ir a su casa y, bueno… se quedó embarazada. Todo esto me lo contó ella años después, claro. Su «novio» que, por cierto, le sacaba bastantes años, en cuanto supo que estaba embarazada, le dijo que se olvidará de él. Así, como lo oyes, sin rodeos. Tu ama lo estaba pasando muy mal, se lo contó a Andoni y lo único que se le ocurría a nuestro hermano era buscar a alguien que le hiciera abortar.

      —¿Y por qué no lo hizo?

      —Porque ella, inocente y embobada como estaba, aún suspiraba porque el hijo de puta recapacitase y se casase con ella. Leire lo quería como una loca, pero, claro, es que aún no sabía que todo alrededor de Juan eran mentiras. Encima le excusaba ante Andoni. Decía tu ama que su novio se había quedado impresionado cuando le contó lo del embarazo, pero que era muy cariñoso y que aquello se podría solucionar… Siempre fue una soñadora, como tú. También le echó hacia atrás el miedo. Abortar era ilegal y muy peligroso en aquella época. Ponerse en manos de una persona que no iba a tener medios para atenderte si las cosas se ponían mal le aterraba.

      La voz de Begoña, alertándoles de que la cena ya está en la mesa, pone fin a la conversación hasta que, media hora después, los dos bajan juntos a la calle. La abuela se ha quedado en la salita traspuesta viendo la película del programa Sábado cine. Un musical del que le habían oído protestar, diciendo que ya lo habían pasado un montón de veces por la televisión.

      Llegan hasta el Txoriburu, que a esas horas ya está muy animado. Su dueño recibe sonriente a su chica desde detrás de la barra con un beso y le solicita que aguarde un poco mientras despacha a un par de grupos de clientes que, impacientes, reclaman sus cañas.

      —Pues ya que estás, saca un par de birras. Mi sobrino y yo tenemos que hablar.

      Al momento, aparecen en el mostrador un par de botellines de cerveza que desparraman su espuma al ser liberados de la chapa. Dan un largo trago y Kattalin retoma la conversación en el punto que se había quedado en la ventana del cuarto de Julen. Lo tumultuoso del ambiente y la música elevada les confiere, a pesar de estar rodeados de gente, cierto grado de intimidad, conscientes de que nadie atiende a lo que ellos hablan.

      —Andoni le guardó el secreto a Leire unos días, pero al ver que no reaccionaba, tomó la iniciativa.

      —¿Mi ama no se atrevía a contarlo en casa?

      —Claro.

      —Tras mucho insistirle Andoni y a Leire, al final le facilitó la dirección de Juan y nuestro hermano se presentó allí un domingo temprano, pero no había nadie en la casa. Estuvo, según luego contó, deambulando por el barrio de Cruces de Barakaldo, hasta bien entrada la tarde.

      »Así hasta que, en un momento dado, un par de coches se le cruzaron subiéndose a la acera, apeándose dos tipos de cada vehículo, a los que no conocía de nada y que tras propinarle dos tortas le metieron a empujones en uno de los coches.

      —¡Joder! Policías, ¿no?

      —Pues claro, y Juan sí que estaba en su casa,