La espiritualidad se expresa en dones, ministerios y funciones del Espíritu para la edificación de todo el cuerpo de Cristo. La espiritualidad sacerdotal, como la teología, se fundamenta en la espiritualidad cristiana (del fiel cristiano bautizado), en principio, sin más (después veremos cómo se hace vida en el presbítero). Se enmarca en tres coordenadas o dimensiones: a) antropológica (desde la secularidad —no confundirlo con lo que es propio de los seglares—; b) eclesiológica (desde la eclesiología de totalidad) y c) cristológica (desde el vivir insertados en el misterio de Cristo por el Espíritu).
¿A qué nos referimos con espiritualidad? «se entiende —como afirma Jorge Arley Escobar Arias, en su libro Hacia una espiritualidad del ministerio presbiteral— aquello que constituye lo esencial del presbítero —en nuestro caso—, que ha de ser auténtica y coherente con el Evangelio, que abarca toda su persona, que conduce a la plenitud, realización y unidad del ser humano que es el ministro. Esto me invita a afirmar que el ser humano es más que vida biológica, es vida superior, realidad misteriosa y profunda, es «vida según el espíritu». Esta vida profunda va siendo forjada por las motivaciones, valores, experiencias, relaciones, ideales y se va haciendo manifiesta en la forma de vivir el día a día, en lo que se es, se hace, se sabe».
La espiritualidad obedece a una relectura del Evangelio en el contexto actual; unifica gestos y actitudes que caracterizan la existencia cristiana, implica la maduración de esa identidad cristiana, constituye una posibilidad de experiencia de Dios en el contexto de la propia vida, inserta en el horizonte más amplio posible de la historia; es un camino de santidad o proyecto de vida en el Espíritu; constituye un modo de vivir de acuerdo al querer de Dios.
Tercer rasgo: De la Vocación sacerdotal a la perfección: consagrados-enviados
El XXV Sínodo diocesano de Toledo, al hablar de los signos sacramentales, recuerda que los sacerdotes, por el sacramento del Orden, participan de la misión y autoridad de Cristo: Sacerdote, Profeta y Señor de la Iglesia. Jesucristo ha fundado su Iglesia poniendo al frente de ella pastores que la apacienten. El ministerio jerárquico es constitutivo en el ser de la Iglesia, y no viene conferido por delegación de la comunidad, sino por elección divina sellada en el sacramento del orden. Esta participación del sacerdocio de Cristo, que se llama sacerdocio ministerial, es distinta esencialmente y no sólo de grado del sacerdocio común, bautismal o real que todos los fieles reciben en el bautismo.
Sin duda que en la Diócesis, como solicita la sinodal a la que nos venimos refiriendo, se viene realizando una seria promoción y cuidado de las vocaciones al ministerio ordenado —también las religiosas—. En esta Iglesia se marca un acento especial en las familias cristianas, como ambiente natural donde Dios siembra sus llamadas. Se valora positivamente la labor de los seminarios; y todo el pueblo fiel debe manifestar su gratitud con permanente oración al Señor de la mies por esta intención.
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, «hace partícipe de su sacerdocio a todo su pueblo santo y con amor de hermano elige a hombres de este pueblo para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión» (Cf. Prefacio Misa Crismal).
Es deber de todos los diocesanos agradecer a tantos padres y madres su generosidad al entregar a Dios alguno de sus hijos. Muchas parroquias están fomentando un cuidado particular por las vocaciones sacerdotales, religiosas y consagradas. Para lograr esto, se potencia cada curso la oración ferviente al Señor en los jueves sacerdotales; que los creyentes vibren ante la campaña del seminario y jornada mundial de oración por las vocaciones. También los sacerdotes, especialmente los párrocos, prestan atención espiritual y humana a los seminaristas en la ayuda pastoral que procuran a las parroquias.
En los sacerdotes todos los cristianos no ordenados buscan encontrar una vida diferente; en su interior es lo que desean ver. Para los fieles deben destacarse por un estilo de vida que contagie un estilo y un talante de espiritualidad distinta. Esto les agrada y les lleva, en multitud de ocasiones, a una seria reflexión, aunque muchas veces oigamos decir frases como éstas: «los curas no tienen por qué ser distintos de los demás», «ellos son como uno de nosotros», «tienen que ser campechanos con las personas», «deben ir a los bares, como nosotros, y de esa forma se ganan más a la gente», etc.
El decreto PO describe la espiritualidad sacerdotal en el capítulo III: la vida de los presbíteros. Y distingue tres apartados. El primero: vocación de los presbíteros a la perfección (PO 12-14), en el que presenta unas líneas-fuerza que podrían concretarse en estas afirmaciones: instrumentos vivos de Cristo Sacerdote, consagrados y enviados, y dóciles a la acción del Espíritu. Es el camino de una »santidad en la que se ejercen sincera e incansablemente los ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13) y «movidos por la caridad del buen Pastor», para que «en el mismo ejercicio de la caridad hallen el vínculo de la perfección sacerdotal»; así «encontrarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia» (PO 14).
Nada, por tanto, se puede disociar. Hay una interconexión entre ellos por la que se enriquecen mutuamente. Y teniendo en cuenta que la santidad es la perfección de la caridad, todos aquellos gestos que el presbítero realiza con amor y desde una actitud de entrega están contribuyendo a ese crecimiento en santidad. De la caridad que yo considero distinta, se habla en otro lugar con más especificación.
Es una clave que se deriva de los escritos del P. Miguel Ruíz Ayúcar que con tanta fuerza y dinamismo escribió sobre la caridad. Entre otras cosas dice: «Si tienes las manos abiertas más para dar que para recibir (…) si eres servidor de todos, si cargaste con sus cargas y cada noche tus espaldas van cansadas (…) piensa que eso es ser bueno; sigue adelante por esta senda que te queda por avanzar en la santidad…».
«El constitutivo formal de la perfección cristiana consiste en la caridad; —afirma José Rivera y José María Iraburu— en su manual Síntesis de Espiritualidad Católica, y el constitutivo integral, en todas las virtudes bajo el imperio y guía de la caridad (STh II-II.84). Quiere esto indicar: 1. que la perfección cristiana consiste esencialmente en la perfección de la caridad; y la razón es porque el hombre es imagen de Dios que es caridad; 2. La perfección cristiana consiste integralmente en todas las virtudes bajo el imperio de la caridad; 3. El grado de perfección cristiana es el grado de crecimiento en la caridad; 4. Amar a Dios es más perfecto que conocerle; y 5. En esta vida puede el hombre crecer en caridad indefinidamente, es decir, puede aumentar su perfección in infinitum».
El P. Mendizábal, en su libro Teología espiritual, señala unos aspectos de gran interés respecto a lo que venimos indicando; dice este autor que una cosa es el hábito de caridad que es infundido en el hombre en el bautismo (esa «caridad» es la virtud de la caridad), otra es el acto de caridad y otra es el estado habitual de caridad.
Así, alguien puede tener la virtud de la caridad, pero no un estado habitual de amor; esto es, lo que a veces denominamos enamoramiento, estado cuyo amor no es acto explícito de amor sino condición habitual producida por la virtud de la caridad ejercitada durante largo tiempo, y que se manifiesta de modo particular en el hombre, invade toda la persona y decimos que la persona está muy inflamada en amor.
Cuarto rasgo: Imitar las virtudes del buen Pastor
Este apartado tiene su razón de ser en las virtudes del buen Pastor: humildad, obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17). Estas virtudes han de ser practicadas por nosotros, ya que son esenciales en nuestra vida. Si las virtudes humanas se cultivan, en la medida de las propias exigencias, resultará más fácil la conquista de las virtudes sobrenaturales. Y no puede haber virtudes sobrenaturales en el sacerdote si en él se experimenta una carencia de virtudes humanas, que se ponen en evidencia en el vivir propio y habitual de cada día. Una pregunta que salta: ¿qué es primero: las virtudes humanas o las sobrenaturales? A primera vista parece que la pregunta huelga, pero esta cuestión no es baladí.
Quien no es capaz de adquirir una discreción de juicio suficientemente idónea para discernir indica que la madurez humana está bajo mínimos. Si enumerásemos las virtudes del buen Pastor fácilmente caeríamos