6 En todos los países de centro Europa se celebraban encuentros y reuniones con los coloquios correspondientes, para buscar estrategias contra todo lo establecido. Estas comunidades de base y otros grupos más radicalizados convocaban para dirigir estos eventos a teólogos, sociólogos y moralistas de avanzadilla, situados en una línea de choque de todo lo institucionalizado en la Iglesia. A muchos de estos «maestros» se les prohibía su asistencia para exponer o estaban privados de licencias ministeriales, pero aun así acudían, exponían, sentaban cátedra y daban ellos por seguro y único lo que debía tenerse como regula fidei y verdades para ser creídas.
7 En España se celebraba, por aquellos años, la asamblea conjunta obispos-sacerdotes con sus niveles diocesano, interdiocesano y nacional. También nosotros intervinimos en el último año reflexionando y rellenando aquellos cuestionarios que nos estregaban. No sabíamos del todo de qué se trataba. Es verdad que no fue tan virulenta como muchos han querido calificarla. También es cierto que, aunque al final terminó malograda, sin embargo empezó muy bien y con el deseo de que todos los agentes y destinatarios hicieran un sincero examen de conciencia personal y de la vida de la Iglesia y la sociedad, para cambiar lo que era preciso y transformar aquello que exigía un cambio serio. Pero ciertamente no terminó como hubiera cabido esperar.
Podríamos hacer una larga lista de factores que influyeron en este cambio de mentalidad que hizo daño a la Iglesia del primer posconcilio especialmente. En todos sitios se notó y se vivió; en algunos lugares con mayor aspereza que en otros.
En Toledo tuvimos la suerte de que Dios nos enviara pronto un «profeta», gracias al cual no se extendió más aquella crisis. Se frenó como consecuencia del giro que dio el cardenal D. Marcelo, como veremos más adelante.
Desde que llegó a la Diócesis el 23 de enero del año 1972 empezó a trabajar con serenidad, lucidez y oportunamente en todos los campos de la acción pastoral de esta Iglesia en los que ahora no me puedo detener. Sabemos que alguna persona muy autorizada y con sobrados conocimientos del celo, la personalidad y del quehacer pastoral de D. Marcelo, nos va a presentar en breve la biografía que todos anhelamos. Parece que está prácticamente elaborada y que pronto verá la luz; allí encontraremos todos los aspectos de la vida y obra, así como de la rica personalidad de D. Marcelo, este gran Cardenal que Toledo tuvo la suerte de disfrutar.
Pero fue en el campo eclesial de los seminarios donde el nuevo Arzobispo gastó más energías, más dinero, más tiempo. Este joven Pastor, que llegaba curtido de Barcelona, puso todo el énfasis que sus fuerzas dieron de sí, y gastó sus mejores energías de Obispo ilusionado y dinámico; él empleó muchas energías en estos centros vocacionales, así como todo el dinero que le llegaba de gentes inquietas y preocupadas por el problema de las vocaciones y el seminario. De ahí que se lanzó a escribir una pastoral que dio la vuelta por toda España Un seminario nuevo y libre en la que marcaba las líneas fundamentales que todos deberían conocer para poder aplicar en los diferentes campos de la formación de los seminaristas: Tenía como telón de fondo, entre otros documentos, el decreto Optatam Totius (OT) del Vaticano II, que versa sobre la formación sacerdotal.
Él sabía a la perfección lo que el Concilio pedía en éste y en otros campos, porque fue Padre conciliar y tuvo en esa magna asamblea universal brillantes intervenciones que conmovieron al Papa san Pablo VI y a muchos Padres conciliares
Todas las teorías negativas descritas más arriba no hicieron ningún bien a aquellos cursos, al contrario, pudieron sembrar en nosotros multitud de dudas, bastantes interrogantes, y producir determinadas crisis en nuestro discernimiento vocacional. En algunas ocasiones le hacíamos partícipe de todo esto al cardenal Tarancón, él nos decía: «no hagáis caso de semejantes patrañas», pero ahí quedaban las cosas.
Sin embargo Dios no dejaba de hacer su obra. Cuando se nos quería hacer ver que éramos débiles y que con el tiempo iríamos abandonando el camino emprendido, nosotros, sin duda, oíamos la voz del Señor: No temas, yo estaré con vosotros. Y los posibles sufrimientos pasajeros que en algunos momentos brotaron enseguida se desvanecían, porque la Virgen nos iba marcando nuevos e ilusionantes caminos.
Debo confesar que estas cuestiones que podrían habernos desanimado y hacernos retroceder en nuestros propósitos, se contrarrestaban, de forma contraria, por personas que nos venían inculcando, con argumentos convincentes, otra forma de ver la vida, de sentirnos Iglesia, otra manera de preparar nuestro camino vocacional que nos proporcionaba alegría y nueva visión del sacerdocio para poder servir enteramente al Señor. Todo ello constituía para nosotros motivos de gozo por lo que siempre daremos gracias a Dios.
Además teníamos en el claustro bastantes profesores (cuyos nombres no puedo consignar porque alargaría, aunque de alguno sí hablaré) que, de una forma o de otra, veíamos ilusionados y querían transmitirnos ese entusiasmo por el ministerio.
Pero, sobre todo, teníamos grandes maestros de espiritualidad en la vida diocesana. Eran muchos y muy valiosos los directores espirituales y profesores de nuestro querido seminario los que vivían su sacerdocio con celo y con una santidad que nos daba tal seguridad que nada dejaba que desear. Ellos pretendían que nos ilusionaran otros ideales que podrían dar sentido a nuestras opciones vocacionales, como era la vida enraizada en Jesucristo, buscando siempre la intimidad con Él para una evangelización más audaz. Afianzar bien nuestra vida interior, para que posteriormente no tuviésemos problemas de crisis de identidad.
Todavía no se había celebrado el Sínodo universal de Obispos convocado por el hoy ya san Pablo VI sobre la evangelización, del que iban a emanar preciosas líneas doctrinales que darían pie al Papa para elaborar la magnífica exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi. Este evento, cuyas doctrinas aún hoy da gusto leer y saborear, nos las exponían ya como si adivinasen las líneas-fuerza que iba a trazar este Sínodo; todos esto levantaba nuestros ánimos y descubríamos que merecía la pena darlo todo para que el mundo conociese mejor a Jesucristo y su mensaje sin fragmentaciones ni fisuras, es decir, en su integridad y como la exponía el Magisterio.
Quienes lean estas páginas se pueden imaginar lo que fue y supuso todo esto para nosotros en esas edades, viendo que nos llegaba el momento de dar el paso: había que optar por decir SI a Dios rotundamente o empezar a relacionarse uno con la primera mocita que, al abandonar el seminario, te encontrases.
Por otra parte percibíamos también —en algunos de estos sacerdotes— actitudes que merecían la pena y algunos realizaban trabajos muy dignos que el obispo les había encomendado.
Aún así, Dios fue trazando caminos en nuestra forma de ver un futuro halagüeño respecto al sacerdocio y sirviéndose, en gran parte, de unas mediaciones que tanto bien nos hicieron a la hora de decidir, y en el proceso de nuestra vida espiritual.
Nosotros, tutelados por D. José Estupiñá, el buen rector y su equipo de sacerdotes de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, recibíamos una buena formación humana y, en parte académica, nos ayudaron con su gran experiencia de seminarios bebiendo en las fuentes de Mosén Sol, a plantearnos muchos aspectos vocacionales, y a perseverar, dentro del discernimiento que cada uno tratábamos de realizar.
Pero además, conducidos y orientados por sacerdotes de la talla de D. José Rivera, D. Elías Vega, junto a otros grandes padres espirituales de plantilla en el seminario, íbamos viendo con claridad algo muy distinto. Ellos nos hacían ver el camino emprendido con otra mirada, nos daban luz y los principios básicos, así como las ideas esenciales para que, dentro de nuestra libertad, fuésemos capaces de seguir, sin coacción, la llamada que, posiblemente, Dios nos venía haciendo.
Estos grandes hombres deseaban que descubriésemos cada uno qué le pedía el Señor y que estuviésemos muy atentos a sus inspiraciones. Ellos atendían a cada uno en particular, conocían nuestro interior, a cada dirigido le daban la fórmula necesaria para sanar y estar fuerte. Y con todo ello y la luz del Señor que siempre brillaba, examinábamos, con serenidad, el conocimiento que teníamos de nosotros mismos y cómo veíamos nuestro futuro.
No puedo por menos que recordar a un profesor, a quien todos valorábamos mucho, D. Antonio Sánchez Quintana, el gran tenor de la catedral primada, con una voz que fascinaba.