La espiritualidad del sacerdote diocesano. Jesús Martín Gómez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jesús Martín Gómez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788412267976
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señalar que hoy la gran mayoría de los sacerdotes de todas las edades desarrollan su sagrado ministerio con tesón y alegría, frecuentemente fruto de un heroísmo silencioso. Trabajan hasta el límite de sus propias energías, sin ver, a veces, los frutos de su labor. En virtud de este empeño, constituyen hoy un anuncio vivo de la gracia divina que, una vez recibida en el momento de la ordenación, sigue dando un ímpeto siempre nuevo para la labor ministerial».

      Centrándome en el título de este capítulo debo decir que el tema: Caminos y desafíos del sacerdocio hoy, es tan bello como ambicioso, tan denso como provocador y tan rico en aspectos como difícil de exponer. Para lograrlo deseo partir, en la medida de lo posible, de ciertos interrogantes a los que vendría muy bien contestar personalmente y en grupo, para detectar que en ellos gravitan y se apoyan nuestras dificultades, y poder así conseguir los objetivos señalados. Pienso que los que aquí indico son suficientes para que tomemos el pulso a nuestro modo de actuar. Podría hacerse un catálogo, tan denso que se saldría de los márgenes de lo que ahora nos proponemos. Comienzo con unas cuestiones que nosotros mismos nos hacemos y que se formulan los fieles sobre nuestra propia vida. Son diecisiete; a mí me vienen preocupando y también inquietan a muchos sacerdotes.

      Este elenco de preguntas, contestándolas con la sinceridad que nos debe caracterizar, pienso que son suficientes para un verdadero encuentro con nosotros mismos y con los hermanos sacerdotes, a fin de que nuestra vida pueda ser transformada. Las enumero:

      A. Interrogantes

      1 ¿Cómo es la salud física, espiritual y psicológica de los sacerdotes? ¿hay indicios que llegan a preocuparnos por estas situaciones?

      2 ¿Cuáles son nuestras inquietudes más importantes en el orden personal, espiritual, intelectual y pastoral? ¿Intentamos dar respuestas adecuadas?

      3 ¿Por qué hay sacerdotes que se encuentran con angustia, ansiedad, en estado de stress o con depresión?

      4 ¿Por qué se produce, a veces, desánimo, desencanto en el ministerio? ¿Por qué razón algunos se consideran como meros funcionarios?

      5 ¿Cómo se afronta la soledad en la vida ordinaria del presbítero, tanto en lo que se refiere a su forma cotidiana de vida como en los momentos en los que uno se ve o se siente en verdad solo en la parroquia o cargo que el Obispo le ha encomendado?

      6 ¿Se buscan compensaciones para paliar el aislamiento indicado con otras formas que pueden en apariencia —sólo en apariencia— suplir estos momentos de soledad: salidas, música, nuevas tecnologías, cine, bares o casinos, juegos de naipes, tertulias con «amigos» o matrimonios amigos, que nos hacen «matar» un tiempo, pero que no nos ofrecen nada para que avancemos en nuestra vida espiritual y pongamos entusiasmo en las actividades pastorales?

      7 ¿No sería conveniente y necesaria la creación de un gabinete de psicología aplicada en la Diócesis para ayudarnos en nuestra salud mental y en nuestro equilibrio emocional?

      8 ¿Hay empeño serio en nosotros por una más intensa vida espiritual y una sólida formación? ¿Se percibe afán y gusto por la lectura y el estudio, principalmente por lo que nos ofrece mensualmente la vicaría episcopal para el clero y por un conocimiento profundo del magisterio eclesial?

      9 ¿Cuál es, cómo debe ser, nuestra espiritualidad específica como miembros de un presbiterio diocesano? ¿Encontramos espacios para la oración personal y comunitaria y la intimidad con el Señor?

      10 ¿Se dan carencias y privaciones en los sacerdotes motivadas por una economía demasiado ajustada? Cuando estamos holgados ¿compartimos los bienes, pocos o muchos y en la medida de nuestras posibilidades, con los hermanos sacerdotes y con los pobres, sobre todo a través de los cauces institucionalizados?

      11 ¿Tenemos algún «hermano» sacerdote de nuestra confianza que acompañe nuestra vida personal y ministerial, es decir, un director espiritual, no para desahogarnos, sino para sentirnos ayudados y comprendidos? ¿Se valora este acompañamiento para la vida del Espíritu?

      12 ¿Cuáles son las demandas más frecuentes en nuestra acción pastoral? ¿Nos agobia el quehacer encomendado? ¿Dejamos algunos espacios de tiempo libre durante la semana o el mes para un sano esparcimiento con otros compañeros o con personas de nuestro entorno que nos pueden hacer un gran bien?

      13 ¿Ayuda la familia en nuestra vida personal y en la acción ministerial? Hay familias que son un obstáculo para el sacerdote: los controlan, los marcan un horario para llegar a casa, los vigilan las personas con las que hablan… ¿Es la familia un beneficio o un obstáculo en nuestra vida?

      14 ¿Cómo es nuestra relación con el arzobispo? ¿Sentimos cariño y afecto hacia él? ¿Es para nosotros un amigo, un hermano, un padre, como dice el Vaticano II. ¿Tenemos facilidad para acudir a él y contarle nuestros problemas y necesidades, ¿Nos sentimos queridos por él ¿Tiene él hacia nosotros la cercanía que necesitamos?

      15 ¿Se da un verdadero amor entre nosotros mismos? ¿Existe una auténtica fraternidad sacerdotal? ¿Cómo son las amistades entre los presbíteros? ¿Mantenemos buenas relaciones no sólo para dialogar de asuntos más o menos triviales, sino para establecer conversaciones serias en las que podamos descubrir que estamos inmersos en los mismos problemas?

      16 ¿No habrá llegado el momento de plantearse con toda seriedad la creación de equipos sacerdotales a distintos niveles: vida en común, al menos comer juntos, de acción pastoral, o de mayores exigencias que nos ayuden a vencer tantas dificultades que frecuentemente se presentan en nuestra vida humana y ministerial?

      17 ¿Qué pediríamos a la vicaría episcopal para el clero en esta nueva etapa? ¿Estaríamos dispuestos a ofrecer sugerencias —si se nos pidiesen— para un mejor y más eficaz funcionamiento de la misma?

      B. El Concilio Vaticano II, camino prioritario

      Intento —desde los interrogantes formulados— ofrecer sucintamente algunas respuestas, aunque lo más importante debería aportarse en los momentos de diálogo que se produzcan entre nosotros. Hemos de considerar esos espacios de fraternidad, de escucha del otro, de las intuiciones que tenemos, de lo que brota de nuestro corazón, en los que todos podemos aportar nuestros puntos de vista para ayudarnos en la consecución de esta meta.

      Debemos marcar cauces si tenemos en cuenta la densa y rica doctrina del Concilio Vaticano II como camino ideal a recorrer. Por ello, esta reflexión tiene como trasfondo la doctrina conciliar sobre el ministerio.

      Si este itinerario nos resulta adecuado, es porque encontramos en él las claves esenciales sobre el tema que nos ocupa. Estos principios aparecen también en la doctrina del postconcilio. Pensemos especialmente en la metodología sistemática de la segunda Asamblea universal de Obispos de 1971 cuyo tratamiento versó sobre la justicia en el mundo y el sacerdocio ministerial.

      Las claves serán, por tanto, fruto y resultado basadas, sobre todo, en las enseñanzas del magisterio: exhortaciones apostólicas (pensemos de una forma singular en la exhortación PDV, del Papa san Juan Pablo II y fruto del Sínodo de Obispos sobre la vocación y misión de los presbíteros en la Iglesia y en el mundo contemporáneo; las catequesis y alocuciones de los Papas, los documentos de conferencias episcopales…. Y en las aportaciones de teólogos de cuño, que conocen, interpretan y viven la Iglesia como misterio de comunión y misión.

      Nos pueden servir de ejemplo teólogos de la talla de René Latourelle, Karl Rahner, Jean Daniélou, Ives Maríae Congar, Joseph Ratzinger, Henri de Lubac, Olegario González de Cardedal, Giuseppe Alberigo, Marie-Dominique Chenu, Fernando Sebastián, y muchos otros que podríamos citar y que contribuyeron grandemente a preparar, realizar, exponer e interpretar la doctrina del Concilio Vaticano II.

      A algunos de estos teólogos se les mandó silencio en momentos difíciles; ellos supieron obedecer y callar; y durante ese espacio de tiempo no escribieron, no dieron conferencias, no impartieron la docencia… La Iglesia posteriormente les llamó para que interviniesen activamente en el Concilio Vaticano II, siendo extraordinarios padres conciliares. Ellos han creado escuela, han marcado las grandes pautas de la teología y de la eclesiología de comunión y no han creado forofos ni han pretendido ser esnobistas, en el sentido de adherirse a un gusto