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de su existencia se fragua una afirmación única, compuesta de estas dos afirmaciones, es necesario admitir la negación única que es contraria a aquella.

      Pero todavía hay más. O se prueba esto con todas las cosas, y lo blanco es igualmente lo no-blanco, el ser el no-ser, y lo mismo respecto de todas las demás afirmaciones y negaciones; o el principio posee excepciones, y se aplica a ciertas afirmaciones y negaciones, y no se aplica a otras. Admitamos que no se aplica a todas, y en este caso, respecto a las exceptuadas existe certidumbre. Si no existe hay excepción alguna, entonces es necesario, como se explicó antes, o que todo lo que se afirme se niegue al propio tiempo, y que todo lo que se niegue al propio tiempo se afirme; o que todo lo que se afirme al propio tiempo se niegue por una parte, mientras que por otra, por lo contrario, todo lo que se niegue, se afirmaría al propio tiempo. Pero en este último caso, habría algo que no existiría realmente. Esta sería una opinión cierta. Ahora bien, si el no-ser es algo cierto y conocido, la afirmación contraria debe ser más cierta todavía. Pero si todo lo que se niega, se afirma igualmente, la afirmación entonces es necesaria. Y en este caso, o los dos términos de la proposición pueden ser verdaderos, cada uno de por sí y separadamente; por ejemplo, si digo que esto es blanco, y después digo que esto no es blanco; o no son verdaderos. Si no son verdaderos enunciados separadamente, el que los pronuncia no los pronuncia, y realmente no resulta nada; y bien, ¿cómo seres no existentes pueden hablar o caminar? Y además todas las cosas serían en este caso una sola cosa, como antes expusimos, y entre un hombre, un dios y una nave, habría identidad. Ahora bien, si lo mismo ocurre con todo objeto, un ser no difiere de otro ser. Porque si difiriesen, esta diferencia constituiría una verdad y un carácter propio. De igual manera, si se puede, al distinguir, decir la verdad, se seguiría lo que acabamos de decir, y además que todo el mundo diría la verdad, y que todo el mundo mentiría, y que reconocería cada uno su propia mentira. Por otra parte, la opinión de estos hombres no merece ciertamente un serio examen. Sus palabras no poseen ningún sentido; porque no dicen que las cosas son así, o que no son así, sino que son y no son así a la vez. Después viene la negación de estos dos términos; y dicen que no es así ni no así, sino que es así y no así. Si no fuera así, existiría ya algo determinado. Por último, si cuando la afirmación es verdadera, la negación es falsa, y si cuando esta es verdadera, la afirmación es falsa, no es posible que la afirmación y la negación de una misma cosa estén señaladas al mismo tiempo con el carácter de la verdad.

      Pero quizá se contestará que es esto mismo lo que se enuncia por principio. ¿Quiere decir esto que el que piense que tal cosa es así o que no es así, estará en lo falso, mientras que el que afirme lo uno y lo otro estará en lo cierto? Pues bien, si el último afirma, en efecto, la verdad, ¿qué otra cosa quiere decir esto sino que tal naturaleza entre los seres afirma la verdad? Pero si no dice la verdad, y la dice más bien el que sostiene que la cosa es de tal o cual manera, ¿cómo podrían existir estos seres y esta verdad, a la vez que no existiesen tales seres y tal verdad? Si todos los hombres afirman asimismo la falsedad y la verdad, tales seres no pueden ni articular un sonido, ni discurrir, porque afirman a la vez una cosa y no la dicen. Si no tienen concepto de nada, si piensan y no piensan a la vez, ¿en qué se diferencian de las plantas?

      Está, pues, claro, que nadie piensa de esa manera, ni incluso los mismos que defienden esta doctrina. ¿Por qué, en efecto, toman el camino de Mégara en vez de permanecer en reposo en la convicción de que andan? ¿Por qué, si encuentran pozos y precipicios al dar sus paseos en la madrugada, no caminan en línea recta, y antes bien toman sus precauciones, como si pensasen que no es a la vez bueno y malo caer en ellos? Está claro que ellos mismos creen que esto es mejor y aquello peor. Y si tienen este pensamiento, necesariamente conciben que tal objeto es un hombre, que tal otro no es un hombre, que esto es dulce, que aquello no lo es. En efecto, no van en busca igualmente de todas las cosas, ni dan a todo el mismo valor; si piensan que les interesa beber agua o ver a un hombre, en el acto van en busca de estos objetos. Sin embargo, de otro modo deberían conducirse si el hombre y el no-hombre fuesen iguales entre sí. Pero como hemos explicado, nadie deja de ver que deben evitarse unas cosas y no evitarse otras. De manera que todos los hombres tienen, al parecer, la idea de la existencia real, si no de todas las cosas, por lo menos de lo mejor y de lo peor.

      Pero incluso cuando el hombre no tuviese la ciencia, incluso cuando solo tuviese opiniones, sería necesario que se aplicase mucho más todavía al estudio de la verdad; al modo que el enfermo se ocupa más de la salud que el hombre que está sano. Porque el que solo tiene opiniones, si se le compara con el que sabe, está, con respecto a la verdad, indispuesto.

      De otro modo, incluso suponiendo que las cosas son y no son de tal manera, el más y el menos existirían todavía en la naturaleza de los seres. Jamás se podrá sostener que dos y tres son de igual modo números pares. Y el que crea que cuatro y cinco son la misma cosa, no tendrá un pensamiento falso de grado semejante al del hombre que defendiera que cuatro y mil son idénticos. Si existe diferencia en la falsedad, está claro que el primero piensa una cosa menos falsa. Por consiguiente está más en lo verdadero. Luego si lo que es más una cosa, es lo que se aproxima más a ella, debe haber algo verdadero, de lo cual será lo más verdadero más cercano. Y si esto verdadero no existiese, por lo menos existen cosas más ciertas y más próximas a la verdad que otras, y henos aquí desembarazados de esta doctrina horrible, que condena al pensamiento a no poseer objeto determinado.

      Parte V

      La doctrina de Protágoras parte del mismo principio que esta que exponemos, y si la una tiene o no fundamento, la otra se halla necesariamente en el mismo caso. En efecto, si todo lo que pensamos, si todo lo que nos aparece, es la verdad, es necesario que todo sea al mismo tiempo verdadero y falso. La mayor parte de los hombres piensan de forma distinta los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones los consideramos que se hallan en el error. La misma cosa es por lo tanto y no es. Y si así ocurre, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad, poseen opiniones contrarias. Si las cosas son como acaba de decirse todas igualmente dirán la verdad. Es por lo tanto evidente que los dos sistemas en cuestión parten del mismo pensamiento.

      Sin embargo, no debe combatirse de idéntica forma a todos los que profesan estas doctrinas. Con los unos hay que emplear la persuasión, y con los otros la fuerza de razonamiento. Respecto de todos aquellos que han llegado a esta concepción por la duda, es fácil remedar su ignorancia; entonces no hay que refutar argumentos, y es suficiente dirigirse a su inteligencia. En cuanto a los que profesan esta opinión por sistema, el remedio que debe aplicarse es la refutación, así por medio de los sonidos que pronuncian, como de las palabras que utilizan.

      En todos los que dudan, el origen de esta opinión se origina del cuadro que presentan las cosas sensibles. En primer lugar, han fraguado la opinión de la existencia simultánea en los seres, de los contradictorios y de los contrarios, porque veían la misma cosa originar los contrarios. Y si no es posible que el no-ser devenga o llegue a ser, es necesario que en el objeto preexistan el ser y el no-ser. Todo se encuentra mezclado en todo, como dice Anaxágoras, y con él Demócrito, porque, según este último, lo vacío y lo lleno se encuentran, así lo uno como lo otro, en cada porción de los seres; siendo lo lleno el ser y lo vacío el no-ser.

      A los que infieren estas consecuencias diremos que, desde un punto de vista, es exacta su afirmación; pero que, desde otro, se hallan en un error. El ser se toma en un doble sentido. Es posible en cierto modo que el no-ser produzca algo, y en otro modo esto es imposible. Puede ocurrir que el mismo objeto sea al mismo tiempo ser y no-ser, pero no desde el mismo punto de vista del ser. En potencia es posible que la misma cosa represente los contrarios; pero en acto, esto es imposible. Por otra parte, nosotros reclamaremos de los mismos de que se trata la idea de la existencia en el mundo de otra sustancia, que no es capaz ni de movimiento, ni de destrucción, ni de nacimiento.

      El cuadro de los objetos sensibles es el que ha fraguado en algunos la opinión de la verdad de lo que aparece. Según ellos, no es a los más, ni tampoco a los menos, a quienes implica juzgar la verdad. Si gustamos una misma cosa, parecerá dulce a los unos, amarga a los otros. De forma que si todo el mundo estuviese enfermo, o todo el mundo se hubiese enajenado y solo dos o tres estuviesen en buen estado de salud y en su sano juicio, estos últimos serían entonces los enfermos y los