Más todavía. Si la unidad fuese indivisible, no habría absolutamente nada, y esto es lo que piensa Zenón. En efecto, lo que no se hace ni más grande cuando se le añade, ni más pequeño cuando se le quita algo, no es, en su opinión, un ser, porque la magnitud es obviamente la esencia del ser. Y si la magnitud es su esencia, el ser ha de ser corporal, porque el cuerpo es magnitud en todos sentidos. Pero ¿cómo la magnitud añadida a los seres hará a los unos más grandes sin producir en los otros este efecto? Por ejemplo, ¿cómo el plano y la línea agrandarán, y nunca el punto y la mónada? Sin embargo, como la conclusión de Zenón es un poco dura, y por otra parte puede haber en ella algo de indivisible, se responde a la objeción, que en el caso de la mónada o el punto, la adición no aumenta la extensión y sí el número. Pero entonces, ¿cómo un solo ser, y si se quiere muchos seres de esta naturaleza, constituirán una magnitud? Sería lo mismo que pretender que la línea se compone de puntos. Y si se admite que el número, como dicen algunos, es producido por la unidad misma y por otra cosa que no es unidad, no por esto dejará de tenerse que indagar por qué y cómo el producto es tan pronto un número, tan pronto una magnitud; puesto que el no-uno es la desigualdad, es la misma naturaleza en los dos casos. En efecto, no se ve cómo la unidad con la desigualdad, ni cómo un número con ella, pueden generar magnitudes.
Parte V
Se plantea una dificultad que se relaciona con las anteriores, y es como sigue: ¿Los números, los cuerpos, las superficies y los puntos son o no sustancias?
Si no son sustancias no conocemos bien ni lo que es el ser, ni cuáles son las sustancias de los seres. En efecto, ni las modificaciones, ni los movimientos, ni las relaciones, ni las disposiciones, ni las proposiciones poseen, al parecer, ninguno de los caracteres de la sustancia. Se refieren todas estas cosas como atributos a un sujeto, y nunca se les da una existencia independiente. En cuanto a las cosas que parecen poseer más el carácter de sustancia, como el agua, la tierra, el fuego que constituyen los cuerpos compuestos en estas cosas, lo caliente y lo frío, y las propiedades de esta clase, son cambios y no sustancias. El cuerpo, que es el sujeto de estos cambios, es el único que se mantiene como ser y como verdadera sustancia. Y, sin embargo, el cuerpo es menos sustancia que la superficie, esta lo es menos que la línea, y la línea menos que la mónada y el punto. Por medio de ellos el cuerpo es determinado y, al parecer, es posible que existan independientemente del cuerpo; pero sin ellos la existencia del cuerpo es imposible. Por esta razón, mientras que los profanos y los filósofos de los primeros tiempos opinan que el ser y la sustancia es el cuerpo, y que las demás cosas son modificaciones del cuerpo, de suerte que los principios de los cuerpos son también los principios de los seres, filósofos más modernos, y que se han revelado en verdad más filósofos que sus predecesores, admiten por principios los números. Y así, como ya hemos expuesto, si los seres en cuestión no son sustancias, no existe absolutamente ninguna sustancia, ni ningún ser, porque los accidentes de estos seres no merecen con certeza que se les dé el nombre de seres.
Sin embargo, si por una parte se reconoce que las longitudes y los puntos son más sustancias que los cuerpos, y si por otra no sabemos entre qué cuerpos será necesario colocarlos, porque no es posible hacerlo entre los objetos sensibles, en este caso no existirá ninguna sustancia. En efecto, evidentemente estas no son más que divisiones del cuerpo, ya en longitud, ya en latitud, ya en profundidad. Finalmente, toda figura, cualquiera que ella sea, se encuentra igualmente en el sólido, o no existe ninguna. De forma que si no puede decirse que el Hermes existe en la piedra con sus contornos determinados, la mitad del cubo tampoco está en el cubo con su forma determinada, y ni existe tan solo en el cubo superficie alguna real. Porque si toda superficie, cualquiera que ella sea, existiese en él realmente, la que determina la mitad del cubo tendrían también en él una existencia real. El mismo razonamiento se aplica igualmente a la línea, al punto y a la mónada. Por consiguiente, si por una parte el cuerpo es la sustancia por excelencia; si por otra las superficies, las líneas y los puntos lo son más que el cuerpo mismo; y si, en otro concepto, ni las superficies, ni las líneas, ni los puntos son sustancia, entonces no sabemos ni qué es el ser, ni cuál es la sustancia de los seres.
Añádase a lo que acabamos de exponer las consecuencias irracionales que se deducirían relativamente a la producción y a la destrucción. En efecto, en este caso, la sustancia que antes no existía, existe ahora: y la que existía antes deja de existir. ¿No es esto para la sustancia una producción y una destrucción? Por lo contrario, ni los puntos, ni las líneas, ni las superficies no están en disposición ni de producirse ni de ser destruidas; y, sin embargo, tan pronto existen como no existen. Véase lo que ocurre en el caso de la reunión o separación de dos cuerpos; si se juntan, no existe más que una superficie; y si se separan, existen dos. Y así, en el caso de una superficie, las líneas y los puntos no existen ya, han desaparecido; mientras que, después de la separación, existen magnitudes que no existían antes; pero el punto, objeto indivisible, no se ha dividido en dos partes. Por último, si las superficies están supeditadas a producción y a destrucción, proceden de algo.
Pero con los seres que analizamos ocurre, sobre poco más o menos, lo mismo que con el instante actual en el tiempo. No es posible que nazca y perezca; sin embargo, como no es una sustancia, parece sin cesar diferente. Evidentemente los puntos, las líneas y las superficies se encuentran en un caso parecido, porque se les puede aplicar los mismos juicios. Como el instante actual, no son ellos más que límites o divisiones.
Parte VI
Una cuestión que es absolutamente necesaria plantear es la de saber por qué, fuera de los seres sensibles y de los seres intermedios es imprescindible ir en busca de otros objetos, por ejemplo, los que se conocen como ideas. El motivo es, según se dice, que si los seres matemáticos difieren por cualquier otro concepto de los objetos de este mundo, de ninguna manera difieren en este, puesto que un gran número de estos objetos son de especie semejante. De manera que sus principios no quedarán limitados a la unidad numérica. Ocurrirá, como con los principios de las palabras de que nos servimos, que se distinguen no numéricamente sino genéricamente; a menos, sin embargo, de que se los cuente en tal sílaba, en tal palabra determinada, porque en este caso poseen también la unidad numérica. Los seres intermedios están en este caso. En ellos asimismo las semejanzas de especies son infinitas en número. De forma que si fuera de los seres sensibles y de los seres matemáticos no hay otros seres que los que algunos filósofos denominan ideas, en este caso no hay sustancia, una en número y en género; y entonces los principios de los seres no son principios que se cuenten numéricamente, y solo tienen la unidad genérica. Y si de esta consecuencia no se puede prescindir, es necesario que existan ideas. En efecto, aunque los que admiten su existencia no formulan bien su pensamiento, he aquí lo que quieren decir y que es consecuencia necesaria de sus principios. Cada idea es una sustancia; ninguna es accidente. Por otra parte, si se afirma que las ideas existen, y que los principios son numéricos y no genéricos, ya hemos dicho más arriba las dificultades imposibles de resolver que de esto tienen que resultar necesariamente.
Una investigación difícil se relaciona con las cuestiones anteriores. ¿Los elementos existen en potencia o de alguna otra manera? Si de alguna otra manera, ¿cómo habrá cosa anterior a los principios? (Porque la potencia es anterior a tal causa determinada, y no es necesario que la causa que existe en potencia pase a acto.) Pero si los elementos no existen más que en potencia, es posible que ningún ser exista. Poder existir no es existir todavía; puesto que lo que nace o llega a ser es lo que no era o existía, y que nada nace o llega a ser si no posee la potencia de ser.
Tales son las dificultades que es necesario proponerse relativamente a los principios. Debe todavía preguntarse si los principios son universales o si son elementos particulares. Si son universales no son esencias, porque lo que es común a muchos seres indica que un ser es de tal manera y no que es propiamente tal ser. Porque la esencia es propiamente lo que constituye un ser. Y si lo universal es un ser determinado, si el atributo común a los seres puede ser afirmado como esencia, habrá en el mismo ser muchos animales, Sócrates, el hombre, el animal; puesto que en esta hipótesis cada uno de los atributos de Sócrates indica la existencia propia y la unidad de un ser. Si los principios son universales, esto es lo que se deduce. Si no son universales, son como elementos particulares que no pueden ser objeto de la ciencia, recayendo como recae toda ciencia sobre