La novedad machoposesiva permite que las cabales adaptaciones literarias de Sneider cobren otra pieza de excepción, como aquellas acometidas para redimir y desbordar a Ibargüengoitia o a Mastretta, donde todo se vuelve gozosamente lúdico, aunque también por desgracia divagante y casi por completo carente de cualquier sentido unívoco posible, así como de verdadera consistencia dramática o discursiva global, y donde la trama en sí nunca acaba de empezar y nunca acaba de acabar, con lo primero no habría mayor problema porque el defecto se disfraza y compensa con el pretexto de la demasiado profusa definición contextualizadora del omnívoro protagonista-conductor único luego omnipresente, se comienza a conocerlo a él y a su mundo pues, pero la segunda sí es más grave, ya que no sólo la película se arrastra de un final a otro (Eligio con el rabo entre las piernas abandonando Iowa, cariacontecido en el asiento de avión, rondando como leoncito enjaulado en la casa más desierta que nunca y más desolada que las Ciudades Desiertas gringas, refugiándose en sus jactancias con los cuates, haciendo su catarsis purificadora-liberadora gracias a su intervención en la obra teatral didáctica marital Intimidad de Hugo Hiriart y así), revelando su imposibilidad de concluir y darle un sentido contundente a su ficción, sino que se somete ancilarmente a los nada ambiguos dictados seudocontrito-sarcásticos si bien redentoramente triunfalistas de la mentalidad autocomplaciente y caducos de la novela original, despreciando la propia lógica paralelamente desarrollada en la cinta y denotando una evidente proclividad a morderse la cola para negar todo aquello que se había denodadamente contenido, puesto que basta la insinuación de autorrecuperación afectiva falotrituradora a lo Eugenio Derbez en No eres tú, soy yo (la anterior película exitosa del director ahora sólo productor Alejandro Springall, 2010) para que Eligio ya pueda estar en egregias condiciones románticas y morales para recibir en su seno a la arrepentida Susana que retorna sin más al depto conyugal y asestarle una buena tanda de nalgadas bragas abajo hasta que la infeliz abandonadora se confiese hasta el tuétano al proferir un “Regresé porque Te Quiero” a su marido y compañero, frase que viene a ser réplica-eco exacto del “¡Porque te quiero, pendeja!” con el que ipso facto pretendía reconquistarla en Estados Unidos ese esposo machín hasta las cachas y hasta la eternidad, si bien repentinamente sabio, administrador de nalgadas ético-metafísicas, aquiescente perdonavidas y conocedor impertérrito de las necesidades profundas, tanto de las propias como las ajenas, dejando al descubierto lo bien fundado (acaso pese a todo) de su lógica y su axiología subyacentes, su servil sumisión a las ilusiones y a las potencias de un momento que no excluía al sentimiento duradero, la decisión lúcida de reconocer y aceptar los roles de género tal como le habían sido inculcados, tamizados esta vez por un instantáneo rechazo altivo de la diversión y la evasión esenciales.
Y la novedad machoposesiva observa además con depravado ojo cosmogónico el continuo hacerse y deshacerse de una inestable pareja moderna, su incesante, fatigoso, insaciable y siempre desviado e insufrible estira y afloja, lo cual ha permitido ser leída como “una representación amarga de la vida en pareja, la sexualidad y la crisis que plantea la libertad personal” (Rafael Aviña en el suplemento Primera Fila del diario Reforma, 19 de agosto de 2016), siendo que también admitiría otro enfoque de su profundidad (“Comercial, pero profunda” se intitulaba la mencionada nota del cinecrítico Aviña) en función del contraste entre la búsqueda De la ligereza (en términos de Gilles Lipovetsky) que opone a sus cónyuges o contendientes, Eligio buscándola a través de lo fútil y la frivolidad hiperkinéticas, y Susana a través de una insostenible gravedad sólo aparente, pero ambos fatalmente juntos por la terrible pesadez que en última y primerísima instancia los define, los envuelve, los acapara, los lastra y los limita, arrojando una y otra vez a uno a los brazos de la otra y viceversa, mientras se escucha victoriosa una potente e hipermachista canción ranchera que debe interpretarse, sin embargo, como amenaza eterna (“Llegaré hasta donde estés / Yo sé perder / Yo sé perder / Quiero volver, volver, volver”).
La novedad sexomaniaca
En Macho (Astillero Films - 11:11 - Rodarte Entertainment - Labo Digital - Caravana Uno - Equipement & Film Design - Memoria Films - Eficine 189, 82 minutos, 2016), desatado quinto largometraje del exitoso cronista sexocostumbrista de vuelta del más ambicioso cine histórico hacia sus orígenes fársicos a los 61 años Antonio Serrano (Sexo, pudor y lágrimas, 1998; Hidalgo, la historia jamás contada, 2010; Morelos, 2012), con guion basado en temas de Oscar Wilde y Molière (entre otros magnos comediógrafos-faro) de una Sabina Berman enrachada tras la magnífica Gloria de Christian Keller (2014) para permitirse darle una infinidad de pequeñas o inmensas vueltas de tuerca a la trama primaria del modesto Modisto de señoras escrito por Fernando Galiana y René Cardona hijo (dirigida por éste en solitario hacia el incitante 1969), el exitoso diseñador de modas cuarentón ya con empresariales tentáculos internacionales Evaristo Jiménez Evo (Miguel Rodarte) se amaricona de exagerada, ostentosa, catastrófica y desarticuladora manera, usa rutilantes atuendos-estruendos multicolores, luce gafas sobre gafas, hace desplante tras desfiguro y desfiguro tras desplante con estolas de astracán y avión particular, usa sólo rutilantes atuendos multicolores cada vez más estrafalarios, ha diseñado por estricto encargo nuevas colecciones de modas para el Congreso o la Presidencia y unas túnicas sacras posfellinescamente episcopales para la Curia (“Evaristo era el gay con el que los poderosos se tomaban La Foto”), impone en NY y Colombia originales diseños femeninos (“Sus diseños dictan tendencia y son aclamados en cualquier parte que se presentan”) siempre extravagantemente inspirados en la conjunción de un animal (cebras, mariposas monarca, escarabajos, pingüinos, aves) con alguna diva (Dolores del Río et al.) y se hace pasar por gay arrollador porque eso le permite disfrazar su sexoadicción a las mujeres (“Acabo de pensar una cosa espeluznante, ¿a cuántas mujeres te has planchado? Son 322 en el último año y medio” / “Ah, y una cajera de Minnesota”) y ocultar su actual amorío adúltero con hembrazas como la despampanante modelo-clienta millonaria Viviana Vivi (Aislinn Derbez) que le erecta de sexoadicto rechupete los dedos falos aunque siga casada con el capo mafioso La Karen (Manolo Cardona), pero el estridente tipo, asediado en todas partes por un omnipresente documentalista intrépido (“¿Qué se siente ser Evaristo Jiménez?” / “Te voy a decir cómo es ser YO”) que resulta ser una chica intersexual más que aguerrida (“Nunca pensé que para filmar a Evo tendría que usar tácticas de guerra”), se ve de pronto salvaje y peligrosamente cuestionado en su trabajo y en la falsedad de sus presuntas opciones homosexuales por el ponzoñoso crítico de arte al rape con abanico rojo Vladimir Orozco (Mario Iván Martínez) para sorpresa de su adjunta la francesa sofisticadamente lela Gina (Sophie Gómez), por lo que el aterrado varón víctima de esa lengua viperina, viendo en riesgo la prosperidad de su compañía, cierra filas de inmediato con sus más allegados colaboradores y colaboradoras, el hiperkinético asistente aprendiz de diseñador con corbata de moño de puntitos Sam (Andrés Delgado), la cortadora veterana Conchita (María Ángela Aguilar) y ante todo con la flemática gerente general Alba La Bizcocho (Cecilia Suárez), quien, midiendo la magnitud de la tormenta mediática que se avecina (“A ti y a mí nadie nos va a quitar nuestro imperio”), urde con Evo un infalible plan protector de su reputación en entredicho, consistente en seducir al bello ojiverde diseñador viudo homosexual que debuta como brillante creativo joven en la empresa Sandro Sindy (Renato López), para fingirse fogosamente prendado de él de cara a los demás (“No se trata de que te vuelvas gay, simplemente tienes que añadir... un accesorio”), pero Evo realmente se enamora de él tras indeliberadamente lograr sacarlo del traumático impasse emocional sufrido tras la muerte de su esposo, lo asedia, lo sigue hasta su cabaña solitaria en el Desierto de los Leones, siente revivir su creatividad también él luego de su primer beso, y de nada le sirve llevar a la cama a su nueva todopoderosa musa trepidante Ana de la Reguera (ella misma), el otrora prepotente diseñador bien aleccionado (“No tienen por qué tener relaciones sexuales, ¿o si?”) deberá reincidir en la cabaña de su nuevo amado (“Mi cuerpo despertó bajo tus manos”) para confesarle su perturbación, confesarle su engaño (“Te engañé, no soy gay”) y copular totalmente obnubilado con él tres veces desde la primera noche amnésica, huyendo por completo trastornado, consultando en solitario la güija en la playa, botándolo todo de inmediato, desertando de su colección en proceso, debiendo enfrentarse a una persecución de los sicarios del celoso marido